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HISTORIA CONTEMPORANEA – Italia, España y Portugal entre 1870 y 1914
ITALIA
Como rey de toda Italia, Víctor Manuel II tuvo que afrontar la grave situación que planteaba al
país la hostilidad de los católicos y el crecimiento de los partidos de izquierda. De acuerdo con
sus convicciones, Víctor Manuel quería asegurar las bases de un régimen liberal. Pero las
dificultades eran enormes y la inquietud constante; el papado, que se consideraba prisionero
en el Vaticano, obligó a los católicos a sustraerse a la vida política italiana, considerando que el
régimen era culpable de la gravísima ofensa inferida a la Iglesia con la ocupación de Roma.
Había así un poderoso sector de la opinión que obstaculizaba la labor de la monarquía; pero
todo intento de transacción se hubiera visto contenido por la creciente gravitación de los
partidos populares que exigían al rey una política aun más decidida. En 1876 la izquierda llevó
al poder al primer ministro Depetris, cuyo programa contenía un conjunto importante de
medidas radicales en materia impositiva y de enseñanza; mas su gestión se vio empañada por
irregularidades administrativas y por abundantes y oscuras combinaciones políticas.
En 1878 murió Víctor Manuel II y lo reemplazó su hijo Humberto I. Al cabo de algún tiempo, y
cediendo a las exigencias de la opinión, llevó al ministerio a Crispi, que ejerció el poder con
mano dura, aun cuando emprendiera una importante labor en favor de las clases populares.
Las derechas comenzaron a hostilizarlo y lograron hacerlo caer, pero muy pronto perdieron
otra vez terreno y se vieron desplazadas por Giolitti. Alternándose en el poder, Crispi y
Giolitti trataron de sortear el vendaval que desencadenaban los partidos extremos: la derecha,
inspirada por el Vaticano, y la izquierda estimulada por los socialistas, que llegaron a la
cámara en 1895.
Crispi creyó que podría afirmarse en el poder con una arriesgada política colonial y se
embarcó en la aventura de la conquista de Abisinia, donde las tropas italianas fueron batidas
en Adua. La consecuencia del desastre fue la explosión de un terrible movimiento social y
político que agitó gran número de ciudades italianas, el cual aunque fue sometido por la
fuerza, dejó como saldo un marcado descontento popular. Poco después, en 1900, el rey
Humberto caía asesinado en Milán y lo sucedía Víctor Manuel III que, sin embargo, se opuso a
luchar contra la izquierda. En 1901, Zanardelli y Giolitti formaron un gobierno que
simpatizaba con los movimientos populares; éstos, naturalmente, tomaron un amplio
desarrollo, pero el gobierno supo contenerlos sin declinar en la obra de apoyo a las clases
trabajadoras, y esta actitud le permitió sostenerse en el poder hasta 1905. Poco después llegó al
poder un gobierno conservador encabezado por Sonnino, que encontró la manera de
solucionar por algún tiempo las dificultades administrativas, económicas y políticas por que
atravesaba Italia.
Entre tanto, las dos corrientes de opinión que constituían los secretos resortes de la política
italiana habían tenido un curioso desenvolvimiento. El socialismo, orientado por Turatti y
apoyado por figuras ilustres del pensamiento italiano como Lombroso, Ferri, Labriola y
Ferrero, había ganado terreno en la opinión pública, y a pesar de haberse dividido en dos
tendencias internas, logró imponer algunos de sus principios hasta en algunos círculos
conservadores. Su fuerza creció también en las filas obreras y en muchas ocasiones presidió las
agitaciones de las ciudades industriales del norte. Este desarrollo del socialismo obligó a la
Iglesia a rever su política de apartamiento, impuesta poco después de la ocupación de Roma
por la bula Non expedit, que prohibía a los católicos intervenir en la política italiana; ahora,
ante el progreso de las izquierdas, el Vaticano consideró necesario permitir que los católicos
contribuyeran a fortalecer las derechas, y la bula fue dejada sin efecto en 1905.
Entre tanto, la posición internacional de Italia comenzaba a oscilar y a debilitarse internamente.
Movida por la irritación que le produjo la política de Francia en el norte de Africa, se había
inclinado hacia Alemania y Austria Hungría en 1882 constituyendo la Triple Alianza; pero esta
actitud no la llevó a extremar su hostilidad con las potencias occidentales y la opinión pública
parecía seguir prefiriendo la alianza francesa. Debido a esa circunstancia, Italia apoyó a
Francia contra Alemania en la conferencia de Algeciras de 1904, al debatirse el problema
internacional de Marruecos. Y así, aunque la Triple Alianza se mantuvo, su fuerza interna se
debilitó considerablemente y llegó a deshacerse en el momento crítico.