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HISTORIA DE AMERICA - La Conquista
LA CONQUISTA DEL PERU: LOS TRES SOCIOS
El primero que recogió noticias accidentales de la existencia del imperio de los incas fue
Pascual de Andagoya en 1522. Tres hombres de Panamá les dieron toda la importancia que
efectivamente tenían. Ellos eran dos soldados y un clérigo: Francisco Pizarro, que ya hemos
nombrado como capturador de Balboa, Diego de Almagro y Hernando de Luque. Pizarro salió
primero con un centenar de enganchados. Poco después le siguió Almagro con sesenta. Uno
tras otro llegaron hasta Pueblo Quemado en sendas embarcaciones. Se desencontraron; las
lluvias torrenciales y los indios hostiles hicieron lo suyo; Almagro perdió un ojo en una
guazabara. Catorce meses después estaban de regreso. Otros hubieran desistido. Ellos
consiguieron convencer a Pedrerías de que les permitiese volver a partir. Por fin, en 1526,
juraron repartirse los beneficios por terceras partes, mediante la comunión en común con una
hostia dividida.
Aquella obstinada fe quebró la indiferencia. 160 aventureros se engancharon, partiendo en dos
barcos, con los que llegaron hasta el río San Juan. Allí desembarcó Pizarro con la mayoría, el
piloto Bartolomé Díaz siguió hacia el Sur, bordeando la costa, y Almagro regresó a Panamá en
busca de refuerzos. Los tres volvieron a reunirse algo después. Pizarro, rechazado por los
indios, pero lleno de datos y de esperanzas; Díaz, después de llegar a la altura de la línea
equinoccial, no menos optimista e informado de la existencia de un gran imperio; Almagro,
contento por el apoyo del nuevo gobernador Pedro de los Ríos. Adelantándose llegaron los
expedicionarios hasta la altura de la isla del Gallo. Sobre la costa había poblaciones demasiado
grandes para sus pocas tropas. Pizarro resolvió esperar refuerzos.
Fue en esa isla donde
Pizarro, trazando una raya con su espada en la playa, pidió se pusieran de su lado los que
quisieran ir al Perú "a ser ricos", y señalando despreciativamente el otro lo destinó a los que
resuelvan volverse a Panamá "a ser pobres". Era una invitación y un desafío; pero las
perspectivas eran tan tremendas que únicamente trece de sus compañeros aceptaron. El piloto
Díaz volvió con ellos para reunir refuerzos y los 14 hombres se quedaron solos en la isla. Poco
después, no pudiendo contener su impaciencia, construyeron una balsa y se trasladaron a otra
isla cercana, la de Gorgona, donde durante siete inacabables meses avizoraron el mar a la
espera de un nuevo contingente. Cuando la esperada nave llegó, resultó que traía órdenes del
gobernador de volverles a Panamá inmediatamente. Mas Pizarro consiguió fácilmente
convencer a Díaz, que la comandaba, de hacer un final intento.
Pocas jornadas después, acogidos en Tumbez como dioses, comenzaban a advertir la
magnitud de su descubrimiento, y la necesidad de una expedición en toda regla. En 1527
Pizarro estaba de regreso en Panamá. En 1529 firmaba con el rey, en España, la famosa
capitulación que lo reconocía, a título hereditario, como adelantado, gobernador, capitán
general de aquellas tierras, en tanto que obtenía para Almagro el mediano puesto de alcaide
de las fortalezas a construirse y para Luque el obispado de Tumbez, que en esas circunstancias
era totalmente in partibus in fidelius... Este desigual tratamiento, que rompía la igualdad de
los antiguos socios, fue la causa de rivalidades y cruentas luchas subsiguientes.
Por su parte Pizarro regresó a Panamá en 1530. Con él llegaban sus tres hermanos —Hernando,
Gonzalo y Juan—y su hermanastro Francisco Martín de Alcántara. Sin embargo, gracias al
empeño de Luque, cedió a Almagro el título de adelantado. A comienzos de 1531, con tres
barquichuelos, 180 hombres y 27 caballos se hizo de nuevo a la mar, rumbo al Perú. Almagro
quedó juntando gente. Los primeros vasos de oro le atrajeron ayuda hasta de Nicaragua.
Benalcázar y Hernando de Soto,
que ya eran aguerridos capitanes se sumaron a otros 130
hombres que llegaron de Panamá, constituyendo una base en el asiento de ciudad de San
Miguel de Piura.