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HISTORIA MEDIEVAL - Los reinos Feudales
INGLATERRA
La provincia romana de Bretaña, como ya se dijo, fue invadida en el siglo v, por un grupo de
pueblos germánicos: los anglos, los jutos y los sajones. A diferencia de lo que ocurrió en otras
provincias romanas, no surgió allí un solo reino, sino que se formaron varios; fue solamente en
el siglo IX cuando se unificaron los que ocupaban la actual Inglaterra, bajo la autoridad de los
reyes sajones de Wessex.
El reino tuvo que sufrir desde el siglo VIII la amenaza de los invasores normandos; pero a
principios del siglo XI la amenaza, que hasta entonces sólo había tenido como consecuencia el
establecimiento parcial de algunas bandas, se tomó realidad con la expedición del rey de
Dinamarca Knut el Grande. En 1035 Inglaterra quedó vinculada a ese país bajo la autoridad
del conquistador, cuyos estados estaban unidos —más que separados— por las aguas del mar
del Norte, teatro de sus hazañas de piratería y de conquista.
Los daneses no constituyeron en Inglaterra una aristocracia excluyente; se mezclaron con los
anglosajones, y así fue posible que, en 1042, llegara al trono un rey que tenía entre sus
antepasados miembros de una y otra raza: Eduardo el Confesor. Su reinado fue ejemplar por
su moderación y su tino político, pero, a su muerte, legó a su país un grave problema, porque,
no habiendo dejado sucesión, había hecho en cambio algunas promesas que luego hicieron
valer dos pretendientes. En efecto, el príncipe Haroldo era, según los nobles sajones, quien
debía suceder al rey, pero el duque de Normandía, Guillermo, aseguraba también que era él a
quien Eduardo deseaba como sucesor. Haroldo ocupó el trono, pero su rival se preparó para la
lucha y organizó en su ducado un ejército con el que se lanzó contra Inglaterra, donde
desembarcó poco después. En la batalla de Hastings (1066), Haroldo fue vencido y muerto, así
como también la mayoría de los señores sajones. Guillermo, llamado desde entonces el
Conquistador, subió al trono y se dispuso a organizar el reino de manera que su poder
estuviera seguro, para lo cual otorgó a sus guerreros las tierras de la antigua nobleza. Pero
Guillermo, como no tenía obligaciones contraídas con ellos sino que estaba en situación de
dispensar mercedes en la medida que quisiera, se reservó el derecho de ejercer su autoridad en
los distintos condados por medio de sus propios funcionarios: los sherifs. De ese modo, el
régimen feudal inglés fue mucho menos vigoroso que
los del continente, y los reyes que
sucedieron a Guillermo el Conquistador tuvieron una autoridad muy superior a la de los
demás reyes.
La dinastía normanda se extinguió a mediados del siglo XII y el trono inglés correspondió al
conde de Anjou, Enrique Plantagenet, que reinó con el nombre de Enrique II (1154-1189).
Desde los primeros tiempos se puso de manifiesto que al nuevo rey le importaban más sus
estados franceses que no el reino de Inglaterra, pese a lo cual trabajó por la organización de la
justicia y la administración del país. La mayor parte de su actividad debió dedicarla a la guerra
que sostuvo con el rey de Francia, conflicto que legó a sus hijos Ricardo Corazón de León
(1189-1199) y Juan Sin Tierra (1199-1216). El primero luchó en Francia, pero interrumpió esta
empresa para acudir al Oriente a fin de coadyuvar a la conquista del Santo Sepulcro en la
tercera cruzada; el segundo quiso poner término a aquella guerra organizando la coalición a
que ya nos hemos referido y que terminó en la batalla de Bouvines (1214).
BATALLA DE HASTINGS. Un detalle de la famosa tapicería de Bayeux que muestra una
escena de la batalla de Hastings, donde el rey Haroldo fue derrotado por las fuerzas de
Guillermo el Conquistador. Con esta derrota, Haroldo perdió el trono y la vida.
La derrota sufrida por Juan Sin Tierra tuvo inmediata repercusión en Inglaterra. Los barones
se sublevaron contra él y le exigieron que aceptara un documento por el que se establecían las
libertades fundamentales a que tendrían derecho los señores; se llamó este documento Carta
Magna y fue firmado por el rey en 1215. Se establecía en ella que no podría el rey poner
ningún impuesto sin el consentimiento de los barones, que no podrían éstos ser condenados
sino por sus pares; que no se podría condenar a nadie sino con el consentimiento de un jurado;
que no se podría mantener a nadie en prisión sin someterlo a juicio y contenía numerosas
disposiciones de menor importancia por las cuales la nobleza se aseguraba el reconocimiento
de todos sus privilegios.
La Carta Magna fue la piedra angular del régimen político y social inglés; el sucesor de Juan
Sin Tierra, su hijo Enrique III (1216-1272), pretendió rebelarse contra sus principios,
fundándose en las imperiosas necesidades de la guerra que mantenía con Francia; pero en
1253, después de la aceptación del tratado de París —que implicaba una derrota para los
ingleses— los señores volvieron a sublevarse y, encabezados por Simón de Monfort, exigieron
un nuevo compromiso del rey, esta vez más explícito y concreto. En efecto, por los Estatutos
de Oxford, convenidos en 1258, se exigió que el rey gobernara con
un consejo de quince
barones, quienes nombrarían los principales funcionarios del reino. Enrique III creyó que
podría sacudir ese yugo y volvió a sublevarse, pero los caballeros recurrieron a las armas y el
rey fue hecho prisionero en 1261. Simón de Monfort desempeñó la regencia del reino hasta que
el príncipe Eduardo derrotó a los barones y restableció a su padre en el trono. A la muerte de
éste, lo sucedió, y contribuyó a organizar el sistema político de acuerdo con la situación creada
por las demandas señoriales. Así se afirmó la organización del parlamento, institución que
adquirió poco a poco una notable autoridad.