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HISTORIA DE LA CIENCIA - Edad Media: decadencia del saber
LA ALQUIMIA
Cuando la intervención de los árabes comienza en la historia de las ciencias, la Química ya
contaba con un pasado milenario. Egipcios, caldeos y griegos habían reunido cierto caudal de
conocimientos empíricos exigidos por su industria y su farmacopea. La elaboración de los
metales, la preparación de las drogas, fabricación del vidrio, colorantes y otros procedimientos
tecnológicos estaban lejos de ser los únicos objetivos de la química primitiva. En temprana
época, cuya fecha resulta imposible fijar, se iniciaron las investigaciones destinadas a
descubrir una panacea universal o a encontrar el medio para transmutar metales viles en
preciosos, ambas principales finalidades de la alquimia —arte divino o arte sagrado de los
griegos—, cuya historia acompaña hasta el siglo XVIII la de la Química.
Ahora bien, y cosa curiosa, los griegos, a pesar de su celo por conferir a cada disciplina la
coherente forma de un cuerpo de doctrina, no realizaron ninguna tentativa seria para
sistematizar sus conocimientos químicos. En Alejandría, donde el pensamiento de la antigua
Grecia descendió de las altas esferas de la Metafísica para tomar contacto con el espíritu
eminentemente práctico de los egipcios, los hallazgos de los filósofos griegos, que revelaron el
comportamiento de la materia, se fusionaron con el saber técnico de los egipcios. Esta extraña
unión, a la cual el misticismo oriental puso su sello, dio origen a una ciencia híbrida que los
textos griegos llaman "arte sagrado", y que nosotros denominamos con la palabra árabe
alquimia.
A los químicos de la época alejandrina eran familiares las propiedades de muchas sustancias,
y los papiros disponibles permiten afirmar que practicaban la destilación, fusión, disolución,
calcinación, filtración, sublimación y otras operaciones. No caben dudas de que los químicos
alejandrinos estuvieron muy cerca de descubrir los gases; conocían los vapores de azufre,
arsénico y mercurio, y su influencia sobre los metales. Mas el fondo de los hechos positivos
está —en sus tratados— a menudo recubierto por un tejido de creencias místicas y de
aserciones fantásticas, muchas veces de origen astrológico. Los árabes bebieron ampliamente
en las fuentes griegas, que supieron enriquecer, y como fueron los transvasadores de la ciencia
griega a los occidentales, aparecieron ante los ojos de éstos como los verdaderos padres de la
Química.
Uno de los grandes químicos árabes,
JABIR IBN HAYAN —el Geber de los latinos—, cuya
figura agrandó el Occidente cristiano convirtiéndolo en un mago omnisciente, vivió —
parece— a mediados del siglo VIII. Nada seguro sabemos acerca de él, y algunos historiadores
ponen en duda su existencia. La mayoría de los escritos que dieran durante medio milenio
incomparable prestigio al célebre árabe, se han revelado apócrifos y probablemente no son
anteriores al siglo XIII. ¿Cuáles de los éxitos consignados por el Geber de Occidente, que cinco
centurias separan de su predecesor oriental, pertenecen al Yabir árabe? Imposible responder a
esta pregunta. Descubrió, se dice, el sublimado corrosivo, conoció el agua regia, el cinabrio, los
ácidos sulfúrico y nítrico, preparó sales de amoníaco, salitre y álcalis, y describió la
preparación del acero y la tintura para telas. Los metales, afirmó, están compuestos de
mercurio y azufre; estos ingredientes constitutivos son comunes a todos los metales y pueden
ser transformados en uno y en otro, y, por consiguiente, es posible obtener oro y plata a partir
de metales viles.
El procedimiento de las transmutaciones era variable en los alquimistas árabes y sus adeptos
occidentales. Piedra filosofal, magisterio, alcahest, tintura roja, león rojo, son sus agentes
transmutadores, sustancias vagamente definidas cuyas características no son las mismas en los
diferentes autores. Según unos, bastaba uno de los agentes para producir la transmutación;
según otros, se requieren varios para fabricar oro alquímico. A los precursores griegos y
árabes siguió la turba heterogénea de sus adeptos cristianos. Sin duda en sus filas había
visionarios y charlatanes, pero también espíritus lúcidos y aun investigadores de mérito; el
francés ARNALDO DE VILLENEUVE, el inglés ROGERIO BACON, el catalán RAIMUNDO
LUIJO, experimentadores del siglo XIII muy superiores a los hombres de ciencia de su época,
se dedicaron a practicar la alquimia. Por supuesto, el objetivo que los alquimistas perseguían
era quimérico, pero sus ensayos no eran errados, irracionales: en tanto que las experiencias no
impusieron el concepto del elemento con su fundamental característica de ser inmutable en las
reacciones químicas, nada impedía la esperanza de transmutar el
mercurio o cualquier otro
metal en oro. Por otra parte, esta esperanza fue alimentada por experiencias realmente
logradas, pero erróneamente interpretadas por la ciencia medieval: al fundir la pirita de hierro
con plomo y luego copelar el plomo, los alquimistas obtuvieron en efecto oro. ¡Solamente
ignoraban que el tan codiciado metal —lejos de ser producido por sus operaciones—
preexistía en la pirita!
La alquimia sobrevivió largamente a la Edad Media; su desaparición, a mediados del siglo XIII,
coincide con el nacimiento de la Química moderna. La época que siguió, consideró a los
alquimistas ora como espíritus miopes, ora como hábiles farsantes. Ingrata heredera, la
Química olvidó un poco lo que debía en conocimientos positivos a esos calumniados
precursores. Fuera de sus numerosos hallazgos, los alquimistas tienen, en efecto, el innegable
mérito de haber sido los primeros que buscaron en los experimentos —aunque en la
interpretación de los resultados se cegaran muchas veces con quimeras o conclusiones
precipitadas— la fuente primordial del conocimiento científico.