Textos    |    Libros Gratis    |    Recetas

 

.
FILOSOFIA - La filosofía en el siglo XIX
LA FILOSOFIA POSITIVISTA DE AUGUSTO COMTE
AUGUSTO COMTE, el fundador del positivismo, hereda y supera toda la riqueza de
pensamiento del socialismo utópico francés. Comte nace el año 1798, en Montpellier, y muere en
París (1851). Sus obras principales son: Curso de Filosofía positiva (6 vols., París, 1840-1842);
Sistema de Política positiva (París, 18511854), en cuyo apéndice aparecen impresas sus obras
más importantes de juventud, sobre todo el Plan de trabajos científicos, necesario para
reorganizar la sociedad (1824); Catecismo positivista (1853).
El propósito de Comte apunta ni más ni menos que a promover una reforma total de la sociedad
humana. Para él, era evidente que el Iluminismo, al par que su visible efecto, la Revolución,
estaba en bancarrota. Pero, a diferencia de los tradicionalistas y socialistas, cree que el remedio
está en la ciencia. Saber para prever, prever para obrar. De una verdadera ciencia que, como tal,
se limite al estudio de los hechos y de las relaciones permanentes de éstos (las leyes), esto es, de
una ciencia positiva; pues hablar de los primeros o de las últimas causas de las cosas es
engañoso.
En particular, el sistema positivista reposa esencialmente sobre tres principios: la ley de los tres
estados, la clasificación de las ciencias y la religión de la humanidad.
Según Comte, la humanidad ha pasado por tres estados sucesivos: el estado teológico, durante
el cual el hombre explica los fenómenos por la intervención de agentes sobrenaturales
(fetichismo, politeísmo, monoteísmo); el estado metafísico, en el que todo se explica por
entidades abstractas, como son las nociones de sustancia, causalidad, finalidad de la naturaleza,
etc.; en fin, el estado positivo o real, en donde mediante la observación de los hechos, de lo
positivo (lo puesto o dado), se trata de descubrir las leyes.
Comte afirma que las ideas gobiernan al mundo (intelectualismo) y que la reforma social logrará
su objetivo cuando en la lucha se unan a la filosofía positivista, el proletariado y el movimiento
de la emancipación de la mujer. La evolución del saber determina la transformación social a
través de los siglos. La sociedad ha evolucionado, conforme al progreso de la ciencia, de un
estado sacerdotal de base militar, pasando por una forma de gobierno en que predominan los
legistas, a una etapa industrial y positiva.
La clasificación de las ciencias indica tal desarrollo histórico del saber humano: matemáticas,
astronomía, física, química, biología, sociología. Esta jerarquía posee también un orden lógico
que va gradualmente de la ciencia más abstracta (la matemática) a la más concreta y compleja (la
sociología).
La religión de la humanidad es el culto de los grandes hombres, de los muertos ilustres, que
ocupan el más alto rango en el Gran Ser, esto es, la unidad de todos los hombres. La moral
positivista es esencialmente social y altruista. Su imperativo exige al hombre vivir para el
prójimo.
El rígido intelectualismo positivista se fue suavizando al correr del tiempo. Se llegó a ver que en
los grandes hechos
históricos interviene decisivamente la vida emotiva del hombre. De esta
suerte, la reforma social acabó por concebirse en esta fórmula: el amor como principio, el orden
como base, el progreso como fin.
Partiendo de estas ideas, Comte construye un sistema de educación. Está persuadido de que la
vida de cada hombre reproduce la historia de la humanidad; por donde llega al pensamiento de
que la mejor educación dirigida es aquella que aplica inteligentemente la Ley de los tres estados.
Durante la primera etapa (del nacimiento a la adolescencia) el aprendizaje no tendrá un carácter
formal y sistemático. El programa comprenderá lengua y literatura, música, dibujo, idiomas
extranjeros. Dichos conocimientos irán elevando al niño de la concepción fetichista del mundo al
politeísmo y monoteísmo.
Durante el segundo período (adolescencia y juventud), se iniciará el estudio formal de las
ciencias. Primero matemáticas y astronomía, física y química; después biología y sociología; al
fin, la moral, designio último de toda educación. No se descuidará la cultura estética del joven, y
el estudio de las lenguas griega y latina; lenguas, sobre todo el latín, que servirán para despertar
el sentimiento de nuestra filiación social. A través de este período, el individuo pasará poco a
poco del estado metafísico a una concepción positivista del mundo y de la vida. La educación
religiosa será un principio de acción. Al Gran Ser ha de tributársele, primero, un culto privado,
en que el educando llegue a sentirse solidario de sus antepasados y de sus descendientes;
después, un culto público, con ritos, sacerdotes y un calendario con fiestas dedicadas a los
prohombres de la humanidad.
Comte está convencido de que sólo el positivismo es capaz de organizar un verdadero sistema
de educación popular, que será el más vigoroso instrumento de la reforma social.
Entre los discípulos de Comte, EMILIO LITTRE (1801-1881) es el más importante e inmediato.
En libre relación con el positivismo se encuentran JOHN STUART MILL (1806-1873), TH. RIBOT
(1839-1916) y otros pensadores de tendencia afín.