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HISTORIA MODERNA - Italia, España y Portugal
PORTUGAL
Por su situación y sus compromisos, Portugal tendía a mantener una relación estrecha con
Inglaterra, y esta circunstancia presidió su política durante el siglo XVIII. Al comenzar la
guerra por la sucesión de España, Portugal abandonó sus compromisos anteriores y se alió a
Inglaterra en 1703, interviniendo en la guerra contra España tanto en el continente como en los
dominios coloniales. En adelante, Portugal siguió las directivas inglesas para orientar su
política exterior, y ya se ha dicho cómo intentó servir de intermediario para atraer a España
dentro de la órbita de Inglaterra en los prolegómenos de la guerra de los Siete Años. Fracasado
este propósito, Portugal se vio envuelto nuevamente en un conflicto con su vecina y los
ejércitos españoles invadieron su territorio; pero como el resultado de la guerra fue favorable a
Inglaterra, Portugal no sólo no tuvo que sufrir perjuicios sino que por el contrario obtuvo
algunos territorios en las colonias del Río de la Plata.
Desde la muerte de Juan V (1750), ocupaba el trono de Portugal José I, quien entregó la
dirección de los asuntos públicos en manos de un hombre excepcional, el marqués de Pombal.
Gracias a su acción, Portugal se incorporó al movimiento liberal y progresista que por
entonces predominaba en la mayoría de los estados europeos. Como Carlos III, trató de limitar
la acción de la Iglesia, y se preocupó de reorganizar la hacienda, el ejército y la marina para
hacerlos más eficaces. Al mismo tiempo, apeló a toda suerte de recursos para mejorar la
riqueza de la nación, protegiendo y estimulando la agricultura, las industrias y el comercio, y,
especialmente, la explotación de las ricas colonias que Portugal conservaba, el Brasil sobre
todo.
En Portugal, los jesuitas contaron con el apoyo de la nobleza que, como aquéllos, odiaban al
ministro. Un atentado sirvió de pretexto para que Pombal pusiera en ejecución sus designios;
castigó severamente a la nobleza que se oponía a los planes progresistas del rey y ordenó la
expulsión de los jesuitas de todos los dominios portugueses.
La suerte de Pombal quedó sellada con la muerte de José II, en 1777. Su sucesora, la reina
María I, lo relevó de su cargo y hubo de ser perseguido por sus enemigos, que volvieron a
gozar de los privilegios que Pombal les había arrancado. Los años que siguieron fueron
difíciles para Portugal, cuya reina comenzó a demostrar que perdía la razón; con todo, ejerció
nominalmente el poder hasta 1792, en que se encargó de la regencia su hijo Juan, casado con la
princesa española Carlota, fue él quien tuvo que afrontar las dificultades que suscitó en
Portugal la Revolución francesa y más tarde la política expansionista de Napoleón.