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HISTORIA MEDIEVAL - Las transformaciones en la sociedad feudal 
LAS TRANSFORMACIONES ECONOMICAS
Con la disolución del Imperio Carolingio —y aun antes— la actividad comercial, que hasta
entonces mantenía las características de la época romana, declina rápidamente en la Europa
occidental cristiana; esta declinación significó para la Europa feudal un retorno a cierta forma
de economía natural, cuyo ámbito es el feudo, sin que se insinúen esfuerzos para reconstruir
los lazos económicos interfeudales o internacionales. El comercio mediterráneo quedó muy
pronto en manos de los musulmanes, que, aunque raramente llegaban a las zonas cristianas,
poseían en el Occidente los puertos de Africa, España e Italia para sus actividades. Sólo le
hacían una pequeña competencia las naves bizantinas y venecianas, cuyo comercio, sin
embargo, era bastante reducido por entonces.
Esta situación cambió considerablemente a partir de la primera Cruzada. La posesión de
puertos en el Oriente, como Antioquía y San Juan de Acre, permitió el establecimiento de un
tráfico regular entre el Oriente y el Occidente cristiano, del cual se beneficiaron algunos
puertos italianos, como Génova, Pisa, Nápoles o Amalfi y, luego, algunos franceses o
españoles, como Marsella o Barcelona. El resultado de este intercambio fue harto provechoso.
Del Oriente se trajeron productos manufacturados y, especialmente, artículos de lujo, de modo
que, con mucha frecuencia, bastaban a un negociante dos o tres viajes afortunados para
amasar una considerable riqueza en buena moneda. Estos productos comenzaron a tener gran
aceptación; las telas finas, los perfumes, los objetos de marfil o de ámbar, las maderas
perfumadas, los aceites y tantos otros artículos fueron muy pronto imprescindibles en las
cortes feudales y reales, que de groseras y rudas se tornaban refinadas y lujosas.
Muy pronto, el comercio y el naciente capital comenzaron a estimular las industrias, de modo
que el tráfico se complicó con la exportación de objetos manufacturados de origen occidental.
Así apareció muy pronto un comercio terrestre que puso en comunicación al Mediterráneo con
algunas regiones del interior de Europa occidental y, además, con otro ámbito comercial
sumamente importante: el del Báltico y el mar del Norte. En efecto, a partir del gran interregno
alemán (1250-1273), las ciudades marítimas de Alemania comenzaron a desarrollar sin
limitaciones una viva actividad comercial; Bremen, Hamburgo, Lübeck, Colonia y varias otras
comenzaron a realizar no sólo un activo tráfico mutuo, sino también un comercio de vasto
alcance que pronto las puso en relación estrecha con ciudades alejadas. Así se formó un
sistema comercial que anudó ciudades tan distantes como Bergen, en Noruega o Novgorod, en
Rusia —de donde provenían pieles y maderas—, y Londres, en donde se compraban lanas
para las tejedurías; en este sistema entraron las ciudades alemanas nombradas y, además,
ciudades flamencas como Amberes, Brujas y Gante, y holandesas cual Rotterdam, Amsterdam
y Utrecht.
Muchas de estas ciudades, como otras francesas, italianas y españolas, comenzaron a
desarrollar una vigorosa industria, ante el estímulo del naciente comercio internacional. Las
ciudades flamencas y del Norte de Francia elaboraban las lanas que provenían de Inglaterra y
comerciaban considerables cantidades de tejidos; los vinos y los objetos de metal hicieron la
riqueza de otras, y en todas comenzaron a aparecer los talleres, en los que hábiles artesanos
producían en cantidad suficiente como para asegurar un ritmo comercial cada vez más
acelerado. A esta organización comercial e industrial siguió, naturalmente, la aparición de una
economía monetaria. Muy pronto, por sobre los comerciantes y los industriales, surgieron los
banqueros y los financieros, cuya red internacional se extendió hasta unir las dos áreas
comerciales: la del Mediterráneo y la del Báltico y el mar del Norte. Los valles de los ríos
Ródano, Saona y Sena, así como los pasos que comunicaban a Italia con Alemania, fueron las
rutas preferidas para este activo intercambio, cuyas repercusiones sólo en los problemas
políticos es fácil advertir.
Con todo, la más importante consecuencia de estas transformaciones económicas fue el notable
progreso de las ciudades. Actividades urbanas por excelencia, el comercio y la industria
contribuyeron a hacer de las ciudades los núcleos sociales más importantes. A diferencia del
período feudal, en el cual la vida es preferentemente rural, la baja Edad Media tiene su centro
en las aglomeraciones urbanas que se van formando ante la incitación de un enriquecimiento
fácil y rápido. Los mercados y ferias, los talleres, el puerto, las tiendas, las nacientes
instituciones de crédito, todo contribuye a que la ciudad constituya un poderoso foco de
atracción hacia el cual se encamina todo el que puede y aspira a mejorar su suerte. Y así se
crean nuevas formas sociales, cuya trascendencia en la gran mutación que se está operando, es
inmensa.
NAVE DEL HANSA. Las naves del Hansa recorrían los puertos entre el Báltico y España y
transportaban productos del Norte —maderas y pieles— a las regiones meridionales.