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HISTORIA CONTEMPORANEA – La Italia fascista y la Alemania nazi
HITLER Y EL ESTADO NAZI
El acuerdo con el capitalismo alemán obligó a Hitler a suprimir a los jefes del ala izquierda de
su partido: en junio de 1933 se produjo la eliminación violenta del capitán Roehm y sus adictos,
y el movimiento comenzó a cambiar rápidamente de fisonomía. Poco después moría el
mariscal Hindenburg, y quedaba Hitler como jefe supremo del estado, en calidad de canciller-
presidente del Reich, título que le confirió un plebiscito.
El estado nazi se organizó sobre la base de I a existencia de un partido único —el Nacional
Socialista— cuya doctrina elaboró en gran parte el doctor Rosenberg. Para pertenecer a él se
requería ser ario puro, esto es, no tener ningún antepasado judío, y sus miembros debían
obedecer ciegamente las órdenes del führer o conductor, que no tenía que dar cuenta de sus
actos a nadie. Dos organizaciones militarizadas de fuerzas de asalto —las S. S. y las S. A.—
constituían su base efectiva, a la que complementaba eficazmente una policía política, la
Gestapo, cuya misión era suprimir toda suerte de oposición.
Todas las actividades quedaron bajo la dirección del estado y se suprimió totalmente la
libertad de palabra y de prensa. Alemania debía ser una, y para tal fin, el estado nazi se lanzó a
una insistente propaganda por todos los medios posibles —la prensa y la radio, sobre todo—
cuya dirección estuvo en manos del doctor Goebbels, uno de los hombres de confianza de
Hitler. Otro de ellos, Goering, recibió el encargo de supervisar la política interna y, además, el
de organizar la aviación, fuerza que Hitler consideraba decisiva para sus planes expansionistas.
Mediante diversas organizaciones —el Frente del Trabajo y la llamada Hacia la fuerza por la
alegría— se aglutinaron las masas populares, sobre cuya infancia y juventud realizaron una
sistemática labor de uniformización otros organismos diestramente dirigidos. Toda
posibilidad de resistencia quedó anulada y la marcha hacía la unanimidad de la opinión
pública —aparente al menos fue acelerándose. Los campos de concentración y las cárceles
comenzaron a reunir a los que no querían convencerse rápidamente de la bondad del régimen.
Entre tanto, la política anticapitalista sufría una desviación acentuada. Proclamada en un
principio, sirvió como pretexto para las persecuciones raciales y acaso para aplastar al
pequeño capital en beneficio de los grandes trusts, como los de Thyssen y Krupp; pero estos
últimos, que financiaban en parte los proyectos de Hitler, pudieron seguir desarrollándose
aunque con cierta intervención estatal que los obligaba a servir decididamente los designios
políticos del nazismo.