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HISTORIA DE LA CIENCIA - Exitos del método galileano
CHRISTIAN HUYGENS
Durante la fase decisiva de su actividad Descartes residió en Holanda, incomparable hogar del
librepensamiento para aquella época; por el contrario, el holandés CHRISTIAN HUYGENS
(1629-1695) pasó los años más fecundos de su vida en París, invitado por Luis XIV a realzar
con
sus descubrimientos e invenciones el brillo de la Ciudad Luz. Ilustre por igual como
teórico, observador y técnico, el "Arquímedes neerlandés" dejó profundas huellas de su
espíritu creador en la Astronomía, en la Mecánica y en las Matemáticas. Con sus hazañas
astronómicas logró, joven aún, renombre universal: mejoró el telescopio y con este
instrumento perfeccionado descubre los anillos de Saturno y el primero de los satélites del
lejano planeta; reconoce que Marte gira, aproximadamente en 24 horas, en torno de su eje, y
encuentra la nebulosa gaseosa de Orión. Con sus investigaciones sobre el juego de dados
penetra en un nuevo país matemático, y crea el cálculo de probabilidades.
Todos esos éxitos, preludios de la futura sinfonía, son superados en importancia por los
hallazgos que la mecánica teórica y la práctica deben al genio de Huygens. Su magistral
análisis del movimiento pendular lo conduce a la fórmula, hoy familiar para todos, que une el
período de oscilación a la longitud del péndulo y a la aceleración de la gravedad. Encuentra la
no menos trascendental expresión de la fuerza centrífuga; demuestra que en el choque de
bolas elásticas la fuerza viva permanece invariable: descubrimiento que esconde el primer
núcleo de la futura ley sobre la conservación de la energía.
Técnico de genio, Huygens logró, donde Galileo había fracasado, la construcción del reloj de
péndulo, dotando en 1658 a la ciencia de un verdadero cronómetro. Desde este momento
desaparecen las clepsidras y relojes de arena —¡herencia babilónica!— que no habían podido
ser eficazmente reemplazados por ninguno de los instrumentos cronométricos, empleados
antes de la obra del gran holandés.
Dos años después de publicada su obra máxima: El reloj de péndulo (1673), que reúne las más
hermosas investigaciones mecánicas de Huygens, el danés OLAF ROMER (1644-1710) logró
medir la velocidad de la luz. Había observado que los intervalos entre los eclipses del primer
satélite de Júpiter eran mayores cuando la Tierra se alejaba del sistema joviano y menores
cuando se acercaba. Las diferencias de tiempo de este modo comprobadas, Rómer las atribuyó
a la diferencia de los caminos recorridos por el rayo luminoso para llegar a la Tierra, y dedujo
de ello la velocidad finita de la luz. En tanto se creía que la luz no poseía velocidad
determinable, se podía pensar que era un fenómeno estático, propiedad más o menos
inexplicable de los cuerpos luminosos; sin embargo, desde el descubrimiento de Rómer se
volvió un fenómeno dinámico que exigía una explicación física. Huygens, partiendo de la
imagen del agua perturbada, supuso que la luz es un movimiento vibratorio que se propaga
en ondas esféricas. Cada foco luminoso —afirmaba— es una fuente de ondas, que las
comunica al éter circundante de manera similar como una bola de billar transmite su impulso
a otra. Cada punto del éter alcanzado por una onda vuélvese centro de nuevas ondas. La
sagaz idea de que la luz sería una perturbación ondulatoria del éter que se extiende y progresa
en el espacio, surge por primera vez. En su célebre Tratado de la luz (1690) Huygens explicó
brillantemente la reflexión y refracción de la luz y aun la doble refracción en el espato de
Islandia, fenómeno descubierto poco antes por el médico danés ERASMUS BARTHOLINUS.
A pesar de esto, la hipótesis, que se adelantaba a su época en más de un siglo, cayó en el
olvido, aplastada por una todopoderosa autoridad: Newton acaba de llegar y con él comienza
una nueva época en la historia de las ciencias.