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HISTORIA CONTEMPORANEA – El derrumbe final del Eje
LA MUERTE DE ROOSEVELT Y LA MUERTE DE LOS DICTADORES
Desde fines de febrero hasta principios de marzo de 1945, los delegados de a si todas las
naciones americanas estuvieron reunidos en el palacio de Chapultepec, en México, elaborando
un sistema de seguridad internacional.
Fue
la última inspiración de Roosevelt. El anciano
estadista, enfermo y casi inválido, había consumido sin egoísmo sus últimas energías en una
labor ciclópea, en agotadoras jornadas con los jefes militares, con los funcionarios que
estudiaban las condiciones de la paz futura, y en largos y fatigosos viajes para contribuir con
su cordialidad y su simpatía personal a la solución de los inevitables rozamientos provocados
por la acción común. El 12 de abril de 1945, cuando la victoria estaba a punto de  consumarse
Roosevelt murió repentinamente en Washington dejando un vacío irreparable. La noticia de su
muerte •conmovió al mundo entero. En los Estados Unidos el duelo fue unánime y fue llorado
como merece un verdadero y esforzado padre de la patria. Ni una sombra enturbió su
memoria y su tumba de Hyde Park fue, apenas muerto, una especie de santuario nacional.
Pocos días después, el mundo tuvo la sensación de que se consumaba la justicia. El 28 de abril,
Benito Mussolini, el fundador del ambicioso imperio y de las tropas de asalto de camisas
negras, el perseguidor de la democracia y el defensor de la consigna de que es necesario "vivir
en peligro", caía en poder de los guerrilleros italianos y moría fusilado en compañía de su
amante Clara Petacci. Su cadáver no mereció el respeto de quienes recordaban sus
persecuciones y permaneció expuesto a la vindicta pública, con una crueldad que acaso no
deba justificarse pero que, innegablemente, tenía su origen en los odios que él mismo había
desatado. El cuadro sangriento quedó completado pocos días después. El 30 de abril, en los
oscuros sótanos de la cancillería del Reich, en medio de los atronadores estampidos de los
bombardeos, Adolfo Hitler, führer del Reich y promotor de la catástrofe que ensombrecía el
mundo hacía cinco años, se suicidaba junto con su compañera Eva Braun, luego de haber
tomado sus últimas medidas para que su cadáver fuera incinerado inmediatamente. Su
herencia había sido la destrucción y el odio, y a su lado cayó el inspirador de sus frenéticos
discursos, José Goebbels, infatigable perseguidor de los judíos.