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HISTORIA CONTEMPORANEA – El derrumbe final del Eje
CAIDA DEL JAPON
La caída de Alemania dejó al Japón en una trágica situación. Todo el peso de la potencialidad
aliada podía volcarse ahora sobre él, y las posibilidades de defensa eran cada vez menores. La
destrucción de las regiones que abandonaban pareció el último recurso que quedaba a los
nipones. En Luzón y en Borneo sus fuerzas sufrieron aplastantes derrotas mientras sus
principales plazas eran bombardeadas terriblemente por la aviación enemiga. Acaso quedara
alguna esperanza de resistir todavía. Pero los días 6 y 9 de agosto, ante la sorpresa universal, la
aviación norteamericana arrojó sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki respectivamente
dos bombas atómicas, armas de existencia casi desconocida hasta entonces y que revelaron un
incalculable poder de destrucción. Había aparecido un nuevo azote para la humanidad, más
terrible que ninguno de los conocidos hasta entonces, y el mundo entero tembló ante su poder
y las posibilidades que anunciaba para el futuro. Pero entre tanto, el emperador Hirohito y el
estado mayor japonés comprendieron que la resistencia era inútil y se apresuraron a ofrecer
una paz compatible con la dignidad nacional del Mikado.
Para el general Mac Arthur, la dignidad nacional del Mikado resultaba una condición
inadmisible. Los barcos y los aviones de los Estados Unidos tenían ya una absoluta
superioridad en mar y aire, y el alto mando americano había tomado todas las providencias
para iniciar inmediatamente una eficaz y decisiva ofensiva. Además, quedaban todavía en
reserva algunas otras bombas atómicas para arrojar contra Tokio, donde el Mikado residía. El
11 de agosto, Mac Arthur exigió la rendición incondicional y la sumisión del emperador a las
autoridades militares norteamericanas. Tres días después, el 14 de agosto, el presidente de los
Estados Unidos, Harry Truman, anunciaba que el Japón se había rendido sin condiciones, y el
2 de septiembre se firmaban las capitulaciones correspondientes a bordo del acorazado
Missouri, anclado en la bahía de Tokio.
Prontamente, fuerzas americanas e inglesas ocuparon los puntos neurálgicos que todavía
conservaban los japoneses, y al cabo de pocos días quedó anulado todo intento de resistencia
por parte de las fuerzas armadas del Japón, algunos de cuyos jefes se negaban a reconocer los
términos de la capitulación, difundida radiotelefónicamente por medio de un disco grabado
por el emperador. Algún jefe pretendió, en efecto, continuar la lucha; algún otro, como el
general Tojo, intentó suicidarse. Pero la mayoría resolvió acatar la orden de Hirohito, que
debió consentir en visitar al general Mac Arthur en su cuartel general, donde fue recibido sin
etiqueta alguna. La última resistencia del antes poderoso Eje Roma-Berlín-Tokio había
terminado en medio del más terrible desastre militar que registra la historia.