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HISTORIA MEDIEVAL - Orígenes y desarrollo del Imperio Carolingio
LOS SUCESORES DE CARLOMAGNO Y EL TRATADO DE VERDUN
Carlomagno procuró organizar su vasto imperio de manera que su autoridad se hiciera sentir
en todas partes con rigor y eficacia. En efecto, el basamento de la organización imperial era el
poder omnímodo del emperador, de quien emanaban, en última instancia, todas las órdenes y
toda autoridad.
Rodeaba al emperador una corte, a la que se designaba con el nombre de "palacio"; esta corte
fue, durante mucho tiempo, ambulante, pero se fijó, a veces, en Tréveris, y, finalmente, en
Aquisgrán, lugar propicio, por las aguas termales que poseía, para los males que sufría el
emperador. Integraban el palacio el senescal o jefe de la disciplina doméstica, los condes, a
quienes se les encargaba de las diversas funciones de gobierno o actuaban como consejeros, y
los funcionarios de la cancillería y de la capilla.
Para el gobierno del vasto territorio, Carlomagno lo dividió en provincias o condados, cada
uno de los cuales estaba a cargo de un conde. Si el condado estaba en una región fronteriza, se
le llamaba marca, y el conde recibía el nombre de margrave o marqués, con un considerable
aumento de sus atribuciones; lo mismo ocurría si la provincia estaba en pie de guerra por el
temor de sublevaciones, caso en el cual el conde, que era a la vez jefe del ejército, se
denominaba duque. Para vigilar el comportamiento de estas autoridades, Carlomagno
despachaba dos veces por año unos inspectores —los "missi dominici" o enviados del señor—
uno de los cuales debía inspeccionar la obra cumplida por las autoridades civiles mientras el
otro lo hacía con las autoridades eclesiásticas. Si lo estimaba necesario, el inspector convocaba
una asamblea o capítulo, en el que cada uno podía exponer las quejas que tuviera contra las
autoridades locales.
Carlomagno murió en 814. Sus dotes de organizador, su actividad incansable y su enorme
prestigio habían contribuido eficazmente al logro de la unificación imperial; pero esas virtudes
personales no podían asegurar sino el éxito inmediato; en cambio, la perduración de su obra
estaba librada al azar de las condiciones de gobierno de sus sucesores, que no se mostraron
capaces de contener las fuerzas de disgregación que ya asomaban durante el reinado del
propio Carlomagno.
Luis el Piadoso —el único hijo del emperador— heredó la corona. Tuvo que luchar contra los
señores, que se hacían poderosos en las comarcas cuyo gobierno les había sido encomendado y
en las que aspiraban a perpetuarse; pero más grave fue el conflicto que tuvo que afrontar con
sus propios hijos, impacientes por alcanzar la dignidad que les prometía su origen. Hubo entre
ellos, y, a veces, con el propio emperador, guerras encarnizadas, al cabo de las cuales se llegó a
un acuerdo general formalizado por el tratado de Verdún, firmado en 843. Por él se establecía
cuáles serían los territorios que corresponderían a cada uno de los pretendientes. Como Luis el
Piadoso había muerto en 840, la corona imperial pasó al mayor de sus hijos, Lotario, a quien
correspondían también Italia, Champaña, Provenza, Borgoña, Lorena y los Países Bajos, todo
lo cual formaba una faja continua que se extendía desde el Mediterráneo al mar del Norte;
quedaba establecido, además, que la corona imperial no daría una efectiva autoridad a Lotario
sobre sus hermanos. A Carlos el Calvo le tocó la actual Francia y la marca de España y a Luis
el Germánico las tierras al este del Rin, cuyo territorio constituía la Germania.
Así se configuraron dos reinos con caracteres definidos: Francia y Germania. Los estados de
Lotario, en cambio, se disgregaron y sólo Italia mantuvo en parte cierta unidad. Pero la
autoridad que pudieron ejercer los reyes carolingios sobre esos estados no contribuyó a
asegurar su unidad, sino, por el contrario, a disgregarlos. En efecto, la tendencia a la
autonomía casi feudal que se notó durante la época de Carlomagno, y que éste logró
neutralizar se acentuó más todavía en la época de sus sucesores debido a que la debilidad o
ineptitud de los reyes facilitó el ejercicio incontrolado de la autoridad de los señores locales.
Así, con los últimos carolingios —en el curso de los siglos IX y X—se preparó el terreno para la
creación de una organización social, política y económica peculiar, que se conoce con el
nombre de organización feudal.