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HISTORIA MODERNA - La crisis del siglo XV y los albores de la Edad Moderna
LA CRISIS ESPIRITUAL
A la burguesía naciente se debió también la intensa actividad espiritual que caracterizó los
últimos siglos de la Edad Media. De sus filas salieron la mayoría de los monjes y los clérigos
seculares que poblaban las aulas de las universidades medievales, ya fuera para enseñar, ya
para aprender. Y a pesar de que la teología era la disciplina fundamental que se estudiaba en
ellas, poco a poco comenzó a desarrollarse una inquietud intelectual que no se satisfacía con el
contenido dogmático que entrañaba aquella enseñanza. De ese modo, se empezaron a buscar
nuevos caminos, ya en los últimos siglos de la Edad Media, y por ellos se llegó a una paulatina
transformación del espíritu occidental, que es perfectamente visible en el siglo XV.
No podría decirse que la concepción cristiana de la vida haya sido aniquilada, ni siquiera
desalojada del primer lugar. Pero lo cierto es que se han constituido por todas partes minorías
escépticas, que buscan otras orientaciones: unas a través de los autores paganos, estudiando la
filosofía, la ciencia y la política que se escondía en las obras fundamentales que la Antigüedad
había legado; y otras a través del estudio de la naturaleza y de sus fenómenos, ensayando
nuevos métodos y arriesgando nuevas conclusiones.
Para estas minorías intelectuales —cuyas ideas conquistarían poco a poco otras napas
sociales— el centro del universo, el objetivo fundamental de sus estudios y preocupaciones, el
más alto valor a que procuraban referirse, no era ya el Dios de la teología cristiana, sino el
individuo mismo y la naturaleza circundante, tras de lo cual cabía imaginar una divinidad
que, sin embargo, difería en algo de la que imponía el dogma. Los humanistas del siglo XV no
siempre se mostraban ateos, pero sus inquietudes intelectuales, los problemas que los
angustiaban y las soluciones que proponían revelaban a las claras que no compartían aquellas
creencias que predominaron totalmente algunos siglos antes. Ni siquiera los contenía la
autoridad de las Escrituras, porque algunos sabios se atrevieron a afirmar —después de largos
estudios— que no era la tierra sino el sol el centro del sistema planetario. Esta afirmación de
Copérnico fue defendida por las minorías cultas, y como ésta, otras muchas fueron expuestas y
sostenidas a pesar de su heterodoxia. Una nueva sed de saber se ha apoderado del hombre, y
para saber abandona el hombre la actitud sumisa frente a los dogmas y procura indagarlo todo
según su mente y sus sentidos. Esta transformación espiritual anuncia más que ninguna otra
cosa los albores de la modernidad.