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HISTORIA DE AMERICA - La época del Descubrimiento
COLON Y LOS REYES CATOLICOS: LAS CAPITULACIONES DE SANTA FE
Los primeros años de la estada (le Colón en España no parecen haber sido más fructuosos de
lo que había sido su
residencia lusitana. Nuevas gestiones ante la corte de Isabel sólo
produjeron consecuencias dilatorias o negativas: al trabar relación ocasional con los padres
Juan Pérez y Antonio de Marchena, en La Rábida, cuando se dirigía a confiar su hijito Diego a
su concuñado Muliar, que residía en Huelva, logró confirmación de sus pensamientos, por un
lado y buenas conexiones, por el otro, con la corte de los Reyes Católicos, pues si bien el duque
de Medina Sidonia, a quien recurrió en Sevilla, no quiso respaldar su proyecto, fray Hernando
de Talavera, el confesor de la reina, se interesó por él. Finalmente, el cardenal Mendoza y el
legado pontificio le obtuvieron una audiencia de los reyes, interesándolos.
Según algunos autores, por influjo de los reyes, Colón expuso sus opiniones y proyectos a una
junta de sabios, reunida en el lugar de más grande tradición intelectual de España, en
Salamanca, aprovechando allí la presencia de la Corte. En esta ocasión, Colón había reeditado
los conceptos ya expuestos por él en Portugal, respecto de la posibilidad de ir al Cipango y a
las tierras de la especiería, internándose directamente en el Mar Océano. Los cálculos, al
disminuir el diámetro presumible de la Tierra, parecían hacer factible su propósito. La
cartografía medieval, al representar mar adentro a tierras fabulosas, como la Antilia, la Brasilia,
la isla de San Brandén y de las Septe Cibdades, añadía verosimilitud a sus razonamientos.
Pero la mayoría de aquella junta juzgó como desatinadas sus argumentaciones y dio largas a
la respuesta.
Fue éste un cruel episodio de la vida de Colón, quien al rechazar una conciliatoria propuesta
de Juan II (marzo de 1488) había cortado amarras con Portugal. Ese año pasó entre copias de
mapas para vivir y gestiones desafortunadas para ser nuevamente escuchado. Una aventura
de amor le dio un nuevo hijo, con la cordobesa Beatriz Enríquez, al cual llamó Fernando (y
que sería su futuro biógrafo). Por fin, en 1489, los reyes le recordaron, llamándole a Baza. Este
llamado parece haber sido la obra de Santángel (el escribano de ración), Sánchez (el tesorero),
Cabrera (favorito desde la guerra por la sucesión en el trono de Castilla) y Cabrero (el
camarero del rey). Pero la junta antes citada se pronunció contra el proyecto.
Descorazonado, Colón regresó a Sevilla y luego al convento de La Rábida, en busca de su hijo.
Iba resuelto a pasar a Francia para ofrecer a ese reino el proyecto no aceptado por Castilla.
Fray Pérez le puso en contacto con un grupo de hombres de mar, y especialmente con Martín
Alonso Pinzón, quien no sólo creyó a Colón, sino que aportó nuevos datos a los que éste
poseía y le respaldó con su prestigio. Colón, por su parte, ofreció asociarlo a su empresa, y se
comprometió a no partir en tanto fray Pérez verificaba una última diligencia ante la reina. Esta
ordenó la constitución de una nueva junta y la comparecencia de Colón ante ésta. Pero la
reunión, celebrada en Santa Fe, no obtuvo el resultado esperado: la nueva junta resolvió
desahuciarle. Colón se aprestó, pues, a abandonar Castilla, no sin haber visto caer Granada en
manos de los reyes, hecho capital que coronaba una larga guerra victoriosa; pero a las dos
leguas debió volverse. La reina lo reclamaba.
Esta vez hubo acuerdo. Por él se otorgaba a Colón una gran suma de mercedes: El título de
Almirante, para el mando de la flota que se le confiaría; los de Visorrey (actual Virrey) y
Gobernador general de las tierras que descubriese o ganare y el derecho de presentar ternas
para los puestos menores; el de dictar justicia, por sí o por sus tenientes. A estos títulos se le
agregó la calidad de Don, que indicaba nobleza. Además, recibía concesiones económicas: el
diezmo de todo lo que se traficase en jurisdicción de su Almirantazgo, más el octavo de las
ganancias en todas las armadas que fuesen o viniesen de las nuevas tierras (siempre que, a su
vez, aportara el octavo de los gastos).
Tales concesiones, de haberse cumplido puntualmente, hubiesen dado a Colón y a sus
descendientes —pues el Almirantazgo era vitalicio y hereditario— beneficios tales que su
linaje hubiese pasado a ser el más importante de Castilla.