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HISTORIA MODERNA - La guerra de los Treinta Años
RICHELIEU
El cardenal Richelieu había llegado a ser ministro de Luis XIII de Francia tras una breve lucha
cortesana durante la época de la regencia de María de Médicis. A la muerte de Enrique IV
(1610), la situación del reino era bastante intranquila porque, a pesar de los esfuerzos del
monarca y de su ministro Sully, las luchas religiosas habían dejado un rescoldo que
amenazaba reavivar el fuego en cualquier momento. Se sucedieron los ministros de la
regencia, pero ninguno pudo afrontar la grave situación con energía hasta que, en 1624, entró a
formar parte del consejo del rey el cardenal Richelieu, cuya política debía dirigirse a afirmar
por sobre todo la autoridad real siguiendo tres caminos concurrentes: sometimiento de la
nobleza, desarme de los protestantes y afianzamiento de la posición internacional de Francia.
Esta labor fue cumplida metódica e implacablemente por Richelieu, que gobernó
dictatorialmente hasta 1642. Con la nobleza fue inexorable, y no vaciló en condenar a muerte a
los hombres más encumbrados de sus filas para hacer respetar las medidas tomadas en
nombre
del rey: así pereció, por ejemplo, el duque de Montmorency. Respecto a los
protestantes —o hugonotes, como se les llamaba— no fue menos enérgico. Los combatió como
partido y decidió arrebatarles las cien plazas fuertes que le habían sido concedidas por el
edicto de Nantes que dictara Enrique IV. Para ello tuvo que decidirse a afrontar una guerra, en
la que los protestantes contaron con el auxilio de Inglaterra, pero en la que no pudieron
sobreponerse a la resuelta acción del ministro. Tomada La Rochela, los protestantes quedaron
indefensos y su situación fue reglada por la gracia de Alais (1629), por la que se les reconocía
libertad de culto, pero se les negaba todo derecho a organizarse como partido.
El punto más delicado de su política debía ser el que se relacionaba con la situación
internacional de Francia. No sin temor, Richelieu observaba cómo parecían cumplirse los
designios de Fernando II de Austria, destruyendo los obstáculos que se le oponían. Si, en
efecto, llegaba a triunfar, Francia tendría al este una potencia unida y de extraordinario poder,
en condiciones, por otra parte, de aliarse con España, gobernada por otra rama de los
Habsburgo. El peligro era inminente, y Richelieu, pese a su condición de cardenal de la Iglesia
católica, no vaciló en apoyar a los príncipes y reyes protestantes que pudieran contribuir a
frustrar las ambiciones del emperador. Pero cuando cayó Gustavo Adolfo en la batalla de
Lützen y los protestantes resultaron vencidos en Nürdlingen, Richelieu comprendió que era
necesario echar en la balanza todos sus recursos para decidir en su favor la cuestión de la
hegemonía europea.
EL CARDENAL DE RICHELIEU. Primer ministro de Luis XIII, Richelieu ejercitó su
temperamento autocrático en el gobierno, pero sirvió a la Corona devolviéndole su autoridad.
(Cuadro de Felipe de Champaigne. Paris, Louvre)