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HISTORIA ANTIGUA - La época de Augusto
LA POLITICA INTERIOR, ROMANIZADORA, Y LA POLITICA EXTERIOR
El principal mérito de Augusto ante los ojos de sus contemporáneos fue el restablecimiento de
la paz. Tras largos años de lucha civil, los romanos ansiaban la tranquilidad a cualquier precio
y no tuvieron inconveniente ya en enajenar una parte de sus derechos políticos con tal de
lograrla. Augusto la aseguró con firmeza y energía, y en las provincias especialmente, las
consecuencias fueron notables. La administración fue más honesta y las actividades
productivas fueron protegidas y estimuladas por el Estado romano, que, al mismo tiempo,
organizó el régimen municipal para dar cierta participación a los provinciales en el gobierno
local. También merecieron su atención los impuestos, que hizo cobrar directamente y de
manera más justa de acuerdo con las posibilidades económicas de cada región. Como
administrador, Augusto mostró una extremada habilidad y echó las bases de un sistema que
duró largo tiempo dando excelentes resultados.
Políticamente, su destreza para el manejo de los hombres le permitió realizar el tránsito entre
la antigua y la nueva forma de gobierno sin suscitar mayores resistencias. Supo contener
cuantos intentos se insinuaron de restaurar el régimen antiguo y logró incorporar al
mecanismo estatal a los sectores económicos y sociales más significativos; especialmente a los
ricos, con los cuales reemplazó los restos de la antigua nobleza republicana que aun quedaban
en el Senado. Así, cuando murió, el Estado había sufrido una total modificación no sólo en sus
mecanismos administrativos y políticos, sino también en las fuerzas humanas que lo
tonificaban y lo movían.
Conservador por temperamento, Augusto advirtió el peligro que corría el imperio si el Estado
no realizaba una labor de romanización de las distintas comarcas sometidas a su autoridad.
Para lograrlo, comenzó por estimular el retorno a las antiguas costumbres en Italia, porque
veía en ella el núcleo de donde debían irradiar los principios unificadores. Combatió el lujo, las
formas exóticas de religiosidad, los hábitos y costumbres provenientes del Oriente y Grecia,
todo aquello, en fin, que se opusiera a las tradiciones romanas. Siguiendo la misma política, se
preocupó por llevar a las provincias esas mismas tradiciones y costumbres, tratando de que en
ellas se produjera, lentamente, su asimilación. Así, vio en los campamentos militares y en las
colonias de ciudadanos romanos los instrumentos para la romanización, cuya labor se
complementaba con la difusión de los cultos oficiales de Roma y, especialmente, el culto del
emperador, alrededor del cual quiso crear el vínculo de unión entre tantas y tan distintas
regiones como poseía el imperio.
Augusto no era, por temperamento, hombre propenso a las grandes aventuras militares; sin
embargo, es posible que pensara en un principio en la posibilidad de acrecentar sus territorios,
especialmente aquellos que podían considerarse, por la naturaleza de sus pobladores, como
una amenaza para la seguridad de las fronteras. Quiso, por eso, conquistar la Germania; el año
9 a. de J. C., una poderosa fuerza romana al mando de Druso y Tiberio había logrado
introducirse más allá del Rin, pero los germanos prepararon una emboscada y aniquilaron
completamente, en la selva de Teutoburgo, dos legiones comandadas por el general Varo. Este
desastre, así como la grave insurrección de las provincias del alto Danubio, orientó
definitivamente su política militar, que desde entonces fue estrictamente defensiva.
Durante su largo gobierno, Augusto reorganizó el ejército y dio cabida en él a los provinciales;
luego distribuyó las legiones a lo largo de las fronteras, y fortificó las líneas utilizando los
recursos naturales cuando era posible; a veces consideró imprescindible, para ese fin,
emprender la conquista de algunas zonas con cuyo dominio podía alcanzarse un obstáculo
natural de importancia para el sistema defensivo; otras, formó nutridas colonias militares que
defendían la retaguardia de las fuerzas avanzadas; así, en cada caso, pudo lograr la mayor
seguridad para el imperio que, en general, quedó protegido por los ríos Rin, Danubio y
Eufrates y por los desiertos de Arabia y Sahara.