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HISTORIA MODERNA - El mundo oriental y el Imperio Otomano hasta fines del siglo XVIII
EL IMPERIO OTOMANO
Durante el siglo XVIII comenzó a acentuarse la declinación del imperio otomano, cuyos
progresos territoriales se habían detenido ya. Ahora, el gobierno otomano debía atender a la
constante hostilidad de Rusia que, desde los tiempos de Pedro el Grande, se manifestaba
dispuesta a extenderse hacia el Sur, amenazando la región caspiana. En 1736, Rusia le declaró
la guerra y asaltó sus posiciones en el mar Negro con éxito relativo. La paz se firmó entre el
imperio y Rusia en 1739, y si bien es cierto que Turquía no experimentó por el momento
fuertes pérdidas, quedó demostrado que sus fuerzas habían perdido el carácter de imbatibles
con que las adornaba la leyenda.
La guerra se reanudó en 1768, en época de Catalina II, y duró hasta 1774, perdiendo esta vez
Turquía la Crimea y, sobre todo, el control del mar Negro. Por el tratado de Kutchuk-
Kainardji, Crimea fue declarada independiente, pero Rusia no vaciló en anexársela, con lo cual
se desencadenó un nuevo conflicto entre las dos potencias, que estalló en 1787. Las
consecuencias de esta guerra fueron también desfavorables para Turquía, cuya frontera con
Rusia quedó establecida en el río Dniester y la costa del mar Negro hasta el Cáucaso.
Quedaba todavía el problema de los
Balcanes, donde la dominación turca no había logrado
afianzarse a pesar del largo tiempo transcurrido desde la conquista. En efecto, la política
religiosa del imperio otomano se caracterizó por desentenderse de toda labor de catequesis
musulmana, quizá porque le resultaba más cómodo dejar que la Iglesia ortodoxa manejase a la
masa conquistada y le asegurase al conquistador su docilidad. Por lo demás, el régimen
político no se basaba en la incorporación de los pueblos conquistados sino en su mera
sumisión; pero solamente un poder muy fuerte podía asegurar la perduración de este dominio
en un territorio tan extenso y diverso.
Ahora bien, el siglo XVIII es la época de declinación de ese poder. Las circunstancias que
permitieron las sucesivas derrotas de Turquía frente a Rusia fueron, precisamente, la crisis de
las 'tradicionales calidades guerreras de los turcos. El poder central se había debilitado
considerablemente, y por esta época podía decirse que era, prácticamente, prisionero de los
genízaros que, sin poseer ya las antiguas virtudes militares que los caracterizaban, poseían el
control de la capital e imponían su autoridad sobre los sultanes.
Sólo uno de ellos, Selim III, que subió al poder en 1789, trató de sacudir esta tutela y organizar
una fuerza militar que por su instrucción, pudiera competir con las europeas. Pero los
genízaros comprendieron que se amenazaba su poder y no vacilaron en tomarlo prisionero y
asesinarlo poco después. De este modo, el imperio otomano marchaba hacia su disgregación,
que debía comenzar precisamente en los Balcanes, donde su autoridad era más inestable.