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HISTORIA CONTEMPORANEA – Las viejas democracias
ESPAÑA Y LA GUERRA CIVIL
Mientras las potencias occidentales se esforzaban por conjurar el peligro de una agresión
armada mediante el sistema de las sucesivas concesiones a Mussolini e Hitler, estalló y se
desarrolló en España la guerra desatada por las derechas para poner fin a la república. España
debía ser escenario de un conflicto armado entre dos bandos, que a su vez recibieron —aunque
en muy distinta escala— el apoyo de los países extranjeros.
El viejo sentimiento republicano había madurado en España durante la dictadura del general
Primo de Rivera, a quien el rey Alfonso XIII había confiado el gobierno desde 1923 hasta 1930.
Una persecución episódica y un auténtico malestar económico y social favorecieron la
aglutinación de la masa popular, que no pudo contener, naturalmente, el gobierno del general
Berenguer, que siguió al de Primo de Rivera. El 12 de abril de 1931 se realizaban elecciones
generales, y los republicanos presentaron un frente unido con el que obtuvieron, una victoria
decisiva. Alfonso XIII, entonces, abandonó el país, proclamándose la república el 14 de abril.
Un gobierno provisional presidido por Nizeto Alcalá Zamora convocó las Cortes
Constituyentes, que se reunieron durante toda la segunda mitad del año 1931 y dictaron una
constitución. En las elecciones siguientes, Alcalá Zamora fue elegido presidente de la república
y al hacerse cargo del poder confió la jefatura del gabinete a Manuel Azaña, quien emprendió
entonces una obra sabia y enérgica de reforma y organización del país. El punto más
importante fue la reforma agraria, que afectaba a los grandes terratenientes, durante cuya
discusión hubo de estallar un movimiento revolucionario a mediados de 1932. Fracasado el
intento, las derechas se aglutinaron y consiguieron imponerse en la .s elecciones de fines de
1933, llevando al gobierno a Lerroux.
Comenzó entonces un período de reacción que motivó el levantamiento obrero de 1934, cuya
represión fue de una extraordinaria violencia. Las izquierdas se unieron entonces formando el
Frente Popular, y lograron triunfar en las elecciones de febrero de 1936, llevando nuevamente
al gobierno a Azaña; pero como las Cortes destituyeron al presidente Alcalá Zamora, Azaña
fue designado para sucederle y se encomendó la jefatura del gobierno a Casares Quiroga.
Para las derechas la situación pareció decisiva. Desde 1934 algunos de sus jefes —militares y
civiles— habían entrado en relación con Hitler y Mussolini, y habían logrado la promesa de
una ayuda eficaz para un levantamiento militar, de modo que al producirse el triunfo de:
Frente Popular pareció llegado el momento de iniciar la consumación del plan. El 17 de julio
de 1936 se sublevó en Marruecos el general Franco e inmediatamente se produjo una situación
de guerra civil en todo el país, pues mientras el ejército y la guardia civil se pasaron a los
rebeldes, los obreros de las ciudades industriales constituyeron rápidamente cuerpos militares
que, aunque mal armados, lograron dominar la situación en Madrid, Valencia y Barcelona. En
cambio, cayeron rápidamente en poder de los sublevados, Andalucía, Extremadura, Galicia,
Navarra, Asturias, León y buena parte de Castilla, constituyéndose una junta de gobierno
militar en Burgos.
Inmediatamente de producido el conflicto se advirtió la gravedad de la situación internacional
que planteaba. La política de "apaciguamiento" volvió a predominar, e Inglaterra propuso la
constitución de un Comité de no Intervención que debía vigilar las fronteras españolas a fin de
impedir que ninguna potencia extranjera ayudara a los bandos en lucha. El Comité quedó
constituido, pero su acción fue ineficaz y los países del Eje pudieron seguir colaborando
activamente con los rebeldes. A fines del año 1936, Rusia resolvió apartarse del Comité y
comenzó también a prestar una moderada ayuda al gobierno de la república, en tanto que
Francia colaboraba ligeramente, más por obra del pueblo que no del gobierno.
Los rebeldes iniciaron una gran ofensiva sobre Madrid, pero fue contenida en noviembre de
1936, iniciándose una larga batalla por la capital sobre un frente estabilizado. Durante el año
1937 se combatió intensamente en todos los frentes y no faltaron las brillantes victorias de los
ejércitos leales, que se impusieron al enemigo en el Jarama, en Teruel, en el Ebro, y sobre todo
en Guadalajara donde demostraron haber alcanzado un grado de organización y eficacia
inesperados derrotando a las divisiones italianas. Pero a fines de ese mismo año la situación
comenzó a convertirse en dificilísima por el acrecentamiento del potencial militar de los
rebeldes, con quienes combatían abundantes tropas y aviones del Eje. A mediados del año
siguiente, el territorio controlado por el gobierno quedó dividido en dos, y pareció evidente
que, en el afán de evitar la guerra mundial, las potencias democráticas habían dejado libertad a
los países del Eje para que aniquilaran al régimen republicano español. La ofensiva rebelde
tomó un desarrollo cada vez más violento y el territorio dominado por los republicanos
disminuyó rápidamente, hasta el punto de que comenzaron a surgir entre los jefes del
movimiento popular serias disensiones acerca de si convenía o no prolongar la guerra.
Finalmente, en marzo de 1939 —precisamente cuando Hitler se apoderaba del puerto de
Memel— el coronel Casado se impuso en Madrid contra la opinión del jefe del gobierno, Juan
Negrín, y negoció la rendición, entregando Madrid al general Franco, que entró en la capital el
día 28.
Casi en la víspera del día en que el Eje debía desencadenar el ataque contra ellas, las potencias
democráticas dejaban perder para su causa un territorio que constituía la retaguardia de
Francia y una base importantísima de operaciones en el Mediterráneo. La política del
"apaciguamiento" había triunfado una vez más, y había Hitler comprendido que se lo temía de
tal modo que no valía la pena esperar más. Cinco meses después de la entrada de Franco en
Madrid, las fuerzas blindadas de Hitler harían su trágica invasión a Polonia.