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FILOSOFIA - La filosofía en el siglo XIX
EL DESCUBRIMIENTO DE LA VIDA HUMANA
NIETZSCHE. - Como a Kierkegaard, a Nietzsche preocupó un pensamiento: el tema del hombre.
Federico Nietzsche (1844-1900) nació en Roeken; estudió filología en las Universidades de Bonn
y Leipzig,
fue profesor en Basilea desde 1870 hasta 1878. En 1881 comenzó a padecer
perturbaciones mentales que no lo abandonaron hasta su muerte. Tuvo frecuente y sucesivo
trato, durante su vida, con Jahn, Rhode, Wagner, Bachofen, Burckhardt...
En el desarrollo de las concepciones filosóficas de Nietzsche hay que distinguir tres etapas: en la
primera, el período romántico, influyen en él Schopenhauer y Wagner, y redacta obras de crítica
histórico-filosófica (Origen de la Tragedia, 1872; La Filosofía en la Epoca trágica de los Griegos,
1872; Consideraciones intempestivas, 1876). Harto de la civilización de su tiempo, experimenta
cierto dejo de nostalgia por una vida de elevación y exaltación estéticas. 
En la segunda etapa, su período positivo, se aleja del ideal romántico y considera al investigador
como principal factor y conductor de la cultura humana. Escribe entonces: Humano, Demasiado
Humano (1870); Aurora (1881); La Gaya Ciencia (1882); Pensamientos sobre Prejuicios morales
(1881).
En el último y más importante período de su producción, el llamado período zaratústrico, una
admirable conciliación de pensamientos románticos y científicos, anuncia al fin un nuevo ideal
de existencia humana, el superhombre, cuyo advenimiento sólo es posible por una tras-
mutación de todos los valores generalmente aceptados. Comprende las obras: Así hablaba
Zaratustra (1883); Más allá del bien y del mal (1889); Genealogía de la Moral (1887); El Ocaso de
los ídolos (1889); El Anticristo (1888); La Voluntad de Poder (1888)...
La vida y la voluntad de poder. —Nietzsche coloca en el centro de su posición la vida y la
voluntad de poder. A él se debe, de seguro, el más vigoroso impulso que ha cobrado la filosofía
de la vida. Con su libro profético Así hablaba Zaratustra (un libro para todos y para nadie)
produjo un entusiasmo casi fanático por estas cosas. Allí se trata a la vida como una criatura
humana, como a una mujer amada. No se puede hablar más seductora o íntimamente con la
vida, aunque a menudo se interrumpa el diálogo por el chasquido del látigo.
Después de Nietzsche la vida llegó a tener un nuevo y singular encanto. La voluntad de vivir es
voluntad de poder, y en su incremento reside el sentido de nuestra cultura entera; aun más, de
nuestra existencia en general. "Así obtiene su tabla de valores: ¿qué es lo bueno? Todo cuanto
eleva en el hombre el sentimiento de poderío, la voluntad de poderío, el poderío mismo. ¿Qué
es lo malo? Todo cuanto nace de la debilidad... Los débiles y los fracasados deben sucumbir:
primer principio de nuestra filantropía; y, además, se les debe ayudar a perecer. Hay algo más
nocivo que todo vicio; es la compasión a los fracasados y débiles. Todos los instintos que
afirman y fomentan la vida, la voluntad de poderío, son para él buenos, sanos; todos los que
tienden a menospreciar la vida son malos, enfermizos y revelan 'decadencia'. Nietzsche cree
poder distinguir dos estimativas morales, esencialmente distintas, según que procedan de una
clase dominante o de los dominados, los esclavos, los sometidos de todo género. Así resultan los
dos tipos fundamentales: la moral de los señores y la moral de los esclavos" (Messer).
El cristianismo y el superhombre. —Desde tal punto de vista, el cristianismo es declarado como
uno de estos últimos tipos de moral, pues ofrece un aspecto ascético, cierta negación del mundo
y de la vida. También el utilitarismo y eudemonismo son combatidos; sus aspiraciones al
bienestar, al placer y a la felicidad son despreciadas como plebeyas. En cambio, elabora un tipo
ideal representativo de la moral de los señores: el superhombre. Este último término tuvo su
origen en la idea darwiniana de la evolución de las especies. Así como todos los seres se han
superado en el transcurso de los siglos, el hombre tiene que hacer lo propio, debe transformarse
en un superhombre. Pero, en el fondo, lo que se exige es la creación de una nueva cultura, de un
nuevo hombre con nuevas tablas de valores, es decir, una transmutación de todos los valores;
transmutación que ha de fincarse en una afirmación de la vida a pesar de todos sus dolores.
Pues la creencia en ultramundos es un signo de debilidad. Quien obra en la vida con la
esperanza de una recompensa en otro mundo, es un limosnero de felicidad, un hipócrita
eudemonista; vive una moral de la propina.
Quien lava sus faltas con la bondad y misericordia de un ser supremo, toma a Dios como escudo
de sus pecados, es doblemente débil y fracasado. De este modo se rechaza toda idea de una
moral teológica. "Permaneced fieles a la tierra —exclama Zaratustra, el anunciador del
superhombre— hermanos míos, y no creáis en aquellos que os hablan de esperanzas
ultramundanas. Son espíritus
envenenados, sépanlo o no"; son individuos que a causa de su
impotencia para llevar a cabo las grandes obras plenas de poderío, temiendo la propia
responsabilidad, las desvaloran, las declaran indignas invirtiendo así todos los valores; son, en
suma, espíritus resentidos.
El filisteísmo de la cultura y la idea de peligrosidad e independencia de la vida. — No cabe
duda que Nietzsche ha ejercido una influencia considerable en una nueva forma de ateísmo. Y
es que de Nietzsche, asimismo, se han extraído otros dos ingredientes de la idea de vida
humana: la peligrosidad y la independencia y autonomía de la existencia auténtica.
La vida es decisión, resolución, aventura. El hombre superior vive en constante peligro, censura
y rechaza los productos de la cultura decadente; no ama lo prójimo, sino lo lejano, aquello que
significa elevación y profundización de la vida. Por ello Nietzsche desprecia, con ingenio y
sarcasmo, a los filisteos de la cultura, que se exhiben en el trato social con la máscara de
creadores y protectores de los más altos valores y no son sino empedernidos eudemonistas de
una cultura burguesa y satisfecha, que no se atreven a vivir en peligro. Frente a la concepción
utilista y rutinaria de la vida, afirma Nietzsche el ideal caballeresco, el ideal del hombre
perspicaz y pujante que entiende la existencia a manera de una lucha por la autonomía,
autorresponsabilidad y elevación de lo humano.