Textos    |    Libros Gratis    |    Recetas

 

.
HISTORIA CONTEMPORANEA – La revolución de 1917 y la Unión Soviética
LA REVOLUCION COMUNISTA
La larga inquietud social y política que había agitado a Rusia durante las últimas décadas del
siglo XIX y la primera del siglo siguiente, había creado un fervor revolucionario en vastos
grupos sociales. Es cierto que Rusia no era un país industrial en el que parecieran darse las
condiciones que Marx consideraba imprescindibles para el desarrollo de una conciencia de
clase proletaria; pero no es menos cierto que en las ciudades fabriles y en la burguesía
intelectual, las doctrinas marxistas habían logrado un considerable arraigo, como solución
extrema a la terrible autocracia que Rusia padecía desde mucho tiempo atrás.
Los experimentos revolucionarios de 1905 habían costado mucha sangre; si luego había
seguido una época de calma, no era en modo alguno porque se hubieran olvidado aquellos
sacrificios, sino porque las circunstancias no fueron favorables para renovarlos. Pero estas
circunstancias volvieron a aparecer en el momento en que Nicolás II, sin estar preparado para
ello, entró en la guerra y llevó al frente oriental una masa crecida de hombres a los que no
podía suministrar armas ni alimentos. Dominado por la camarilla que presidía el monje
Rasputín, el zar ignoraba lo que pasaba y se prestaba a continuar una política nefasta. Pero las
derrotas y el intenso malestar que se suscitó en las trincheras creó un estado de ánimo que fue
aprovechado en la retaguardia por los grupos revolucionarios que estaban agazapados
esperando su hora.
El 27 de febrero de 1917 estalló en Petrogrado una revolución organizada por los partidos
republicano y socialista que derribó el régimen zarista y estableció un gobierno provisional.
Desde el primer momento se destacó como inspirador del movimiento Alejandro Kerensky,
ministro de justicia primero y luego jefe del gobierno revolucionario a partir de comienzos de
mayo. Su propósito era establecer la república con el apoyo de todos los partidos burgueses y
socialistas; pero tuvo que contar desde el primer momento con la violenta oposición de un
grupo de su propio partido —los bolcheviques, fracción del partido social-demócrata—, que
parecía dispuesto a imponer un régimen comunista. Kerensky trató de dominarlos; pero la
revolución zarista desencadenada por el general Kornilov le obligó a llamarlos al poder para
fortalecer el movimiento popular. En ese momento entró en acción Vladimiro Lenin, jefe del
grupo bolchevique, y hasta entonces preso en Austria.
En efecto, apremiado el estado mayor alemán por la duplicidad de los frentes, creyó que
podría aprovechar en su favor la tendencia hacia la paz separada que defendían los
bolcheviques como solución inmediata. Lenin fue sacado de la cárcel y enviado a Rusia en un
tren precintado, con algunos de sus partidarios, a fin de que interviniera en la revolución y
procurara imponer sus puntos de vista. Así llegó a Rusia, y comenzó a ejercitar su enorme
influencia para lograr el predominio de su grupo en el seno del gobierno.
Sus objetivos y sus métodos parecieron peligrosos a Kerensky, que no vaciló en oponerse
tenazmente al jefe bolchevique. Pero, el 25 de octubre Lenin dio un golpe de estado y arrojó a
Kerensky del poder, encargándose del gobierno como presidente del Consejo de Comisarios
del Pueblo y entregando todo el poder a los soviets o consejos de soldados, obreros y
campesinos.
Lenin, jefe indiscutido del gobierno, procedió a echar las bases del nuevo régimen, y entre
tanto, firmó con los alemanes la paz de Brest-Litowsk en marzo de 1918. Inmediatamente un
congreso de diputados obreros y soldados de Rusia decretó la supresión de la propiedad
privada y el gobierno se incautó de 150 millones de hectáreas de tierra para distribuir entre los
campesinos mientras organizaba el régimen soviético en todo el país. Un Comité Ejecutivo
Central y un Consejo de Comisarios del Pueblo
debían asumir el poder ejecutivo,
designándose a Lenin como presidente del segundo.