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HISTORIA MODERNA - Francia hasta la víspera de la revolución
LUIS XVI
Acaso pudiera decirse que, a diferencia de su antecesor, poseía Luis XVI un deseo sincero de
remediar los males que sufría Francia. Librado a su propia determinación, acaso hubiera
tomado las medidas que exigía la situación, entre todas las cuales la más urgente e importante
era la reducción de los inmensos gastos que demandaba la corte de Ver-salles, cuyo lujo y
exigencias insumían buena parte de las rentas fiscales. Pero, así como las favoritas ejercieron
una influencia absoluta sobre Luis XV, su nieto sufrió la de su propia esposa, la princesa
austriaca María Antonieta, que se manifestó decididamente resuelta a no tolerar la declinación
del boato real.
El rey era tímido y de carácter débil. María Antonieta, por el contrario, tenía una indomable
soberbia y había sido educada por su madre, la emperatriz María Teresa de Austria, dentro de
los más inflexibles principios del absolutismo. Sin tener una verdadera preocupación por los
problemas de gobierno, intervenía, en cambio, en todo aquello que se relacionaba con la vida
de la corte, en la que extremó los gastos a causa de su frivolidad y sus caprichos. Y como la
situación era ya harto grave, los problemas nuevos se sumaron a los antiguos dificultando
cada vez más el enderezamiento de la situación.
Guiado por sus honrados propósitos, Luis XVI quiso seguir la vía de algunos monarcas
europeos y pretendió encomendar la solución de los graves problemas económicos a alguno
de los hombres que encarnaban el pensamiento moderno. A tal fin, llamó para que dirigiera la
hacienda pública a uno de los redactores de la Enciclopedia, Roberto Jacobo Turgot, que había
publicado un libro sobre la grave cuestión económica y fiscal titulado Reflexiones sobre la
formación y distribución de las riquezas. Un claro sistema de ideas permitiría a Turgot tomar
las providencias necesarias para remediar el creciente déficit del erario y, sobre todo, estimular
el desarrollo de la vida económica de la nación.
Desgraciadamente, Turgot sostuvo que toda reforma debía partir de una severa reducción de
los gastos públicos, y especialmente de los que, como los que exigía el mantenimiento de la
corte, eran totalmente improductivos. El resto de las medidas que tomó no preocuparon
mayormente en Versalles. Pudo establecer la libertad para el comercio de granos, la igualdad
en el régimen impositivo y la supresión de las corporaciones. Pero las economías en los gastos
de la corte sublevaron contra él al grupo perjudicado por tal medida, y los numerosos nobles
que recibían abundantes pensiones se vieron protegidos por María Antonieta, quien se opuso
terminantemente a las iniciativas del ministro. Podía argüir en su favor el descontento que sus
otras medidas habían provocado en las clases burguesas, que se veían perjudicadas por ellas;
pero eran los nobles y ella misma quienes estaban resueltos a acabar con el ministro, y sobre
todo, quienes podían hacerlo.
En electo, tras algunas vacilaciones, y repitiendo muchas veces que estaba seguro de la
rectitud de sus intenciones y la eficacia de sus planes, Luis XVI terminó por pedir en 1776 la
renuncia de Turgot, que la entregó advirtiendo al rey de los peligros a que lo conduciría su
debilidad. Y en efecto, el malestar se hacía cada vez más notorio, y se concentraba alrededor de
la figura de la reina, a quien se juzgaba culpable de la mayor parte (le los males.
La situación empeoró tras la salida de Turgot y el déficit se hacía insostenible, sobre todo
después de la guerra mantenida contra Inglaterra a partir de 1778. Algunos años más tarde, la
situación se precipitó con motivo de una proposición del ministro Calonne, que cayó en un
terreno propicio para la insurrección. Calonne sostuvo la necesidad de crear un impuesto
general, frente al cual no valdrían los antiguos privilegios; pero el Parlamento negó a la
Corona el derecho de establecerlo y exigió la convocatoria de la asamblea de los tres estados —
nobleza, clero y burguesía—que se conocía con el nombre de Estados Generales. Hubo
resistencia del rey y agitación popular. Finalmente, cediendo a la presión, Luis XVI aceptó las
imposiciones del Parlamento y los convocó para mayo de 1789.
EL REY LUIS XVI DE FRANCIA. Débil y bien intencionado, Luis XVI se dejó arrastrar por la
corriente de los hechos, sin oponerle una política decidida y apropiada a las circunstancias.