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HISTORIA ANTIGUA - El Imperio durante el siglo I 
LOS JULIO-CLAUDIOS
Tiberio, el sucesor de Augusto, alcanzó el poder a la muerte de su padre adoptivo, en el año
14. Sin embargo, había desempeñado durante toda su vida funciones de importancia, excepto
algunos períodos en que estuvo confinado por razones políticas. Era hombre experto en el
manejo de los negocios públicos, mesurado en sus actos y buen general; todo ello decidió la
elección de Augusto —a quien se le habían muerto los herederos directos— y determinó para
Roma una época de tranquilidad durante sus primeros años de gobierno. Si su gobierno (14-
37) presenta un rasgo característico es, sobre todo, la anulación de los comicios, que Augusto
había respetado pese a que hubo de privados de toda significación; desde entonces no hubo
más asambleas populares, y la función legislativa recayó en el Senado, ante el cual Tiberio
mantuvo siempre una actitud respetuosa.
Sin embargo, la segunda mitad de su gobierno se caracterizó por su arbitrariedad; el pueblo
comenzó a odiarlo por la sospecha de que hubiera mandado asesinar a su sobrino Germánico,
y él respondió a ese odio con una política de represión, cuyo instrumento fue la ley de
majestad, por la cual se castigaban con extremo rigor los delitos de opinión y de crítica.
Aprovechando el descontento general, el prefecto del pretorio, Sejano, organizó una
conspiración, pero fue descubierto y condenado. Tiberio abandonó Roma y se refugió en
Capri, desde donde ejerció el gobierno de manera más despótica aún que antes. Por eso, a su
muerte, el pueblo romano respiró con alivio.
Se equivocaba. El sucesor, Calígula, (37-41) debía ser peor aún, y su crueldad fue más refinada;
atropelló el Senado, derrochó los caudales públicos, humilló a los magistrados y a las
magistraturas y hasta insinuó su aspiración a establecer, definitivamente, un régimen
absolutista con caracteres de despotismo oriental. Sus maldades provocaron una conjuración y
Calígula fue asesinado en el año 41.
Desde 41 hasta 54 ocupó el principado Claudio, tío de Calígula, a quien, según se cuenta,
descubrieron los soldados de la guardia oculto en el palacio durante el tumulto que siguió al
asesinato del príncipe; confiados en su debilidad, lo proclamaron emperador, suponiendo que
podría ser instrumento de sus deseos. Así ocurrió, en parte; pero no fueron sólo ellos quienes
lo dominaron; ejercieron más influencia sobre su espíritu un grupo de libertos, a quienes
entregó los principales resortes del gobierno, y, sobre todo, sus dos esposas, Mesalina primero,
y Agripina después. Esta última logró que Claudio desheredara a su propio hilo, Británico, en
beneficio de un hijo que ella había tenido en su primer matrimonio, llamado Nerón.
Con todo, el gobierno de Claudio fue honorable. No sólo restauró la dignidad del Senado y de
las magistraturas, sino que se preocupó por la administración provincial y estimuló el
desarrollo de las diversas regiones; en el segundo, logró la anexión de Bretaña y Mauritania.
Así, pues, pese a su carácter y al ambiente de intriga que predominó en la corte, el gobierno de
Claudio resultó ejemplar comparado con el de su antecesor.
Su época, además, pudo considerarse feliz al lado de la que le siguió. Nerón —cuyo gobierno
duró desde 54 hasta 68— no parecía revelar, al principio, malas cualidades; había sido
educado por el filósofo Séneca y estuvo, durante los primeros años de su gobierno, bajo la
influencia de algunos hombres ponderados y rectos. Sin embargo, pronto mostró que escondía
un temperamento cruel y ambicioso; comenzó por alejar a su madre —a cuyas malas artes
debía el poder—, y alejó luego a sus consejeros de más influencia; así, al poco tiempo, su
gobierno se precipitó en una serie de violencias y atropellos que degeneraron en crueldades
sin cuento.
Como Calígula —y como otros después— Nerón demostró que le molestaban las limitaciones
que la tradición del principado —tal como lo había diseñado Augusto— imponía a su
voluntad. La humillación del Senado y de los magistrados fue el signo de su rebeldía contra
esa tradición; Nerón deseaba que se reconociera en él un señor absoluto, y persiguió todo
cuanto podía significar un resabio de la antigua libertad republicana. Pero como, además, era
impulsivo y estaba dominado por una intensa vanidad, cometió desmanes inexplicables que le
atrajeron el odio concentra- do tanto del pueblo como de la nobleza.
Ni su familia ni sus amigos se libraron de la crueldad de Nerón. Británico, su hermanastro,
despojado en su provecho, su propia madre y su esposa Octavia fueron asesinados por su
orden, al tiempo que ordenaba la persecución de muchos personajes importantes. Incendió la
ciudad y culpó a los cristianos, a quienes ordenó castigar con rigor. Y, mientras tanto, se
llenaba de ridículo presentándose ante el público para que admirara sus habilidades de poeta
y de músico.
No faltaron las conjuraciones para asesinar a Nerón. Finalmente se produjo una rebelión
contra él, y huyó despavorido hasta que decidió darse muerte. Así concluyó la familia Julio-
Claudia, que había dado a Roma figuras ilustres y príncipes nefastos.
CINCO FIGURAS DEL PRIMER SIGLO DEL IMPERIO. A la izquierda, el emperador Tiberio,
sucesor de Augusto; en segundo lugar, Claudio; en el centro, Agripina, a su lado su hijo,
Nerón, y por último, T. Flavio Vespasiano.