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HISTORIA ANTIGUA - Esplendor de fenicios y hebreos
LOS FENICIOS
Cuando Sidón comenzó a declinar, arrastrada por el torrente de las invasiones de los "pueblos
del mar", otra ciudad fenicia, Tiro, heredó su situación de gran potencia marítima y comercial
así que las circunstancias se hicieron favorables.
Tiro era una ciudad curiosa. La par. te más antigua de ella estaba edificada en la ribera, pero
cuando los ricos comerciantes quisieron extenderla, previeron el riesgo de los ataques de las
potencias vecinas y construyeron la ciudad nueva sobre unas pequeñas islas próximas a la
costa, de modo que se aseguraron contra las agresiones militares y, además, se proveyeron de
numerosos puertos. Muy pronto —a partir del 900 a. de J. C.— Tiro se transformó en la más
importante ciudad marítima del Oriente; ni el Egipto ni el Imperio Hitita eran ya temibles, y la
Asiria, que se insinuaba como una amenaza, no había alcanzado todavía el poderío que tuvo
más tarde; todo estaba, pues, a su favor.
Tiro tuvo una organización monárquica, pero, en realidad, dominaban en ella los ricos
comerciantes. Estos fueron quienes dirigieron la política de la ciudad, cuyo principal objetivo
era conseguir el dominio de los mercados y de las rutas marítimas; para ello, procuraron
hacerse militarmente fuertes, equiparon sus naves para que pudieran resistir cualquier
agresión y, sobre todo, trataron de explotar el comercio allí donde no rozaban los intereses de
las naciones vecinas. Así fue como los tirios se desinteresaron del Mediterráneo oriental y
dirigieron sus esfuerzos hacia regiones más remotas.
En efecto, sus naves comenzaron a explorar las regiones más occidentales y encontraron allí
riquezas sin cuento, especialmente en cuanto se refería a metales. Visitaron las islas de Sicilia y
Cerdeña y las costas de Africa, Italia, Francia y España, estableciendo en todas ellas pequeñas
factorías, en las que canjeaban sus artículos manufacturados y producidos en serie, tales como
vasos, estatuillas, telas o espadas, por materias primas que llevaban a los talleres de la
metrópoli o a los mercados del Oriente. Algunas de estas factorías, como Palermo, en Sicilia, se
hicieron con el tiempo ciudades importantes; pero entre todas fue Cartago —en las
proximidades de la actual Túnez— la que alcanzó mayor esplendor y logró heredar el poder
de su metrópoli. Este comercio proporcionó a Tiro una extraordinaria riqueza, que sus
marinos no vacilaban en acrecer, a veces, mediante la piratería o el saqueo, razón por la cual su
fama no fue siempre muy buena.
Sin embargo, mientras se enriquecían, los fenicios cumplían, acaso sin saberlo, una labor
fecunda. Países que antes apenas se conocían entraron en contacto regular por obra de sus
naves, y los objetos que cada uno producía comenzaron a difundirse en los otros, lo cual solía
constituir un incentivo en la evolución de las técnicas industriales y en los usos y costumbres.
Pero de todos los servicios que cumplieron en beneficio de la civilización ninguno puede
compararse a la difusión del alfabeto. Ellos fueron, en efecto, quienes idearon —inspirándose
no se sabe bien en qué— una serie de signos que representaban nada más que sonidos —y no
ideas o palabras—, con los cuales se podían escribir vocablos de cualquier idioma. Los
arameos, los hebreos, los griegos y los romanos utilizaron este alfabeto, en el que sólo se
introdujeron con el uso pequeñas modificaciones.
El esplendor de Tiro duró tres siglos. Los asirios quisieron dominarla y la combatieron con
encarnizamiento, pero Tiro pudo subsistir a sus ataques, como sobrevivió luego al de los
babilonios; pero tan largas y permanentes guerras la debilitaron y, en el siglo VI, dejó de ser el
poderoso emporio económico que había sido antes; fue su antigua colonia, Cartago, la que
heredó su poder y su actividad comercial.