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HISTORIA CONTEMPORANEA - Francia y el Segundo Imperio
LA ERA LIBERAL
La intervención en Italia y, sobre todo, el apoyo a los liberales italianos entre cuyos objetivos
estaba el arrebatar al papa los Estados Pontificios, le atrajeron a Napoleón III la hostilidad de
los conservadores. Pero el emperador se sentía ya suficientemente fuerte como para prescindir
de este apoyo y lo buscó en los grupos liberales, a los que comenzó a ofrecer facilidades para
intervenir en la vida política. No mucho después comenzaron nuevamente a oírse las voces de
la oposición en el parlamento, y en 1863 fueron elegidos varios diputados republicanos y entre
ellos Adolfo Thiers, historiador y político liberal que había hecho ya una larga carrera en
defensa de sus ideales. Nuevas medidas tomó Napoleón III, buscando congraciarse con los
grupos liberales y las masas obreras: se firmó un tratado de libre comercio con Inglaterra para
provocar un descenso en los precios de los artículos de primera necesidad, se reconoció el
derecho de huelga y se estableció la laicidad de la enseñanza. Más tarde, el emperador delegó
el poder en ministros responsables ante el parlamento y éste adquirió el derecho de iniciar la
gestión de las leyes, que antes pertenecía exclusivamente al emperador.
Pero esta sana política interior se vio obstaculizada por los errores que el emperador cometió
en el plano internacional. Llevado por el deseo de tranquilizar a los católicos y ofrecer
garantías a algunos grupos financieros, decidió lanzarse a una absurda aventura contra el
movimiento liberal que había desencadenado en México el presidente Juárez. La ocasión le
pareció favorable también para congraciarse con Austria, irritada por su intervención en Italia,
en momentos en que la amenaza de Prusia comenzaba a dibujarse en el escenario europeo. En
consecuencia, organizó una expedición francesa y buscó el apoyo de los otros países
acreedores de México —España e Inglaterra—, en unión de cuyas fuerzas realizaron las tropas
francesas un desembarco en Veracruz a principios de 1862.
El objetivo de la campaña era aplastar el movimiento liberal e instaurar en México un imperio
a cuyo frente se pondría a un príncipe austriaco, el archiduque Maximiliano. Una asamblea
constituyente reunida en la dudad de México tomó las disposiciones legales imprescindibles, y
poco después Maximiliano se hilo cargo del poder (1864). Pero las circunstancias comenzaron
a mostrarse hostiles. Los liberales mexicanos organizaron una terrible guerra de guerrillas, y
los Estados Unidos, una vez concluida la guerra de Secesión en 1865, se aprestaron para
intervenir en el conflicto, de modo que Napoleón III comenzó a temer Sor el desenlace de la
aventura que había desencadenado. En esas circunstancias, adoptó una resolución tan
arbitraria como la que tomara al resolverse a intervenir, y dispuso la partida de sus tropas de
México abandonando a Maximiliano a su suerte. Las consecuencias no se hicieron esperar:
pocos meses después de la salida de sus fuerzas, Maximiliano era vencido, tomado prisionero
y fusilado en Querétaro (1867). Así terminaba una aventura de la que Francia no había podido
esperar nada sino la indignación general que, en efecto, produjo su actitud.
Con todo, el más grave contraste que sufrió Napoleón III fue resultado del ascenso de Prusia y
de la irreflexiva conducta del emperador frente a la hábil y firme política de Bismarck. Acaso
creyó que podía recuperar su prestigio abordando una nueva empresa militar de alto vuelo.
Pero le faltaba, para enfrentar a Prusia, organización y capacidad de mando. De ese modo una
vez declarada la guerra el 18 de julio, Francia sufrió derrota tras derrota hasta quedar
aniquilada en Sedán, el 1 de septiembre de 1870, y el día 4 estallaba en París una revolución
dirigida por Gambetta que depuso al emperador y proclamó la república.