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HISTORIA ANTIGUA - La aparición del Cristianismo
JESUS Y SU DOCTRINA
A diferencia de todos los otros pueblos orientales, los hebreos elaboraron una creencia
monoteísta. En general, era una religión muy apegada a la forma de los ritos, pero hubo
muchos profetas —Isaías y Jeremías, especialmente —que predicaron la necesidad de practicar
una religión íntima, mística, en la que el ritualismo fuera reemplazado por la fe profunda.
Siguiendo este pensamiento, Jesús predicó una doctrina de fraternidad y de amor, que
conmovió profundamente a muchos hebreos, que se hicieron discípulos suyos.
Enseñaba Jesús que la verdadera vida no es ésta que vive el cuerpo, sino la vida eterna del
alma, para la cual la existencia terrena es preparación y prueba. Aquí, en la tierra, era
necesario demostrar la virtud para merecer el bien después de la muerte, y esa virtud consistía
en la firme fe en Dios y en el ejercicio de una moral superior. El desprecio por las riquezas, el
amor al prójimo, la resignación ante las calamidades de la vida, el ejercicio de la misericordia y
la caridad, todo ello constituía un conjunto de reglas cuyo cumplimiento estimaba muy
superior al frío ejercicio de un culto minucioso como el del templo de Jerusalén.
Esta última circunstancia le atrajo a Jesús el odio y la persecución del Sanedrín —que era el
Senado de la ciudad—y de los sacerdotes. Oían que por todas partes se atribuía a Jesús el
maravilloso poder de obrar milagros, que se reconocía en él al Hijo de Dios, al Mesías
esperado y ungido por Dios mismo; y temerosos de no poder contener el avance de la nueva
doctrina, comenzaron a hostilizarlo para perderlo. El pueblo, en efecto, le seguía devotamente,
porque su palabra tenía un extraño poder de sugestión y era, además, convincente y sencilla;
enseñaba por medio de parábolas que llegaban al corazón de quienes lo escuchaban y sus
promesas de redención encontraban eco en los espíritus acongojados. Era, pues,
imprescindible, para los sacerdotes del templo, impedir que siguiera una predicación que
amenazaba socavar su predominio.
No pudiendo condenarlo por razones religiosas, el Sanedrín y los sacerdotes aprovecharon el
prestigio popular de Jesús para presentarlo como un caudillo revolucionario que quería
rebelar al pueblo contra la autoridad romana. Como esta clase de movimientos no eran
inverosímiles en Palestina, el procurador de Galilea, Poncio Pilatos, dio por fundada la
acusación y, no sin vacilaciones otorgó su consentimiento para que Jesús fuera condenado a
muerte. Así
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fue como lo crucificaron entre dos ladrones, en el año 33 de nuestra Era, en el
monte denominado Gólgota, es decir, monte de las Calaveras.