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HISTORIA MODERNA - Renovación cultural y religiosa
EL RENACIMIENTO
En cuanto se refiere a la creación tanto en la literatura como en las artes plásticas, esta nueva
era se sintetiza en una palabra que ha adquirido intenso poder evocativo: Renacimiento. Si se
quisiera precisar qué es lo que renace, habría que destacar el retorno de la actitud que tenía el
hombre antiguo frente a la naturaleza y el retorno de su sensibilidad. Desde este punto de
partida, los
artistas del Renacimiento intentan imitar a los antiguos, pero no los siguen
fielmente sino que buscan sus propias maneras de expresión y logran crear formas originales
que, en efecto, corresponden a contenidos originales.
Este renacimiento de la actitud frente a la naturaleza y de la sensibilidad antiguas se opera
principalmente en Italia, a partir del siglo XIV. Suele decirse que Dante Alighieri, Giotto,
Francisco Petrarca y Juan Boccaccio son los precursores. Podría ser esta lista mucho más
numerosa, aunque es innegable que son ellos los más significativos. Y lo son, efectivamente, en
ciertos aspectos, aunque en otros estén firmemente adheridos al espíritu medieval. Todos ellos
provienen de la Toscana, porque en esta región florece ese espíritu renovador y en ella dará
sus primeros frutos ya en el siglo
XIV y sobre todo en el XV. Esta es la época de Marsilio
Ficcino, de León Bautista Alberti y de Pico de la Mirándola; de los poetas Pulci y Poliziano; de
los arquitectos Brunelleschi y Majano; de los escultores Donatello y Verrochio; de los pintores
Masaccio, fray Angélico, Piero de la Francesca, Melozzo de Forli y Sandro Botticelli. Todos
ellos hallaron la decidida protección de los grandes señores que amaban las artes y prodigaban
sus recursos para estimular la creación, y todos ellos fueron admirados en las cortes señoriales,
en las que las damas y los caballeros se enorgullecían de su saber y su sensibilidad.
Ya por esta época comienza a difundirse el espíritu renacentista por algunas otras regiones de
Europa, pero es todavía en la misma Italia donde dará sus más altos frutos. Ahora el centro de
la actividad artística se ha desplazado hacia Roma, y poco después se trasladará a Venecia.
Leonardo, Miguel Angel y Rafael; Ariosto y Tasso; Maquiavelo y Guicciardini: tales son las
cumbres de esta época, tan rica en temperamentos creadores que aun las figuras que se
esconden tras éstas de primer plano, hubieran alcanzado renombre universal en cualquier otro
tiempo.
Ya por entonces brillaban en otros países europeos figuras ilustres. En España hubo poetas
altísimos, como Garcilaso de la Vega o fray Luis de León; artistas vigorosos y delicados, como
Alonso Berruguete o el Greco; novelistas y dramaturgos de tan excelsa gloria como Cervantes,
Lope de Vega, Tirso de Molina o Calderón de la Barca. Francia vio por entonces brillar el genio
de un humanista como Montaigne, de un novelista como Rabelais, de un poeta como Ronsard,
de un pintor como Clouet. En Alemania y los Países Bajos aparecieron filósofos ilustres como
Lutero o Erasmo y artistas valiosos como Cranach, Durero, Holbein o Rubens. Y en Inglaterra,
tras la figura severa de Tomás Moro, brillará la de Shakespeare, el más extraordinario
dramaturgo de los tiempos modernos.
Sobre todos estos personajes, y sobre otros muchos que sería ocioso nombrar, hallará el lector
noticias en otras partes de esta obra. Pero no podrían dejar de mencionarse en una historia de
la Edad Moderna, porque todos ellos componen un vasto movimiento espiritual que tiene en
la vida de su tiempo y en la del que siguió luego, una importancia decisiva. Es entonces
cuando se constituyen las nuevas minorías directoras cuya huella habrá de ser seguida a través
de varios siglos por quienes presidan la vida colectiva. En su tiempo —no debe olvidarse— no
fueron sino minorías las que compartieron las ideas y las tendencias de estos hombres. Estaban
agrupados, generalmente, alrededor de ciertos grupos directores de la opinión, y de allí
sacaron su fuerza y su prestigio, pero las masas no compartían sus ideales y seguían aferradas
a ciertas tradiciones de las que ellos hacían burla. Frente a la actitud crítica de un Erasmo o de
un Moro, subsistía la vieja credulidad de las masas; frente a las preferencias estéticas de
Miguel Angel o del Greco, perduraba en ellas las que se habían formado poco a poco en la
contemplación del arte medieval. Pero eso no fue obstáculo para que triunfara y se difundiera
el espíritu renovador y conquistara capas sociales cada vez más extensas para sus ideales.
Bien mirado, el movimiento renacentista corresponde a una crisis decisiva del espíritu
europeo. Surge como un alarde de grandeza en una Italia cuya decadencia económica y
política era visible; se propaga como una tendencia universal cuando tienden a definirse las
nacionalidades; y de ese vasto conjunto de ideas y de preferencias estéticas, sólo algunas darán
sus frutos sazonados, en tanto que otras se frustrarán poco después para permitir, inclusive,
que brotaran de nuevo las que habían combatido y parecían sepultadas en el olvido.
Signo de una " intensa inquietud, el Renacimiento corresponde, en el plano de la creación, a
otro movimiento no menos intenso en el campo de la vida espiritual: la Reforma religiosa, en
la que se pondrá de manifiesto la misma inquietud, el mismo afán renovador, la misma celosa
afirmación del primado del individuo.
ARTESONADO DE UNO DE LOS SALONES DEL PALACIO DE SCHIFANOIA. Algunas de
las cortes italianas del siglo XVI se caracterizaron por el lujo que desplegaron en sus
residencias. El grabado muestra un interior renacentista típico, del palacio de Schifanoia, en
Ferrara, Italia.