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HISTORIA MEDIEVAL - Los reinos Feudales
FRANCIA
Del Imperio Carolingio se desprendieron —después del tratado de Verdún, en 843— dos
reinos de definida personalidad: el de Francia y el de Germania. La dinastía carolingia se
dividió desde entonces en dos ramas, y su destino fue semejante en cada uno de los dos países:
se cumplió en ellos el proceso señalado en el apartado anterior, y los reyes cayeron ante el
ímpetu de los señores locales, debilitándose hasta tal punto su autoridad efectiva, que el poder
de la corona real se fue desplazando hacia las manos de otras familias, cuyos miembros se
habían mostrado más esforzados, especialmente en la lucha contra los invasores.
En la actual Francia, las agresiones más encarnizadas provinieron de los normandos. Sus
bandas llegaban a las costas del mar del Norte y del océano Atlántico y solían introducirse en
el corazón del territorio a través de los ríos Sena, Loira y Garona. Los señores locales
defendieron con entereza sus territorios, pero allí fue más evidente la incapacidad real, porque
los ataques, por razones geográficas, se producían en las vecindades de las propias tierras del
rey. A principios del siglo X, el rey Carlos el Simple se vio obligado a pactar con una poderosa
banda normanda que había llegado al mando de Rolón; Carlos el Simple les entregó las tierras
al sur del Sena y así se constituyó el ducado de Normandía, cuya independencia efectiva
estimuló a los señores franceses para lograr una situación semejante frente al rey. Esta
situación se hizo tan general, que la autoridad de los últimos reyes carolingios se desvaneció.
Así, en 987, un señor feudal que
se había distinguido en la lucha contra los normandos, el
conde Hugo Capeto, puso fin a la dinastía carolingia y ocupó el trono.
La dinastía de los Capetos, pese a su origen señorial, trató de robustecer la autoridad de los
reyes. En esta tarea empeñaron su esfuerzo durante varios siglos, sin lograr apenas contener la
soberbia de los feudales, y sólo en el siglo 'tu consiguieron algunas ventajas. Ya para entonces
habían comenzado a resurgir algunas ciudades y la naciente burguesía ofrecía su apoyo a los
monarcas a cambio de protección contra las pretensiones de los señores. A este progresivo
afianzamiento de la monarquía, respondieron los feudales con una intensa ofensiva que
encontró pretexto en la rivalidad entre el rey Luis VII y el conde de Anjou, Enrique
Plantagenet.
Originado en una puja entre ambos por la posesión de la Aquitania, el conflicto se generalizó;
los señores formaban al lado de Enrique Plantagenet y se opusieron al rey; pero pronto la
situación se hizo más aguda porque, poco después, en 1154, Enrique heredó la corona de
Inglaterra. A partir de entonces la guerra se desenvolvió durante más de un siglo con variada
intensidad.
El sucesor de Luis VII, Felipe Augusto, continuó la lucha; durante su época, uno de los
herederos de Enrique, Juan Sin Tierra, organizó una vasta coalición contra su rival, en la que
entraron no sólo importantes señores que querían frenar las pretensiones reales, sino también
el emperador de Alemania. Pero Felipe Augusto los venció a todos en la batalla de Bouvines
(1214) y consolidó de ese modo su autoridad en el oeste del país, donde se quedó con todas las
regiones costeras al norte del río Loira, que antes poseyera el conde de Anjou. Fuera de las
ventajas territoriales, esta victoria contribuyó a fortalecer la posición de Felipe Augusto frente
a los señores; en los nuevos estados se situaron hombres fieles al monarca, y las ciudades
comenzaron a prosperar bajo la protección del rey.
A Felipe Augusto sucedió Luis VIII, cuyas campañas lograron un éxito acabado; casi todas las
regiones meridionales de Francia cayeron en las manos del rey y los ingleses sólo quedaron en
posesión de una pequeña zona; esta situación movió a Enrique III de Inglaterra a pedir la paz a
Luis IX de Francia, que en 1226 había sucedido a Luis VIII. El rey —conocido por San Luis—,
que amaba la paz y aconsejaba la fraternidad cristiana, concedió a su rival condiciones
honrosas y le devolvió los territorios conquistados por Luis VIII, pero conservando las
regiones del norte ganadas anteriormente por los franceses. Así, en 1258, y mediante el tratado
de París, concluyó la guerra secular emprendida entre el rey y la nobleza y transformada luego
en guerra internacional.
El reinado de San Luis se caracterizó por su piedad. Desde hacía mucho tiempo se venían
organizando en Europa unas campañas militares contra el Oriente que se conocieron con el
nombre de cruzadas. Los caballeros franceses habían tenido en ellas una participación
destacada, pero nadie realizó un esfuerzo tan puro para lograr la derrota de los infieles como
San Luis, que marchó dos veces a luchar contra ellos y encontró la muerte en Túnez, en 1270.
Al finalizar el siglo XIII llegó al trono francés el nieto del santo rey, a quien la historia conoce
con el nombre de Felipe el Hermoso. Su reinado, que se extendió desde 1285 hasta 1314, no se
distinguió por sus triunfos militares; en efecto, pretendió asegurar su dominio sobre los
territorios flamencos y fue derrotado en la batalla de Courtrai; pero, en cambio, su política
interior fue extremadamente hábil y consiguió dar un paso firme en el camino de la afirmación
de la autoridad real.
Felipe el Hermoso sostuvo el principio de que su autoridad debía apoyarse en las reglas
establecidas por el derecho romano, de acuerdo con las cuales la potestad real resultaba más
absoluta que si se mantenían las tradiciones germánicas. Para esta época, ya había aparecido
en las universidades un manifiesto interés por los problemas del Derecho y se había producido
un verdadero renacimiento del derecho romano; fácil fue, pues, para el rey apoyarse en los
legistas o jurisconsultos que se habían formado en las universidades para defender
doctrinariamente sus aspiraciones políticas, cada vez más amenazadoras frente a las
atribuciones tradicionales de los señores feudales. De acuerdo con esa política, el rey apoyó a
la burguesía urbana, a la que, a cambio de su protección, comenzó a exigir el pago de fuertes
contribuciones que permitieron al rey contar con recursos propios para la guerra y, sobre todo,
para realizar su política interior y exterior con independencia de sus vasallos feudales, ya que,
con frecuencia, esa política estaba dirigida contra ellos.
También afirmó Felipe el Hermoso su independencia frente al papado. Ya se verá, estudiando
la historia de la Germania, cómo había logrado el papado introducirse en la vida política de
Europa, afirmando —según la tradición de aquel papa que había coronado con sus manos a
Carlomagno— que el poder civil, por provenir de Dios, sólo podía recibirse por intermedio de
la Iglesia. Ya en el siglo XIII esta política del papado había sufrido algunos rudos contrastes;
pero fue Felipe el Hermoso quien le asestó un golpe definitivo.
En efecto, el papa Bonifacio VIII quiso, en 1301, designar en Francia un obispo enemigo
notorio del rey para una nueva sede que acababa de crear; Felipe el Hermoso se opuso y
encarceló al presunto obispo, a lo que contestó el papa excomulgando al rey en 1303. Así
planteado el conflicto, el rey acudió a todos los medios para vencer la resistencia del papa;
pretendió acusarlo por herejía y, sobre todo, trató de hacerlo asesinar mientras residía en su
retiro de Anagni, en Italia; el golpe fracasó, pero Bonifacio VIII murió poco después y, tras
algunas dificultades, logró Felipe que se eligiera pontífice a un obispo francés, quien decidió
trasladar la sede pontificia a la ciudad de Avignon, sobre el Ródano. Así consiguió Felipe el
Hermoso tener bajo su autoridad a la más alta potestad eclesiástica, situación de la que sacaron
muchas ventajas los monarcas franceses.
FELIPE IV DE FRANCIA PRESIDIENDO LA ASAMBLEA DE LOS ESTADOS. Felipe el
Hermoso procuró apoyarse en la burguesía contra los señores feudales, y en la asamblea de los
tres estados —nobleza, clero y tercer estado— hallaba el apoyo económico de los burgueses
para sus planes, a cambio de ventajas que solía darles para favorecer sus actividades
comerciales.