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HISTORIA MEDIEVAL - Los principales Estados en la baja Edad Media 
ESPAÑA
A partir del siglo XIII, los musulmanes habían quedado reducidos en España al reino de
Granada, en el sudeste de la península. Rodeábanlo los reinos cristianos, que por entonces
eran cuatro: Navarra, Aragón, Portugal y Castilla, de los cuales sólo el último mantenía,
aunque en pequeña medida, la lucha contra los infieles.
En efecto, tanto Navarra como Portugal carecían de fronteras directas con territorio
musulmán; Portugal, por su parte, trataba de tomar nuevamente contacto con los infieles de
Africa, pensando que podría atacarlos por la retaguardia si desembarcaba en las costas
atlánticas, donde además, podía hallar riquezas valiosas que tonificaran su economía. A su
vez, Aragón había orientado su política hacia el mar; después de las Cruzadas, y
especialmente después de la conquista de Constantinopla por los franceses, Aragón se dedicó
activamente a la guerra y al comercio marítimos; Jaime I el Conquistador se había adueñado
de las islas Baleares en 1229; Pedro II conquistó Sicilia en 1283; y, finalmente, Alfonso V logró
quedarse con todo el reino de Nápoles, en tanto que, desde el siglo XIII eran numerosos los
señores aragoneses que habían conseguido dominios en el Mediterráneo oriental. El objetivo
de estas conquistas era el desarrollo del comercio; los puertos aragoneses vieron llegar ricos
cargamentos que llenaban las arcas de la burguesía y dejaban pingües ganancias a los señores.
Nada movía, pues, a los aragoneses a empeñar la lucha para conquistar el pequeño territorio
que aún poseían los musulmanes en la península, territorio que, por lo demás, habría que
compartir con Castilla.
JAIME I PRESIDIENDO LAS CORTES DE LERIDA. Con representantes de la nobleza y la
burguesía, las Cortes aragonesas —como las castellanas— concurrían a la convocatoria real
para autorizar impuestos cuando las circunstancias lo exigían.
Eran los castellanos quienes sí tenían verdadero interés en completar la reconquista. Si durante
los últimos siglos de la Edad Media las operaciones fueron reducidas, ello se debió a que los
conflictos internos que minaban el reino impidieron que se organizara un esfuerzo continuado
para realizarlas con éxito. En efecto, frecuentes guerras civiles habían carcomido a Castilla. Ya
durante la segunda mitad del siglo XIII, el rey Alfonso el Sabio se vio empeñado en una guerra
con sus propios hijos, pese a lo cual trató de continuar la guerra contra los infieles, con escaso
resultado. Y a principios del siglo XIV, una invasión de los Beni Merines obligó al rey Alfonso
XI a realizar un vasto esfuerzo contra ellos, gracias al cual logró denotarlos en la batalla del
Salado, en 1340.
El reinado de Pedro I (1350-1369) se vio oscurecido por la lucha que debió sostener contra la
nobleza insurrecta y acaudillada por su propio hermano Enrique de Trastamara. Con la ayuda
de Du Guesclin, Enrique triunfó y reino desde 1369 hasta el año 1379, en que lo sucedió Juan I;
fue este rey quien pretendió anexarse Portugal, fracasando en su empeño al ser vencido en la
batalla de Aljubarrota, en 1385.
Ni el reinado de Juan II ni el de Enrique IV fueron épocas propicias para la reconquista. La
noble la estaba dividida en facciones que luchaban constantemente entre sí, y los caballeros
posponían la lucha contra el infiel a sus intereses banderizos. Se sucedían las pequeñas
aventuras, pero ninguna operación militar de aliento se emprendió por entonces con éxito. Al
promediar el siglo XV, el aspecto del reino castellano colmaba de dolor a los espíritus
elevados, que lamentaban la magnitud de los vicios y la incapacidad de los reyes.
Sir embargo, las cosas cambiaron bien pronto. Isabel la Católica ocupó el trono de Castilla en
1474, y su entereza devolvió al reino su perdido esplendor; se había casado poco antes con
Fernando de Aragón, que recibió la corona de ese reino en 1479, y, así unidos los dos más
poderosos reinos cristianos, la situación se tornó favorable para reanudar a lucha contra los
musulmanes.
Aspiraron los Reyes Católicos a realizar la unidad de la España cristiana, y, si no lo lograron,
dieron al menos algunos pasos decisivos para conseguirlo. Uno de ellos fue la expulsión de los
musulmanes de Granada, que consiguieron después de una importante campaña en 1492.
Pero, al mismo tiempo, trataron de tomar otras medidas destinadas al mismo fin. Así,
procuraron suprimir la antigua autonomía de los municipios, la prepotencia de los señores, el
poder de las órdenes militares, y todo cuanto pudiera oponerse a la autoridad real. A tal fin
conducía la creación, en los concejos municipales, del cargo de corregidor, cuya misión era
representar la opinión del rey en el seno de esas corporaciones, y que llegaron a absorber
totalmente la jurisdicción concejil. Igualmente revelaba el mismo propósito la creación de la
Santa Hermandad para que ejerciera la policía en los dominios señoriales donde antes no
entraba la autoridad real; y no tenía otra finalidad la hábil política de Fernando, gracias a la
cual consiguió dominar las órdenes militares —la de Alcántara, la de Santiago y otras—, cuyo
poder quedó desde entonces en sus manos.
Si estas medidas conducían a lograr la unidad política, la creación o reorganización del
tribunal del Santo Oficio tenía como finalidad asegurar la unidad religiosa de España,
comprometida por los numerosos judíos y musulmanes que aún vivían en el territorio.
Los Reyes Católicos dieron a sus dos reinos —que mantenían, sin embargo, una absoluta
independencia mutua— una orientación política común. En ambos se procuró que el poder
real fuera fuerte; en ambos se trató de que las Cortes representaran a la burguesía rica, que
podía proporcionar importante ayuda económica; en ambos se trató de restringir las leyes o
tradiciones que acordaban excesivos privilegios a los señores. Así se preparó la efectiva unidad
de España, que luego realizó, de hecho, el nieto de los Reyes Católicos, Carlos V.
ENTRADA TRIUNFAL DE ALFONSO V DE ARAGON EN NAPOLES. Un relieve del arco de
Aragón en el Castel Nuovo de Nápoles, representa esa escena con netas reminiscencias
romanas.