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HISTORIA MEDIEVAL - Los reinos romano-germánicos
EL REINO VISIGODO
Al recibir del imperio las provincias occidentales, los visigodos prefirieron mantenerse en la
Galia y establecieron su capital en Tolosa. Sin embargo, no descuidaron por eso España, a la
que procuraron limpiar de enemigos sometiendo a los invasores que les habían precedido. Así,
de uno y otro lado del Pirineo se extendía su autoridad, sin que pudieran hacerla efectiva
totalmente debido a su escaso número.
En los primeros años del siglo VI, los francos, que habían conquistado ya la región
septentrional de la Galia hasta el Loira, iniciaron una recia ofensiva contra los visigodos; el rey
de los francos, Clodoveo, logró derrotarlos y expulsarlos más allá de los Pirineos, con lo cual
los visigodos quedaron reducidos a España; poco después, sus reyes fijaron su capital en
Toledo.
Los visigodos dominaron el país, pero tuvieron que afrontar algunos fuertes enemigos,
especialmente los bizantinos, que lograron apoderarse de la zona sudeste de la Península
Ibérica en el siglo VI Los visigodos se habían convertido desde tiempo atrás al cristianismo,
pero se mantuvieron en su mayoría dentro de la secta arriana; los bizantinos eran, en cambio,
católicos, y acaso a sus vinculaciones con los visigodos de esa misma fe se debieron las
operaciones militares que concluyeron con la dominación bizantina en el sudeste. Poco
después, el número de católicos había crecido notablemente; a fines del siglo VI, el más
importante de los obispos era el de Sevilla, Leandro; fue él quien logró convertir en el año 587
al rey Recaredo al catolicismo, a quien acompañaron en su conversión casi todos los nobles
visigodos. Desde entonces, el papel de los católicos fue importantísimo dentro del reino, tanto
que suele decirse que la monarquía visigoda constituyó una verdadera teocracia. Los más
importantes asuntos públicos se dilucidaban en los concilios que se reunían en Toledo, y las
resoluciones que allí se adoptaban —no siempre de acuerdo con el rey—tenían fuerza legal.
En materia de derecho, los visigodos fueron adoptando cada vez más las antiguas leyes
romanas. Se trataba siempre de armonizarlas con los principios tradicionales del derecho
germánico que tenían vigor entre los visigodos, de modo que, con frecuencia, los principios
jurídicos parecían inciertos y sujetos a interpretación. Para dar mayor fijeza al orden legal, la
monarquía visigoda ordenó, en el siglo VI, la compilación de un código; su última versión —
porque fue retocada varias veces— se conoce con el nombre de Libro de los Juicios, y subsistió
durante toda la Edad Media en la España cristiana con el nombre de Fuero Juzgo.
El reino visigodo fue uno de los que conservó mejor la tradición espiritual de Roma. Los
estudios se abandonaron menos que en otras regiones y hubo allí centros en los que se
conservaron los libros antiguos y se mantuvo el hábito de la lectura y la meditación. Sevilla
fue, quizá, la ciudad más celosa de esa tradición intelectual. Allí brillaron los obispos Leandro
e Isidoro, el segundo de los cuales fue, acaso, la figura más extraordinaria de su tiempo por su
inmenso saber y su clara inteligencia. A su obra múltiple se debe la conservación de muchos
conocimientos que, de otro modo, hubieran perecido.
El reino visigodo entra en un período de crisis política después de promediar el siglo VI'.
Algunos reyes aspiraban a ejercer una autoridad absoluta de acuerdo con la tradición romana;
otros quisieron imponer a sus hijos como sucesores con detrimento de los derechos de la
nobleza; todo ello creó rivalidades y odios entre las distintas facciones, y un día, una de ellas
llamó, para que la auxiliaran contra otra rival a los musulmanes del norte de Africa. El año
711, los musulmanes invadieron la península y derrotaron al rey Rodrigo en la batalla del
Guadalete; pero entonces ya no pensaron en entregar el territorio a sus aliados sino que
decidieron aprovechar su conquista en propio beneficio. Así acabó el reino visigodo y
comenzó en España la dominación musulmana.