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HISTORIA CONTEMPORANEA - Francia durante el Directorio y el Consulado
EL CONSULADO
Integraban el comité Sieyés, Roger Ducos y Bonaparte; pero la influencia de es te último
resultó incontrastable desde el primer momento. Bonaparte preparó una nueva constitución —
llamada del año VIII— y estableció la dignidad de primer cónsul; éste era en realidad el jefe
absoluto del poder, en tanto qué sus dos colegas sólo tenían papel de consejeros. El Cuerpo
legislativo sólo podía aprobar o desaprobar las leyes que le presentaran el primer cónsul y el
Consejo de estado, en tanto que el Senado debía limitarse a ejercer cierta vigilancia sobre el
cumplimiento de las leyes. Por el mecanismo de las elecciones y por el sistema de su
funcionamiento, todos los cuerpos colegiados se transformaron en dependientes de la
autoridad ejecutiva.
Bonaparte fue, en efecto, el jefe del estado dentro de la organización que se llamó el Consulado.
A él se debió la reorganización administrativa y fiscal de Francia, gracias a la cual se
perfeccionó un régimen centralizado y eficaz para corregir los desórdenes a que había
conducido, inevitablemente, la revolución. Del mismo modo, modificó el régimen de
nombramientos de funcionarios locales y de jueces, que de allí en adelante no fueron elegidos
por el pueblo sino por el gobierno central. Finalmente, para dar a la sociedad un instrumento
que rigiera su convivencia, ordenó la preparación de un nuevo Código civil, en el que
trabajaron eminentes juristas.
Consecuente con su propósito, Napoleón Bonaparte se propuso eliminar todas las dificultades
que la revolución había deparado a Francia y que eran ahora obstáculo para su acción de
gobierno y, sobre todo, para sus planes de conquista militar. En 1801 negoció un concordato
con el papado por el que reconocía a la Iglesia y volvía a establecer con ella relaciones
regulares. Quería, entre otras cosas, sustraerles a los realistas un arma poderosa, como era la
prédica contra el régimen ateo; y para completar esta obra, ofreció la amnistía a los emigrados
y, dentro de ciertos límites, la recuperación de sus bienes.
El mismo año que tomó esta medida —1802—, Bonaparte obligaba a los austriacos a pedir la
paz. Sus fuerzas los habían vencido en Italia, en la batalla
de Marengo (1800), y el general
Moreau los derrotó de nuevo en Hohenlinden pocos meses después. Ante la amenaza de que
ocuparan Viena, el emperador firmó con Bonaparte la paz de Luneville, complementada luego
con el tratado de Amiens firmado entre Inglaterra y Francia (1802).
En esta situación, Bonaparte volvió a modificar la constitución para adoptar el titulo de cónsul
vitalicio, y su orgullo creció sobre manera. Su prudencia no fue suficiente para frenar sus
ambiciones y no vaciló en promover nuevamente la guerra contra Inglaterra, a cuyo
embajador entregó los pasaportes en 1803, aduciendo que su país no había cumplido los
compromisos de Amiens. Poco después, al conocer la conspiración de Cadoudal, creyó llegado
el momento de asegurar su autoridad omnímoda y se hizo proclamar emperador.