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HISTORIA DE AMERICA - La revolución de la América española
EL GRITO DE IPIRANGA
Siguiendo a Oporto y Lisboa, que se pronunciaron por el régimen constitucional, Bahía lo hizo
el 10 de febrero de 1821. Juan VI dio una proclama anunciando su propósito de enviar al
Portugal a su hijo Pedro, a la sazón príncipe heredero, para tratar con las cortes que se habían
formado en Portugal, pero las tropas portuguesas de la guarnición de Río se amotinaron,
exigiendo la aplicación lisa y llana de la constitución, tal como se dictara en Lisboa; el pueblo
se adhirió y el rey tuvo que ceder. El rey anunció su decisión de regresar a Portugal y autorizó
se verificasen elecciones de diputados a las cortes de Lisboa (21 de abril), mas el pueblo se
amotinó para impedir la salida del rey, pues comprendía que ello rebajaba a situación colonial
lo que ahora era un reino. El príncipe Pedro contuvo con las tropas a la multitud, dando
oportunidad a que se embarcara su padre, quien le sugirió tomase la corona.
El príncipe Pedro quedó en el Brasil como regente, pero la agitación continuó todo el año. El 9
de enero de 1822 se presentó una petición popular al regente, rogándole su permanencia
definitiva. En mayo se le otorgó el título de Defensor perpetuo del Estado. Ya no faltaba más
que su coronación. El 7 de septiembre, a orillas del río Ipiranga, recibió comunicaciones
agraviantes de la metrópoli. Entonces proclamó allí la independencia del Brasil (el Grito de
Ipiranga). El 15 de septiembre lucía, en Río, un brazal en el que se leía Independencia o muerte.
Este fue el lema de la revolución. El 12 de octubre, día de su cumpleaños, fue proclamado
emperador. La consagración se verificó con gran pompa el 19 de diciembre.
La oposición portuguesa fue muy débil. Su centro estuvo en Bahía. Pedro I encomendó el
ataque al general francés Labatut (el mismo que había actuado en Colombia), pero éste fue
rechazado. Una escuadrilla, puesta al mando del almirante Cochrane, ya conocido, bloqueó
Bahía, siendo tomada por el ejército sitiador. Mientras esto ocurría, los defensores se fugaban.
De regreso, se le rindió la plaza de Marañón. Para septiembre de 1823 la autoridad del
emperador estaba asegurada. La organización política contó con la colaboración del sabio e
influyente ministro José Bonifacio de Andrada. La monarquía constitucional que se instaló fue
moderada. Pedro I y sus sucesores se preocuparon por mantener la adhesión popular y por
llevar personalmente una vida harto burguesa, sin ostentación ni boato. Sin embargo, también
en eso se señalaron las profundas diferencias existentes entre el norte y el sur del país:
mientras en la primera se registraban movimientos tendientes a mantener en lo posible esas
regiones bajo el dominio portugués, en la segunda se aceptaba de plano la independencia. En
1824 se produjo la segunda insurrección pernambucana, que fue sofocada de nuevo. La única
potencia que podía intentar un advenimiento era Inglaterra. Y a Inglaterra le interesaba
profundamente la paz. De ahí que lograra la concertación de un tratado en agosto de 1825.