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FILOSOFIA - La filosofía del Iluminismo
DAVID HUME
El más grande filósofo inglés es DAVID HUME, nacido el año de 1711 en Edimburgo y allí
mismo educado. Después de haber ejercido durante algún tiempo el comercio, vivió algunos
años en Francia estudiando, en donde concibió el genial Tratado sobre la Naturaleza Humana
(impreso en 1739). La indiferente acogida de este libro le obligó a editar la misma obra como
segundo volumen de su Essays moral, political and Literary en un opúsculo reformado y con el
título Investigaciones sobre el entendimiento humano (1748) y una Investigación sobre los
principios de la moral (1751), así como La Historia Natural de la Religión (1755). Como
bibliotecario de la Facultad de Derecho en Edimburgo, halló la ocasión para escribir su Historia
de Inglaterra. Es un pensador frío y reflexivo, diáfano y perspicaz, un analítico de primer rango,
que penetra con pensamiento exento de prejuicios y sin reticencias, hasta los últimos postulados
sobre los que se había ido construyendo la filosofía inglesa de los Tiempos Modernos, y éste fue
el motivo por el que, a pesar de la cautela de sus expresiones, no encontró de inmediato entre
sus conterráneos la merecida estima. Después de una brillante estada en París, donde estuvo en
contacto, entre otros, con Rousseau, desempeñó durante algún tiempo el cargo de subsecretario
de negocios exteriores, y luego volvió a Edimburgo donde, en 1776, dejó de existir. Como obra
póstuma aparecieron los Diálogos sobre la Religión Natural, y otros pequeños tratados.
Hume es el más perspicaz y consecuente de los empiristas ingleses. Poniendo en práctica el
método psicológico establece que hay dos clases de ideas: las impresiones y las representaciones.
Las primeras son propiamente las sensaciones que se experimentan. Las segundas son hechos
psíquicos representados, vale decir, copias o reproducciones de las primeras. El problema
fundamental del conocimiento reside en averiguar de qué impresiones provienen las ideas o
representaciones. Las impresiones en sí, son lo dado, la última realidad; pero las
representaciones, como copias o reproducciones, requieren un análisis para saber de cuáles
impresiones se derivan. Cuando a una idea no se le puede encontrar la impresión
correspondiente, es ficción, y no conviene a realidad alguna.
Llevado por este procedimiento se ocupa del problema metafísico, descubriendo que ciertas
cosas tenidas como realidades por Locke y Berkeley, como la sustancia pensante (el yo) y la
sustancia infinita (Dios), al igual que la extensa, no existen, porque sus ideas no corresponden a
ninguna impresión.
Así, llega Hume, consecuentemente, a resultados en extremo radicales. ¿Qué clases de ideas son
entonces ésas y otras más que el hombre cree tener por fundamentales, como la de la sustancia,
la existencia, la causalidad? Estas ideas ficticias son "asociaciones de ideas", lo que no quiere
decir que sean caprichosas, sino que obedecen a determinadas regularidades, tales como la
semejanza, la diferencia, la contigüidad.
A la pregunta: ¿Quién existe?, contesta Hume: mis impresiones. Ni yo, ni el mundo, ni Dios,
sino sólo mis impresiones. Pero ¿por qué se cree en estas cosas? Por hábito, por asociación de
ideas, pues no poseen existencia metafísica.
De esta suerte, Hume sustenta un escepticismo metafísico al propio tiempo que un positivismo:
no acepta los problemas metafísicos, y sólo se atiene al dato empírico. Señala como único
fundamento de las ciencias el hábito, la costumbre, la asociación de ideas: la causalidad, la
sustancia, etc., son explicadas por estos hechos de la conciencia humana.
Basada en tales supuestos hay una ciencia posible, hija de la creencia, que el hombre elabora
porque necesita vivir. La verdad científica es la que satisface esa necesidad. Hume, en este
sentido, es también un precursor del pragmatismo.
Así como la belleza, la conducta moral tiene su origen en el sentimiento y los afectos. "El bien y
el mal no se dan en sí, sino que toda la diferencia entre los dos depende de los afectos y pasiones
humanas. El fin de toda la actividad humana y, por consiguiente, también de la moral, es la
felicidad; el criterio de la acción moralmente buena o mala es el gozo o la aversión que en
nosotros produce. Pero como poseemos la facultad de compadecernos de los otros hombres,
resulta que no solamente el egoísmo, sino también la simpatía (o altruismo) influyen en nuestras
acciones y en nuestros juicios sobre ellas".
Para Hume, el derecho nació de la utilidad, que la Sociedad busca no por medio de un primitivo
contrato explícito, como quisieron Hobbes y Locke, sino por un convenio implícito y
consuetudinario; el fin del derecho es la defensa de los bienes, sin los cuales la Sociedad no
puede existir, como el de propiedad y fidelidad a las promesas. Con el propósito de poder
defender este derecho, la Sociedad delega la autoridad, y así de la Sociedad nace el Estado.
En el dominio de la filosofía de la religión suscita Hume tres problemas: el de los fundamentos,
el concerniente al contenido de verdad y el relativo a los orígenes de la vida religiosa. Tocante a
los primeros toma una actitud escéptica. "No podemos saber, dice, si deben admitirse la
Providencia y la inmortalidad, pero no se deben extirpar del pueblo tales ideas, pues son de
provecho para perfeccionar las costumbres y cohibir los vicios. El que quisiere librar al pueblo
de tales prejuicios, sería tal vez un buen "lógico", pero de ninguna manera un "buen ciudadano y
político".
En su libro Historia Natural de la Religión, indica la necesidad con que nace en el espíritu
humano la idea de la fe. En él se hace por vez primera una historia natural de las religiones
basándose en principios psicológicos e históricos, partiendo de las creencias primitivas de los
pueblos primitivos y pasando por el politeísmo para llegar a la transformación sucesiva de éste
en el monoteísmo.