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HISTORIA MODERNA - Italia, España y Portugal
ESPAÑA
Los últimos tiempos del siglo XVII habían sido trágicos para España. El largo y nefasto reinado
de Carlos II había servido para acentuar y evidenciar la declinación de ese país como potencia
internacional, y su incapacidad como gobernante apresuró la descomposición interior que se
anunciaba desde los tiempos de Felipe III. En tal situación, el papel que debían desempeñar los
Borbones, que ocuparon el trono español desde 1701, estaba diseñado por las circunstancias.
Era imprescindible reanimar un país vigoroso y pletórico de fuerzas contenidas, y
reincorporarlo luego a la corriente general de actividad y pensamiento que triunfaba en
Europa. Y puede decirse que, en cierta medida, este programa fue cumplido por
Felipe V
como así también por quienes le sucedieron en el trono.
Felipe V fue elegido por Carlos II como sucesor en la totalidad de sus estados, y tuvo que
dedicar los primeros años de su reinado a defender su derecho frente a las pretensiones de los
Habsburgos. Abandonado por Portugal, que se unió a los ingleses, tuvo que combatir en
España contra un ejército inglés cuya jefatura ejerció el propio pretendiente austriaco al trono,
el archiduque Carlos, a cuyo lado se pasaron algunas regiones españolas. Cataluña,
especialmente, optó por Carlos después de haber s do tomada por las fuerzas de Peterbough,
movida, ciertamente, por la poca afinidad que sentía respecto a Castilla. En tal situación la
guerra se hacía difícil para Felipe V, que por dos veces tuvo que abandonar Madrid, en 1706 y
en 1710. Pero afortunadamente para él, las fuerzas del mariscal Vendóme derrotaron a las
imperiales en la batalla de Villaviciosa en 1710, y poco después su posición se vio robustecida.
Al cabo de algún tiempo, Inglaterra abandonó a Cataluña y Felipe V puso sitio a Barcelona,
ciudad que consiguió tomar tras un largo asedio en 1714. Ya para entonces, Inglaterra había
hecho la paz con los Borbones, reconociendo a Felipe V como rey de España y sus colonias,
aunque con la expresa condición de que renunciaba al trono de Francia.
A partir de entonces, el gobierno de Felipe V adquirió una fisonomía especial debido a la
influencia que ejercía sobre el ánimo del rey su segunda esposa, Isabel de Farnesio. Con ella
comenzó a prevalecer en la corte el abate Julio Alberoni, italiano de origen, cuya orientación
política debía hacer desviar la atención del nuevo rey de España hacia los problemas italianos
que, bien mirados, eran un poco accesorios respecto a aquel país. Pero Alberoni, como Isabel
de Farnesio, tenían un interés directo por los asuntos de Italia, en la cual la guerra por la
sucesión había comenzado a trastrocar las cosas, porque, en efecto, España acababa de perder
sus dominios en el reino de Nápoles en beneficio de la casa de Austria y la de Saboya.
Alberoni movió a Felipe V a que no desmayara en la recuperación de la influencia de la corona
española en aquella región, y como el conflicto fuera nefasto para España, Alberoni vio
declinar su estrella en 1719, tras cinco años de ejercicio del poder. Su labor en los asuntos
interiores había sido más afortunada. Para preparar a España según las necesidades de la
lucha a que quiso lanzarla, reorganizó la administración y estimuló de diversas maneras su
vida económica, estimulando las industrias y el comercio; además, quiso hacer de España una
potencia militar y naval y no vaciló en realizar ingentes gastos con ese fin. Pero todo ello
quedó malogrado por su arriesgada y endeble política exterior, en disonancia con el juego de
fuerzas que por entonces se había establecido en Europa.
Felipe V se mantuvo en el gobierno hasta 1724, pero abdicó luego en favor de su hijo Luis I, a
cuya muerte, sin embargo, tuvo que volver a hacerse cargo del gobierno. Entonces llamó como
primer ministro a José Patiño, un espíritu progresista y un hombre de acción que quiso
retomar el camino que Albero-ni había seguido antes de él. También Patiño procuró por todos
los medios vivificar la agricultura, las industrias y el comercio, y poner a España en un pie de
igualdad diplomática y militar con las demás potencias, situación que había perdido ya mucho
antes.
Para lograr esta última aspiración, creyó que la ocasión era llegada al trabarse el conflicto entre
Francia y Austria por la sucesión de Polonia, en 1733. Más afortunado que Alberoni, sus
designios fueron acompañados esta vez por el éxito aunque él mismo no alcanzara a ver los
resultados. Austria fue derrotada y, en virtud del tratado de Viena de 1738, los Borbones
españoles recibieron el reino de las Dos Sicilias, que Felipe V confió a su hijo Carlos. Acaso fue
ésta la página más brillante del reinado de Felipe, que murió en 1746, totalmente desentendido
ya de los asuntos del Estado.
EL REY FELIPE V DE ESPAÑA. Perteneciente a la dinastía francesa de los Borbones, Felipe V
introdujo en España una nueva corriente de ideas. Pero lo acompañaron las complicaciones
diplomáticas que suscitaban sus relaciones con la corona francesa, que comprometieron a
España.
A su muerte, lo reemplazó su hijo Fernando VI, cuya esposa, de origen portugués, sirvió de
vehículo para que prevalecieran ciertas influencias inglesas en la corte de Madrid. Desde ese
momento, la política española osciló entre las dos influencias —la tradicional, francesa, y la
nueva, inglesa— sin que el rey supiera dar una firme orientación durante todo el tiempo que
ejerció el poder. Más enérgico se mostró su hermano y sucesor, Carlos, que dejó el trono de
Sicilia para ocupar el de España en 1758. Espíritu liberal y progresista, enérgico y prudente, su
época debía ser la más brillante de la España del siglo XVIII.
Su política exterior se orientó rápidamente hacia Francia y, mediante el Pacto de familia, se
comprometió a mantenerse dentro de la línea de los intereses franceses. Por esa circunstancia
tuvo que intervenir en la guerra de los Siete Años y sufrir la pérdida de algunas de sus
colonias. Pero, en cambio, su actuación interna estuvo guiada por un claro propósito de
renovación de la vida española, y contó para sus fines con el auxilio de excelentes consejeros y
colaboradores.
Durante los primeros tiempos trabajó a su lado el marqués de Esquilache, que lo había
acompañado desde Nápoles, pero un motín popular lo obligó a desprenderse de él, y entonces
ocupó el ministerio el conde de Aranda, a quien se sumó luego el conde de Floridablanca; A su
vez, supieron sus ministros rodearse de un equipo de colaboradores eficaces e inteligentes, y
de este modo la obra que cumplió el gobierno se caracterizó por su eficacia.
Para vivificar la vida económica de la nación según los principios liberales, Carlos III no vaciló
en suprimir muchos impuestos y reordenar la percepción de otros, de modo que, sin mayor
perjuicio para el estado, pudo liberar a los particulares de las cargas que contenían y
aumentaban su actividad productiva. Además el gobierno los favoreció de manera directa,
colaborando en el mejoramiento técnico de las industrias y haciendo las obras necesarias para
que prosperara la agricultura. En poco tiempo, las consecuencias de estas medidas dieron sus
frutos y se notó un resurgimiento del país que colmó de entusiasmo a los espíritus
progresistas, prolongándose sus consecuencias hasta las colonias, que mejoraron notablemente
en sus condiciones de vida y en sus perspectivas de desarrollo.
Corro todos los soberanos liberales de su época, Carlos III procuró contener la exagerada
influencia que la Iglesia ejercía dentro del Estado. Los jesuitas, sobre todo, parecieron
constituir un peligro por su poder y su autonomía. Carlos III no vaciló en expulsarlos de sus
dominios acusándolos de haber promovido una insurrección en el Río de la Plata y señalando
el riesgo que entrañaba para el Estado una organización que, en la práctica, escapaba a su
control.
A la muerte de Carlos III, en 1788, lo reemplazó su hijo Carlos IV. Nada más opuesto a su
padre que el nuevo rey, espíritu apocado y sin iniciativa, que se dejó gobernar por su esposa
María Luisa y su favorito Manuel Godoy.
Por otra parte, la época en que le tocó actuar hubiera puesto a prueba a hombres mejor
templados que él, porque a poco de subir al poder estalló en Francia la Revolución de 1789 y
España se vio inevitablemente arrastrada por los conflictos que se suscitaron en toda Europa
con motivo de los violentos acontecimientos originados por el movimiento francés.
EL REY CARLOS III DE ESPAÑA. El espíritu renovador del siglo XVIII brilló en España con
Carlos III, cuyos ministros procuraron avivar la adormecida economía española y el abatido
espíritu público de aquel entonces.