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HISTORIA ANTIGUA - El Imperio durante el siglo IV
CONSTANTINO
Sólo le quedaba, al llegar al año 312, conquistar Italia para dominar toda esa región. Allí
mandaba Majencio, un hombre que, según los principios de Diocleciano, sostenía la necesidad
de afirmar la tradición pagana de Roma para fortalecer y tonificar al imperio. Constantino se
apoyó en los ya numerosos cristianos, y, según la tradición, obtuvo la promesa del triunfo si
luchaba por la Cruz. En 312 invadió Italia y venció a Majencio en la batalla del Puente Milvio,
después de lo cual su autoridad quedó afirmada en la mitad del imperio. Entonces resolvió
poner fin a la persecución de los cristianos, para lo cual (lió, el año 313, un edicto en la ciudad
de Milán, por el cual autorizó el culto cristiano. A partir de ese momento, las conversiones se
realizaron en masa, y, poco después, el cristianismo llegó a ser la religión más importante del
imperio.
Pero Constantino no se contentó con poseer el Occidente y procuró por todos los medios llegar
a ser señor de todo el imperio. Tuvo que esperar algunos años, pero después de muchas luchas
logró derrotar al emperador de Oriente, Licinio, y, desde 323, fue el único emperador. Ya
desde antes, y en la zona sometida a su autoridad, había trabajado por afirmar la organización
centralista y autocrática tal como la había esbozado Diocleciano; ahora, transformado en señor
de todo el mundo romano, quiso dar a esa autoridad un marco apropiado y dispuso la
fundación de una nueva ciudad en las orillas del Bósforo, a la que llamó Constantinopla. La
ciudad se levantó sobre la base de una antigua ciudad griega, Bizancio, a la que se agregó una
nueva zona urbana caracterizada por la suntuosidad de sus construcciones: allí estableció la
sede de su gobierno Constantino, otorgando al Oriente —como ya lo había hecho
Diocleciano— una jerarquía superior al Occidente.
De todos los aspectos de la obra de Constantino, el que tiene más importancia es el religioso.
La tolerancia del culto cristiano fue acompañada por una serie de concesiones que dieron muy
pronto una situación de ventaja a la Iglesia. Se ha discutido mucho sobre si Constantino era o
no un sincero creyente; de todos modos, lo cierto es que apoyó a la Iglesia y que contó entre
sus consejeros a varios altos dignatarios de ella. Constantino recabó para sí, en la práctica,
cierta superintendencia en los asuntos eclesiásticos, y él presidió el concilio de Nicea, en 325,
en el que se condenó la herejía de Arrio y se definió el dogma cristiano. Acaso un objetivo
político guiaba los pasos de Constantino: la utilización de la influencia del sacerdocio para sus
propios fines. Pero las consecuencias de esa política fueron tales que muy pronto la Iglesia
pudo constituirse como un poder dentro del Estado.
ARCO DE CONSTANTINO. En homenaje a Constantino se elevó en la ciudad de Roma este
hermoso arco triunfal, que debía guardar eterna memoria de su triunfo sobre Majencio en el
Puente Milvio. Según la tradición, fue en esta batalla cuando Constantino habría decidido
proteger la religión fundada por Cristo.