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HISTORIA MODERNA - La guerra de los Treinta Años
EL IMPERIO ALEMAN A PRINCIPIOS DEL SIGLO XVII
El rasgo distintivo de la política del siglo XVI parecía ser la autocracia. España, Francia,
Inglaterra marchaban lenta pero firmemente hacia un tipo de autoridad cada vez más
absoluto, y con ello lograban una más ajustada concurrencia de todas las fuerzas de la nación
hacia sus principales objetivos políticos. Todo hacía suponer que, sin unificación nacional y sin
autoridad absoluta, era imposible entrar en la competencia por el predominio europeo.
Este punto de vista era particularmente grave en el caso del imperio. Desde la Edad Media, su
característica era el estar constituido por un conjunto de estados casi autónomos, sobre cuyos
príncipes ejercía el emperador una autoridad harto restringida. En las postrimerías del siglo
XV, Maximiliano de Austria había logrado reforzar su posición, y Carlos V hubiera podido
concluir su obra a no mediar el desencadenamiento de las guerras religiosas, que minaron su
poder y dividieron el cuerpo mismo del imperio. Esa situación no pudieron corregirla los
emperadores que le siguieron, cuya aspiración fue, sobre todo, poner coto a las guerras civiles
y establecer un orden en los problemas religiosos, sobre la base aceptada tras la paz de
Augsburgo, esto es, que la religión del príncipe debía ser considerada la de los súbditos.
A principios del siglo XVII, las pasiones se habían calmado. Empero, las posibilidades del
imperio como potencia internacional parecían depender de una más estrecha unidad de sus
estados y de una autoridad más absoluta por parte del emperador. Para asegurarlas y
tornarlas en realidades, el emperador Fernando II, elegido en 1619, resolvió hacer la unidad
sobre la base de la religión católica y de la obediencia a su autoridad absoluta. La guerra no se
hizo esperar en Alemania, y en ella se complicó luego media Europa.
Antes de ser elegido emperador, Fernando II heredó Bohemia, un estado de población eslava
que había manifestado desde la Edad Media una acentuada inquietud religiosa. Para
proseguir su tarea de unificación católica que había comenzado en Estiria, Fernando comenzó
a perseguir a los protestantes, que eran muy fuertes en Bohemia. En 1618, dispuso prohibir las
reuniones religiosas, y los protestantes respondieron a ese decreto sublevándose y arrojando
por la ventana de la fortaleza de la capital a los funcionarios reales: fue ésta la llamada
"defenestración de Praga". Poco después, los sublevados declararon depuesto del trono a
Fernando y eligieron rey al elector del Palatinado, Federico V, un príncipe calvinista yerno del
rey de Inglaterra y nieto de Guillermo el Taciturno de Holanda. Todo hacía esperar que
Federico renovara el espectáculo de la resistencia protestante frente a la Contrarreforma; pero
Federico V no supo mantener las posiciones conquistadas y poco después, en 1620, se dejó
derrotar por Fernando II, que acababa de ser elegido emperador y volcó en la lucha no sólo sus
fuerzas católicas sino también las luteranas del elector de Sajonia.
La represión fue enérgica; pero como no abarcó solamente la Bohemia, el conflicto se
generalizó, porque el emperador despojó a Federico del Palatinado —que era el centro del
calvinismo alemán— y lo entregó a Maximiliano de Baviera, jefe de la Liga católica. Entonces
los protestantes se sintieron seriamente amenazados y pidieron ayuda a Cristián de
Dinamarca.
FEDERICO V DEL PALATINADO. Encabezando la resistencia de los protestantes contra el
emperador Fernando II de Austria, el elector del Palatinado contribuyó a desencadenar la
terrible guerra llamada de los Treinta Años.