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FILOSOFIA - La filosofía patrística
La invasión de los bárbaros estuvo a punto de destruir la cultura grecorromana. Los rudos
vencedores no poseían la sensibilidad bastante para comprender las sutiles creaciones del arte y
la ciencia griegos. Incluso para el derecho, el más grande rendimiento de la civilización imperial,
carecieron los hombres del Norte de la necesaria preparación. 
Por ventura, una nueva fuerza espiritual, que ganó muy pronto la confianza de los pueblos
recién llegados, supo y pudo salvar para el futuro los tesoros de la cultura, en esta época
turbulenta. Tal fuerza fue la Iglesia cristiana. Sin poseer aún el gusto para el arte, ni la capacidad
conceptual para la filosofía, honda y fácilmente comprendieron y sintieron los germanos la
prédica del Evangelio. Enternecidos con la pureza y dulzura, la piedad y misericordia de la
caridad cristiana, lloraron con lágrimas amargas la crucifixión de Jesús. Cuando se refiere a
Clodoveo la tragedia del Calvario, prorrumpe ingenuamente conmovido: "¡No haberme
encontrado allí con mis cien mil hombres!".
Sólo por la vía religiosa pudo educarse a los nuevos pueblos; sólo de la mano de la Iglesia pudo
llevarse a los nuevos hombres a la escuela de la Antigüedad; lo que dio por resultado que, de
inmediato, únicamente se aceptaran aquellas ideas y enseñanzas concordes con los dogmas de la
Iglesia en formación. Hubo de pasar mucho tiempo para que, en este proceso de asimilación de
la cultura grecorromana, se pudieran ponderar en todo su valor las grandes creaciones de ésta, y,
sobre ellas, se erigieran las nuevas conquistas, en los Tiempos Modernos.
Puede decirse que la Edad Media ha recorrido inversamente el camino que los griegos habían
andado en los dominios de la cultura. En Grecia se originó la ciencia y la filosofía del placer
intelectual y estético (el saber por el saber) y sólo después se fue poniendo, paulatinamente, al
servicio de las necesidades prácticas, de las exigencias morales, de las ansias religiosas. La Edad
Media inicia su marcha con la idea de una consciente subordinación del conocimiento a los
grandes objetivos de la fe y del dogma; ve en la ciencia, desde luego, sólo la faena del intelecto
para expresar conceptualmente lo que posee de manera cierta en sentimiento y convicción
religiosa. Pero en medio de este esfuerzo, despierta, insegura y tímidamente al principio, de
modo firme después, el placer por el propio conocimiento; de pronto, se desarrolla en forma
incipiente en territorios que parecían encontrarse más lejos de los dogmas intocables de la fe, y,
al fin, se abre paso otra vez, victoriosamente, cuando se empieza a deslindar la ciencia, de la
religión; la filosofía, de la teología.