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FILOSOFIA - Sócrates y los pequeños socráticos
EL METODO SOCRATICO
El método socrático queda dicho por modo excelente en la Metafísica de Aristóteles: "Con
mucha razón buscaba Sócrates la definición... Hay dos cosas que justamente se le atribuyen: los
razonamientos inductivos y la definición por el género. Tales son los dos fundamentos de la
ciencia".
Jenofonte, en sus Memorias, nos advierte: "Sócrates decía que la Dialéctica se llama así porque
consiste en reunirse para deliberar en común, distinguiendo en géneros diversos objetos.
Menester es, pues, intentar todos los esfuerzos posibles para hacerse a sí propio capaz de esta
tarea, preocupándose, por encima de todas las cosas, de practicar un arte que vuelve a los
hombres superiores en la conducta, el mando y el razonamiento".
También dice en otra parte Jenofonte: "Cuando tenía que desarrollar un punto, era por
principios universalmente admitidos cómo procedía, juzgando éste un método infalible de
razonar".
La dialéctica socrática se ejercitaba sin cesar sobre lo que concierne al hombre, "examinando,
dice Jenofonte, lo que es piadoso, lo que es impío, lo bello y lo feo, lo justo y lo injusto, la
sabiduría y la locura, el valor y la cobardía, el Estado y el hombre de Estado, el Gobierno y el
hombre digno de gobernar". Es decir, los temas socráticos se avenían siempre a lo humano,
porque el filósofo había hecho su divisa del oráculo délfico: "Conócete a ti mismo".
En suma, conocerse a si mismo, reuniéndose para deliberar en común por la práctica de
razonamientos inductivos, que conducen a la definición genérica y a principios universales
sobre los aspectos y atributos de la vida humana. Este es el empeño socrático.
La convicción de que la verdad está en nosotros, porque en nosotros mismos reside lo universal,
y, conociéndonos, lo conocemos inductivamente y lo definimos. Este es el asiento de toda
filosofía verdadera. Sócrates, Platón, San Agustín, Descartes, Kant, Husserl, parten de sí mismos.
El método fenomenológico y la epojé husserliana, la Idea platónica, remate de la dialéctica
socrática, como el Si fallor sum de San Agustín, el Cogito cartesiano y la Crítica de la Razón
Pura, responden a idéntica actitud del pensador en la obra del conocimiento.
"Si de Sócrates se trata, y de su simbolismo —dice Werner Jaeger en su admirable síntesis de la
cultura griega, rotulada Paideia—, habrá que tomar en cuenta, tanto la vida del filósofo como su
muerte; pero la vida no construyó su simbolismo, como lo realizó su muerte. Es porque Sócrates
murió por su convicción; por esto destaca su muerte sobre su vida. Constituye una buena
prueba de su filosofía; acaso la mejor". De Sócrates puede decirse, con sentido más verdadero
que de otro cualquier hombre de la historia universal, lo que escribió el clásico español en
inmortal poesía: "igualó con la vida el pensamiento".
Esta ecuación heroica es la que patentiza la muerte del filósofo. La posteridad cristiana —según
Jaeger— le discernió la corona de mártir precristiano. El gran humanista de la época de la
Reforma, Erasmo de Rotterdam, le incluía audazmente entre sus santos, y le rezaba: Sancte
Socrates, ora pro nobis.
¿Por qué esta singular grandeza socrática? Porque es el Apóstol de la libertad moral, "sustraído
a todo dogma y a toda tradición. Sin más gobierno que el de su propia persona y obediente sólo
a los dictados de la voz interior de su conciencia".
Esta es la forma de la alteza socrática, la valerosa, la serena, la absoluta fe en la propia
conciencia; el acto de obrar siempre de acuerdo con la esencia de la personalidad. ¡Personalidad
autónoma, en realidad soberana!
Sócrates crea con sus actos la posibilidad de un concepto de la bienaventuranza, asequible en
esta vida por obra de la fuerza interior del hombre. "No basada en la gracia, sino en la tendencia
incesante hacia el perfeccionamiento del propio ser".
No obstante estas fórmulas, que se dirían definitivas, es imposible agotar el sentido del sacrificio
socrático para las generaciones posteriores; porque, "todas las nuevas ideas que surgían, todos
los movimientos espirituales que se desarrollaban, invocaron su nombre".
Dentro del cristianismo, Sócrates fue una especie de precursor cristiano. La "Paideia" helénica, se
sintetizó en el filósofo. Los principios del helenismo: la Razón y la Naturaleza, sus normas
supremas, se acercaron a informar los misterios cristianos; y hoy podemos, conforme al filólogo
alemán, apreciar lo que significaba aquella posibilidad de llegar a una conciliación efectiva,
entre la religión cristiana y el "hombre natural", a través de la filosofía antigua; y vemos
claramente cuánto ha podido contribuir a ella la imagen de la Antigüedad constituida en torno
de Sócrates.
Aun en nuestro tiempo. Todos sabemos y recordamos cómo Nietzsche, en su lucha contra el
cristianismo, al estimarlo negativamente, como una religión de decadencia, de "resentimiento"
contra la vida libre y pura, halló a su paso a Sócrates. Al luchar contra la moral cristiana, hubo
de luchar también contra el filósofo ateniense. Sócrates —dice Nietzsche en su Crepúsculo de los
ídolos— alteró el estilo griego con la dialéctica. No existía, antes de Sócrates, en los modales de
la gente distinguida de Atenas, la demostración dialéctica. Las cosas honradas, no se probaban
apelando a los cinco dedos de la mano. "Lo que tiene necesidad de ser demostrado para ser
creído, no puede valer gran cosa".
El valor de la "Paideia" socrática estriba en que el filósofo es uno de los últimos ciudadanos de la
Antigua Grecia, de la "polis" y, a la vez, encarnación y emblema de la nueva forma de la
individualidad moral y espiritual. "Ambas cosas se unían en Sócrates sin medias tintas. Su
primera personalidad apunta a un gran pasado; la segunda al porvenir. Es en realidad un
fenómeno único y peculiar del espíritu griego".
Lo que constituye la importancia de Sócrates como educador del género humano es la suma de
estos dos elementos integrantes de su ser,
fue el ciudadano ateniense que se subordinó a las
leyes de Atenas y —como se relata en el Crikin— les ofrendó en holocausto la propia existencia;
pero fue también el hombre que opuso su moralidad y religiosidad personal a las vernáculas,
sosteniendo en esta forma augusta los fundamentos de la religión y la moral futuras. "Antes de
llegar a Sócrates, la religión griega carece de un dios que ordene al individuo hacer frente a las
tentaciones y las amenazas del mundo". Por esto Platón ensalzó la muerte de su maestro como
una hazaña de superación heroica de la vida. De esta "heroica superación" surge un antecedente
de la fe del porvenir.