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HISTORIA MEDIEVAL - La cultura de la Europa feudal
LAS LETRAS
En los monasterios se cultivaron las letras; abundó la poesía religiosa, muchas veces en lengua
latina y otras en lenguas romances, y se cultivó también el teatro, bajo la forma de misterios y
representaciones cuyo tema era generalmente la vida de santos.
Pero la más significativa de todas las manifestaciones literarias de este período es la poesía
épica. En verso romanceado y en lengua vulgar, el trovador componía la narración de las
hazañas de un caballero; a veces solía tratarse de un solo episodio; otras, se narraba una serie
de hazañas que componían casi una vida del héroe. Estos romances se divulgaban en los
castillos y en las ferias donde se reunía el pueblo, al que entusiasmaba oír elogiar a sus figuras
predilectas.
En España, el héroe que mereció más asidua recordación fue Rui Díaz de Vivar, a quien los
musulmanes llamaron El Cid, nombre que pasó luego a los romances. Seguramente se
compusieron sobre su vida y sus proezas contra los moros múltiples romances; pero luego se
compuso uno extenso —acaso reunión de otros breves— que se conoce con el nombre de
Cantar de Mío Cid. Se le considera el primer monumento en lengua castellana y revela el
entusiasmo que provocaba en el pueblo el valor, la magnanimidad y el éxito del héroe
castellano. En la misma lengua se compusieron poemas destinados a narrar las aventuras de
los infantes de Lara o del conde Fernán González; y, llevados por la misma inspiración y el
mismo entusiasmo heroico, cantaron los trovadores las proezas de Alejandro el Grande, de los
héroes de las cruzadas o de Carlomagno.
En Francia, la poesía épica giró, en su mayor parte, alrededor de la figura de Carlomagno y las
de sus caballeros. El más famoso de los poemas épicos es la Canción de Rolando, en la cual se
cuentan las proezas que realizaron el sobrino del gran emperador y sus compañeros, cuando
fueron sorprendidos en las gargantas del Pirineo por los sarracenos. La aventura —deformada
por la leyenda— corresponde a una de las guerras por la conquista de España, y aparece en la
Canción exaltada hasta un grado inverosímil; como en otros poemas de la época, los héroes
combaten con denuedo contra huestes diez veces más numerosas que las suyas, parten en dos
a sus enemigos con un golpe de su espada y llevan a cabo otras hazañas extraordinarias.
Comparado con la Canción, el Cantar de Mío Cid es más humano y menos heroico, pero
ambos revelan el mismo sentido señorial, la estimación por los mismos ideales, la vigencia de
los mismos principios sociales y morales.
UN CONVENTO. Una miniatura española muestra este perfil de un convento español, en el
que se advierte el campanario y la estancia donde trabajan los copistas. Ese trabajo era uno de
los más importantes y estaba reservado a los monjes: a ello se debió la conservación de muchas
obras antiguas.
Junto a la épica heroica se desarrolló una forma caballeresca, de marcado sentido romántico.
De origen bretón, la leyenda del rey Artús, de sus caballeros y de sus damas, se difundió por
las cortes provenzales y luego por las más alejadas comarcas, llevando el soplo de una nueva
inspiración. Allí las proezas del héroe se mezclaban con el apasionado y melancólico relato de
sus amores, y la dura fisonomía del •guerrero se suavizaba con la evocación de sus cuitas
sentimentales. A este ciclo pertenece, por ejemplo, el relato de los amores de Tristán e Iseo,
reveladores de una nueva sensibilidad y de renovadas formas de convivencia, en las que la
mujer poseía una significación ignorada por la épica heroica.
Finalmente, entre las formas literarias de la época deben mencionarse las obras históricas. Ya
hemos citado las crónicas anónimas, generalmente compuestas en los monasterios, pero hubo
también cronistas que quisieron dar a su obra cierto aire personal, como Joinville, que nos ha
dejado una vida del rey San Luis, o Villehardouin, de quien poseemos una crónica de la
conquista de Constantinopla. También tuyo ese carácter, en cierto modo, la Crónica General
que mandó componer —y compuso en parte— el rey Alfonso el Sabio de Castilla.
Desde el punto de vista de las artes plásticas, la época feudal vio nacer —hacia mediados del
siglo IX— un estilo arquitectónico de características definidas. Surgió favorecido por el
desarrollo de las construcciones civiles y religiosas —castillos e iglesias— y, por la naturaleza
de sus elementos se lo conoce con el nombre de estilo románico, palabra que alude a sus
primitivos orígenes. En efecto, el uso del pilar y del arco de medio punto, así como también la
concepción apaisada de los edificios, recuerdan claramente la inspiración romana que lo guía.
El estilo románico se pone de manifiesto en los castillos y en los puentes; pero en ese tipo de
construcciones las necesidades prácticas limitan el vuelo de la creación plástica. En cambio, en
los monasterios y en las iglesias el arquitecto tiene mayor libertad para combinar los distintos
elementos y suele, en consecuencia, hallar nuevas formas y combinaciones que manifiestan
claramente los gustos predominantes. En los monasterios se advierten las fachadas
compuestas con arcos de medio punto, combinados a veces formando pórticos, pero lo más
característico suele ser el claustro, galería cuadrada en la que las columnas presentan, casi
siempre, originales capiteles en los que se esculpen figuras historiadas y elementos naturales
más o menos estilizados. En las iglesias, la fachada suele componerse de uno o más pórticos; el
interior solía dividirse en naves, separadas por pilares o columnas de capiteles decorados, que
se iluminaban mediante un rosetón y, a veces, vitrales.
No faltó, en los edificios de este estilo, la ornamentación pictórica y escultórica. Los pórticos
solían componerse reemplazando las columnas por figuras talladas, y en las capillas
abundaban las imágenes, así como también las pinturas en algunos paños de pared o en el
techo. Tanto la pintura como la escultura revelan cierta influencia bizantina, patente en el
quietismo de las figuras; pero sobresale, sobre todo, la inspiración religiosa que mueve al
artista, que desprecia los elementos corporales para ahondar en la expresión patética.
Abundan los monumentos de este estilo que aún se ofrecen a la contemplación. En España son
famosos el monasterio de Santo Domingo de Silos, la catedral de Santiago y la colegiata de San
Isidoro de León; en Francia, la iglesia y el claustro de San Trófimo de Arlés, las catedrales de
Poitiers y Angulema y la iglesia de Vezelay; en Italia, la catedral de Pisa y las iglesias de San
Miniato de Florencia y San Ambrosio de Milán, y en Alemania merecen recordarse las
catedrales de Maguncia y de Bamberg.
UN CODICE. Los textos de la Edad Media se conservan en manuscritos o códices, muchos de
los cuales están adornados con letras iniciales de delicado dibujo o con miniaturas
representando escenas alusivas al texto.