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GEOGRAFIA POLITICA - Cuestiones de demogeografía
GENEROS DE VIDA
Se designa en geografía con esta expresión, género de vida, a la manera peculiar con que los
grupos humanos realizan las tareas adecuadas para procurarse el sustento, en cuanto tal
manera se halla regida y modelada por factores geográficos. El estudio de los géneros de vida
atarle por tanto a aquellos grupos humanos que viven en contacto con la naturaleza y
sometidos en alguna medida a los arbitrios de las potencias naturales; o dicho en otras palabras,
sería superfluo estudiar con criterio geográfico cierto las costumbres y usos peculiares de los
habitantes de las grandes ciudades, donde los principales factores influyentes son los de
carácter económico o social, sin que el clima, o la vegetación, o el agua subterránea, el relieve
del suelo y la composición de las rocas yacentes, influyan de consuno en forma palpable y
decisiva en la manera de vivir de los habitantes. Así delimitado el problema en consideración,
veamos las más relevantes figuras que nos ofrece el policromo cuadro de la vida humana en la
Tierra.
Dejadas a un lado las facetas secundarias, se puede considerar que los géneros de vida se
reducen a un exiguo número de formas fundamentales, como son el nomadismo, la
trashumación y el sedentarismo. Las influencias geográficas en este particular aparecen cuando
se comprueba que, en términos generales, cada una de esas figuras antropogeográficas
corresponden a un tipo de ambiente, o están asociadas a un determinado cuadro físico
geográfico, sea del clima, del relieve o de la vegetación natural. Así, pues, la vida nómada es
peculiar de los pueblos que han logrado adaptarse al avaro medio geográfico del desierto árido;
la vida sedentaria es practicada por los habitantes de las regiones húmedas, donde es posible la
actividad agrícola que reclama labores el año redondo, y se hallan formas de trashumación en
ciertas comarcas aptas para la actividad pastoril, cuyos cambios estacionales crean grandes
desigualdades entre los diversos sectores del suelo, como por ejemplo entre los valles bajos y
las montañas. Vamos a dirigir, pues, nuestra mirada a la vida que se desarrolla en los desiertos,
en la selvas, en las montañas y en las regiones árticas, como muestras más características entre
los distintos géneros de vida.
La vida en el desierto árido recibe directamente, quizá más que ninguna otra, el impacto de los
factores naturales. Todo en ella gira en torno de la angustia por el agua, y la existencia errante,
nómada por excelencia, es la consecuencia más visible de contingencias.
Si bien es verdad que hay lugar para un cierto margen de sedentarismo en los grandes oasis
permanentes, como los que existen en varias partes del Sahara, donde alguna disponibilidad
de agua da vida a cierta actividad agrícola que se cobija bajo los densos palmares que crecen
con lozanía sin par en esa atmósfera abrasadora, fuera de estos oasis los pobladores del
desierto aprovechan los pasturajes ocasionales que brotan episódicamente en algunos lugares
propensos a la humedad del suelo. Ahí se instalan los beduinos con sus viviendas y ajuar
sumario, listos para abandonar el lugarejo cuando el agua se agosta o los pasturajes no dan
más alimento a sus caballerías o tropas de camellos; y entonces menester es hallar otro paraje
que haya recibido la lotería de una lluvia reciente y pueda cobijar a estos pastores nómadas por
algún tiempo. La vida nómada y la mezquindad de recursos del medio geográfico explican los
usos, atuendo y costumbres de los pobladores del desierto árido. Sus grandes proveedores de
material para su ajuar y vivienda son el camello y la vegetación de los oasis, especialmente sus
palmeras. La vestimenta complicada guarda relación con el clima cambiante, que puede dar
temperaturas calcinantes durante el día y frío intenso en la noche, amén de las terribles
tormentas que se desencadenan con el fiero "simún", cuya inclemencia inmoviliza a todo ser
viviente. Todo induce a considerar, pues, que el género de vida sus-citado por el desierto árido
se desenvuelve dentro de un estrecho marco, fijado por el ambiente árido y las reducidas
posibilidades que ofrece a la vichi humana.
La contraparte de la vida en el desierto árido es la condición humana de los moradores del
desierto frío. En todo el anillo de tierras heladas que rodean al Polo Norte viven esparcidos
algunos millares de individuos, entre los cuales los esquimales constituyen el grupo más
destacado. Sus usos y costumbres han sido maravillosamente estudiados con espíritu científico
y filantrópico por el investigador groenlandés Rassmussen. Sábese por éste que aquellos
moradores del borde del ecumene llevan una existencia esforzada, de privaciones y
sufrimientos, gracias a los cuales logran subsistir en este otro medio archimezquino de las
tundras polares. Aquí la vida es alternativamente nómada y sedentaria; la primera en verano,
que es la época de las grandes expediciones de caza y pesca. Cuando sobreviene el largo
invierno subpolar, las bajas temperaturas y las frecuentes tormentas inmovilizan al esquimal,
que se construye una vivienda con el único material derrochado a su alrededor: el hielo. El
"iglú" es esta cueva cónica revestida interiormente con pieles de foca, que es como la piel de
camello para el beduino del Sahara; en el interior de esta reducida vivienda se respira un aire
confinado, cuya temperatura, por el filo del 0°, resulta confortable comparada con las marcas
de 40° y 50° bajo cero que se registran a la intemperie. Si no fuera por la caza de focas, en la
cual los esquimales exhiben una astucia y maestría insuperables, no podrían subsistir estos
moradores del desierto helado, que han logrado adaptarse a tan avaro ambiente geográfico a
expensas de su propia vitalidad.
La vida trashumante que llevan los pastores en ciertas comarcas montañosas es otro ejemplo
de vinculación entre el medio geográfico y el hombre adaptado a él. Revela asimismo este otro
género de vida el esfuerzo afanoso para aprovechar hasta los últimos rincones del mundo
habitable, aunque sea temporalmente. Ocurre en efecto que en las regiones con montañas
nevadas hay una zona altitudinal que en invierno queda completamente sepultada por un
manto de nieve que la torna inhabitable e inepta asimismo para el tránsito. Pero llegado el
verano y fundida la nieve, esta zona altitudinal es una interminable sucesión de dehesas de
montaña, de ricos pasturajes y abundantes aguadas. Los pastores que pasan el invierno —
generalmente crudo— en las dehesas de los valles bajos, codician esos prados feraces, sus
frutos, su aire puro, sus aguas cristalinas. Por ello, y porque los mismos animales manifiestan
su impulso a viajar cuesta arriba, se realiza el traslado, la trashumación, que en ciertos casos
comporta un viaje de varias decenas de kilómetros. Terminado el verano se retorna a los
pasturajes de invierno, desandando el camino recorrido anteriormente. En la Argentina se
denomina veranadas e invernadas a los campos de verano e invierno respectivamente, y
veranadores a los pastores que cumplen la trashumación. La analogía entre las formas de vida
de pastores trashumantes de muy diversas regiones de la Tierra induce a pensar que este
género de vida es el resultado de ciertas influencias geográficas, cuya presencia en todos los
casos es prueba de un efectivo determinismo.