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HISTORIA ANTIGUA - La época de Augusto
EL PRINCIPADO
En efecto, Octavio era dueño absoluto de la situación. Si pretendía haber restaurado la
república era solamente porque no quería provocar, como César, la hostilidad de los
tradicionalistas que abominaban del poder unipersonal; pero él ejerció una autoridad de esa
clase, disimulada tras las formas republicanas.
Cuando, en el año 27, Octavio declinó las facultades extraordinarias, sabía muy bien cuál iba a
ser la reacción del Senado. El supremo cuerpo político del Estado le confirió el título de
Augusto —esto es, sagrado— y le devolvió el mando supremo de los ejércitos así como
también el gobierno de algunas provincias. Las instituciones republicanas se mantuvieron,
pero Augusto ocupó cuantas magistraturas quiso, pudiendo, además, sugerir cuáles eran los
candidatos de su predilección para los distintos cargos. La costumbre hizo lo demás. Los
magistrados perdieron su antigua independencia y se hizo entonces norma política el acatar
las indicaciones de Augusto, que, sin embargo, procuró ser moderado en todo aquello que no
implicaba merma para su autoridad de hecho. El régimen del principado —que él inauguró y
que le sobrevivió durante más de dos siglos fue, en el fondo, una ficción jurídica: la república
subsistía en la forma, pero el poder era unipersonal en la realidad. Sólo los amigos y consejeros
personales de Augusto lograron tener alguna ingerencia en la vida del Estado; con ellos formó
el príncipe un consejo, al que pertenecieron Mecenas y Agripa, el primero de los cuales se
distinguió por la protección que prestó a artistas y poetas, y el segundo por su actividad
militar.
AUGUSTO. Octavio César Augusto fue divinizado por sus conciudadanos, después de su
muerte, debido a los triunfos que logró en su vida pública.