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GEOGRAFIA FISICA - Origen del relieve terrestre
TERREMOTOS
Los terremotos o sismos consisten en movimientos vibratorios muy rápidos de la corteza
terrestre, que se propagan con extrema rapidez, amortiguándose a medida que se alejan del
foco u origen. Este se llama hipocentro, y se halla a cierta profundidad, designándose epicentro
al punto de la superficie más próximo a aquél, de donde parecen partir aparentemente las
vibraciones.
La máxima intensidad del terremoto se advierte superficialmente en el lugar donde se
encuentra el epicentro; en torno de éste pueden unirse por medio de curvas todos los puntos
donde el fenómeno ha alcanzado la misma magnitud; a tales curvas se las designa con el
nombre de isoseístas.
El trazado de dichas isoseístas permite establecer el lugar donde se encuentra el epicentro, en
el caso de que la posición de éste no sea conocida directamente.
Los terremotos tienen siempre muy poca duración, generalmente algunos segundos o algunos
minutos, pero son tan espantosos los desastres que provocan cuando su grado de intensidad es
elevado, que muchas veces la duración poco influye en los daños causados, ya que una
sacudida brusca puede destruir una ciudad entera, no interesando los movimientos más leves
que ocurren posteriormente.
Para concebir mejor la naturaleza de las vibraciones que transmiten los terremotos,
imaginemos que golpeamos en el extremo de un largo trozo de hierro con un martillo y una
persona percibe dichas vibraciones en el extremo opuesto. Si golpeamos en el sentido de la
longitud de la varilla comprimimos bruscamente con el golpe las moléculas que se encuentran
en el extremo inicial afectado; estas moléculas reaccionan elásticamente como una pelota que
rebota y transmiten el movimiento o la compresión brusca a las moléculas situadas
contiguamente; éstas se comprimen, rebotan a su vez y el movimiento se transmite a lo largo
de la varilla por sucesivas compresiones y descompresiones del medio, en la forma como se
transmite el sonido por el aire. Tales son las vibraciones longitudinales que ocasionan los
terremotos.
Golpeando la varilla transversalmente a •su longitud, obligamos a sus moléculas a oscilar de
un lado para otro. Esta oscilación se transmite como la que provoca una piedra al caer en un
estanque; sobre la superficie de éste origina ondas que partiendo del punto de la superficie
perturbada se desplazan en forma de círculos que se van agrandando cada vez a mayores
distancias de dicho centro. Téngase en cuenta que al caer la piedra en el agua, hunde la
superficie de ésta al abrirse paso; pero el agua reacciona inmediatamente y cierra con violencia
el hueco producido, lo que determina una ondulación en sentido contrario a la originada por la
piedra; esta oscilación se transmite en todas direcciones a partir del centro perturbado.
Del hipocentro, que es el foco de perturbación de un terremoto, parten las ondas longitudinales
y transversales a velocidades diferentes, marchando las primeras 1,8 veces más rápidamente
que las segundas. Cada clase de rocas conduce de manera diferente las vibraciones, pero puede
decirse que las ondas longitudinales se mueven siempre a más de 10 kms. por segundo. Las
ondas más lentas son las que partiendo del epicentro recorren la superficie terrestre causando a
menudo grandes destrozos; constituyen las vibraciones superficiales.
El registro de las ondas producidas por los terremotos puede realizarse con diversas clases de
instrumentos, que en conjunto se llaman seismografos (o sismógrafos); esencialmente consisten
en una gran masa metálica suspendida o apoyada sobre una punta, que debido a su inercia
tarda mucho en ponerse en movimiento cuando al vibrar la Tierra ésta mueve rápidamente la
parte del aparato que sirve de suspensión o de apoyo a la masa pesada. Al quedar ésta inmóvil
y vibrando las partes que tienen relación directa con el suelo perturbado, puede comprenderse
fácilmente que los desplazamientos del suelo respecto a la masa fija pueden ser inscriptos (la
inscripción se realiza sobre un tambor que gira con movimiento uniforme, relacionado con el
suelo que vibra, y una punta inscriptora adaptada a la masa pesada que queda fija).
Los sismógrafos registran las ondulaciones producidas por los terremotos, aun de aquellos que
no son perceptibles para el hombre, en forma de sismogramas, en los que se reconocen por lo
general tres partes: la primera corresponde a la llegada de las ondas longitudinales y a
continuación de las transversales; la segunda, que se llama fase principal, indica el arribo de las
ondas superficiales que afectan, según ya hemos dicho, más intensamente la superficie
terrestre, aunque marchan más despacio; finalmente, una fase última está determinada por las
réplicas, que pueden repetirse en algunos casos gran número de veces.
Los terremotos ofrecen diversos grados de intensidad: los microseismos son perceptibles
solamente por los sismógrafos; los macroseismos son notados por las personas y llegan a tener
efectos destructores (agrietamiento de paredes, caída de cuerpos que mantengan un equilibrio
poco estable, etc.), sin llegar a originar verdaderas catástrofes; los megaseismos son los
terremotos de mayor intensidad y pueden provocar en pocos segundos la destrucción de
ciudades, puentes, produciendo a veces enormes grietas en el suelo y derrumbes en las
montañas.
Los terremotos que afectan al fondo de los mares se llaman maremotos; son bastante frecuentes
en las costas del Japón y de Chile, y llegan a levantar olas de prodigiosa altura en el océano,
que producen verdaderos desastres, cuando alcanzan las costas, destruyendo todo a su paso,
dejando algunos barcos varados en la costa y arrastrando a los habitantes del litoral afectado
hacia el mar.
Uno de los terremotos, acompañado de maremotos, más destructores que recuerda la historia
ha sido el que ocurrió en el Japón en 1923, que ocasionó más de 200.000 víctimas, causadas por
el efecto directo del propio terremoto y por las olas que produjo en el mar y los incendios en
tierra. En China (Kan Su) ocurrió en 1920 un seísmo de parecidos efectos destructores.
Un terremoto muy violento fue el de San Francisco, ocurrido en 1906, que produjo notables
fracturas en el suelo, y aunque afectó intensamente a la nombrada ciudad californiana, hizo
pocas víctimas gracias a la solidez de las construcciones (sobre todo las que tenían armazón de
hierro). En cambio, ocasionaron muchas víctimas los terremotos de 1755 de Lisboa, de 1908 de
Messina (éste causó la muerte de cien mil personas) y el de 1944 de San Juan (Argentina), que a
pesar de no haber sido de los más intensos, fue un verdadero desastre, al afectar a una ciudad
en la que las construcciones eran poco sólidas.
Los terremotos son ocasionados por la ruptura brusca de las masas rocosas sometidas a
grandes presiones, por los hundimientos de grandes trozos de la corteza que no encuentran
suficiente base de apoyo y por las acomodaciones que las diversas partes de aquélla realizan en
el transcurso, ya sea por el cambio de peso debido a la erosión o a la sedimentación, ya por la
acumulación volcánica. Los seísmos que acompañan a las grandes erupciones volcánicas son,
según ya hemos dicho, de carácter local, y los grandes terremotos pocas veces van
acompañados de sensibles manifestaciones volcánicas, y hasta pueden ocurrir en regiones
donde los volcanes son desconocidos (caso de China, por ejemplo).