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HISTORIA DE LA CIENCIA - Los griegos
ARISTOTELES, EL GRAN ENCICLOPEDISTA DE LA ANTIGÜEDAD
El más ilustre sistematizador del saber antiguo, ARISTOTELES DE ESTAGIRA
(384-322),
preceptor de Alejandro el Grande y fundador del célebre Liceo de Atenas, descollante tanto
por la extraordinaria riqueza de sus conocimientos como por la sagacidad de sus juicios y la
admirable concisión de su exposición, es quizás el espíritu más universal que el mundo jamás
haya visto. Codificador de la lógica y de la ética, biólogo, cosmólogo y físico, dejó profundas
trazas de su genio en cuantos temas tocó. La historia conoce sólo un investigador, Isaac
Newton, que haya logrado imponer sus opiniones, aun las erróneas, de modo tan absoluto
como el pensador de Estagira.
Dejemos de lado sus doctrinas filosóficas, que no entran en el cuadro de esta síntesis, y
limitémonos a resumir sus principales aportes a las ciencias. Como investigador, Aristóteles es
en primer término naturalista. Su teoría general de la Biología la expuso en el célebre tratado
"Sobre el alma". Esta, característica general de los seres vivos, es la causa y "primer principio
de los organismos vivientes", es la condición previa, el substratum de la reproducción y el
crecimiento como asimismo de las sensaciones, del movimiento y del pensar. En el grado más
bajo de la escala están los seres dotados de alma vegetativa, cuyas funciones se agotan
dirigidas a la nutrición y la reproducción; sigue el alma sensitiva, capaz de sensaciones y
movimientos, propia de los animales, y por último, el alma racional, dotada de intelecto,
reservada solamente al hombre. Así, la base general de una primera clasificación de los seres
—el famoso escalafón aristotélico de la naturaleza—es psicológica. En oposición a las
doctrinas de los atomistas, Aristóteles niega que la vida sea susceptible de una explicación
mecánica y enseña que la presencia de un principio director autónomo, muy distinto de todo
lo que es materia, preside los fenómenos de la vida. De este modo, con el Estagirita se inicia la
gran discusión, más de dos veces milenaria, entre vitalistas y mecanicistas, discusión que aún
hoy está lejos de haber llegado a su fin.
La fe vitalista de Aristóteles tiene su corolario en su convicción de que el conjunto de la
Creación, como cada una de sus partes, sirve a un fin determinado. Ningún órgano en los
cuerpos de los seres vivientes es concebible sin una función especial. El principio finalista
culmina en la ley de la compensación orgánica, de la cual Aristóteles da en su tratado Sobre
los órganos de los animales numerosos ejemplos. Reconoció que los pelos de los cuadrúpedos
corresponden a las plumas de las aves, a las escamas de los peces, y que la sangre de los
vertebrados es reemplazada por humores en los organismos de los animales inferiores.
Al problema de la reproducción dedicó Aristóteles importantes investigaciones. Según la
antigua opinión, probablemente de origen oriental, al padre correspondía el papel principal en
la procreación; la participación de la madre consistía en asegurar albergue y nutrición al
embrión. Aristóteles refutó el milenario error, admitió la cooperación más o menos igual de
los padres en la procreación, y profesó que la esperma no hace más que impulsar al huevo
femenino a desarrollarse y modelarse en el útero. Su doctrina preparó así la tesis del origen
bigerminal de los animales superiores. En cuanto a los animales inferiores, moluscos, insectos
y algunos peces, Aristóteles creía equivocadamente que se producen de la materia inanimada
por generación espontánea.
Más que sus teorías, las observaciones de Aristóteles, admirablemente exactas y abundantes,
constituyen la parte imperecedera de su obra biológica. Describió el cuádruple estómago de
los rumiantes, estudió el sistema generador de los mamíferos, siguió las fases evolutivas del
embrión del pollo, descubriendo la formación del corazón y percibiendo sus latidos cuando se
lo examinaba todavía en el huevo; reconoció que las ballenas son vivíparas; estableció una
distinción entre los peces cartilaginosos y los de esqueleto osificado. La fineza de las
observaciones biológicas de Aristóteles no fue superada hasta el Renacimiento y no se conoció
mejor clasificación que la suya hasta mediados del siglo XVIII, en que apareció el Systema
naturae de Linneo.
La observación y la experiencia personal que por buen sendero condujeron a Aristóteles en sus
investigaciones biológicas, le guiaron con menor seguridad en sus especulaciones en el
dominio de la Astronomía, la Física y la Mecánica. Padre de la lógica formal, tenía demasiada
confianza en las deducciones lógicas a partir de premisas preconcebidas, y olvidó un poco que
la lógica, privada del apoyo de la observación y de la experiencia, sólo proveía una dialéctica
de la prueba, sin poder llevar a verdaderos descubrimientos. Separa el mundo astral
incorruptible e inmutable, del mundo sublunar, lugar de cosas perecederas, y admite la
dualidad de las leyes mecánicas. En el Cosmos los movimientos son eternos y se efectúan en
círculos. Adoptando el sistema homocéntrico de Eudoxio, materializa las esferas que en el
pensamiento de Eudoxio eran abstracciones geométricas, para convertirlas en esferas
cristalinas que encierran un universo esférico y finito, en cuyo centro está inmóvil la Tierra. La
teoría aristotélica del movimiento está dominada por la doctrina del lugar natural.
Si no es obstaculizado, cada cuerpo trata de ocupar su lugar natural en el mundo sublunar; los
cuerpos ligeros, fuego y aire, tienden por naturaleza inmanente hacia arriba; los pesados, agua,
piedra, metales, hacia abajo. Los cuerpos pesados caen más rápidamente que los ligeros.
Todos estos movimientos son naturales, en oposición a los movimientos forzados (la piedra
lanzada) que se producen contrariando la tendencia del cuerpo, que busca el lugar
predeterminado. En el caso del movimiento natural, el motor es eterno (está en el cuerpo); en
el del movimiento forzado es perecedero, casual. Tal es, en sus lineamentos principales, la
mecánica de Aristóteles; al conjunto de sus erróneas leyes podría denominársele una
metafísica del sentido común, superpuesta a la física de las apariencias.
Il maestro di color che sanno (Maestro de los que saben), es el título honorífico que Dante
confirió a Aristóteles. En realidad, durante veinte siglos los escritos del Estagirita —a menudo
en traducciones y excerptas insuficientes— fueron la principal fuente de todos aquellos con
sed de saber. En el lapso de las centurias su figura no hacía más que crecer; en el siglo XIII la
Iglesia católica adoptó oficialmente su filosofía y los principios esenciales de su doctrina física
y cosmológica sobrevivieron —prácticamente indiscutidos— hasta el Renacimiento. No fue,
sin embargo, culpa suya que sus hipótesis —y precisamente las más caducas— convertidas en
dogmas fueran obstáculos al libre desenvolvimiento del pensamiento científico. El mayor
homenaje le fue rendido por su gran adversario, Galileo Galilei: "Sé —escribió— que
Aristóteles me encontraría digno de ser admitido entre sus discípulos".