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FILOSOFIA - La filosofía helenístico-romana
EL EPICUREISMO
Los epicúreos se oponen en general a la filosofía estoica. El fundador de la escuela fue EPICURO
(341-270), nacido en Samos. En 306 establece en Atenas la comunidad de vida, llamada el Jardín,
según la costumbre de llamar a las escuelas por el lugar de su residencia. Era maestro muy
querido por su exquisito trato y fina y cautivadora personalidad. Haber elevado la belleza a
principio de vida y haber salvaguardado esto en su existencia personal, fue el resorte propulsor
de su naturaleza y doctrina. De sus numerosos escritos, cuya autenticidad no es muy segura, se
conservan las Sentencias (kyriai dóxai), tres cartas didácticas, trozos de su obra perifyseos, y
otros fragmentos.
Entre sus numerosos discípulos, destaca la figura de su amigo íntimo METRODORO DE
LAMPSACO, la de ZENON DE SIDON (hacia 150 a. de J. C.) y la de FEDRO (hacia 100 a. de J.
C.). Más diáfana es para
nosotros la personalidad de FILODEMO DE GADARA, debido al
hallazgo de una parte de su valiosísimo escrito peri seemeioon kai seemeieooseoon.
Dos poetas romanos: TITO LUCRECIO CARO (97-55) y QUINTO HORACIO FLACO
representan el epicureísmo en las épocas posteriores, sobre todo el primero con su poesía
didáctica De natura rerum.
Epicuro designa a la lógica con el nombre de canónica, en virtud de que ésta proporciona la
regla (canon) conforme a la cual se distingue lo verdadero de lo falso. Todas las percepciones de
los sentidos son verdaderas (sensualismo). De ellas se forman los conceptos. El error surge en el
acto racional que no interpreta fielmente las sensaciones.
La filosofía natural del epicureísmo es una versión de la doctrina de Demócrito. Todo lo real es
corpóreo y está compuesto de infinitos átomos de diversas formas. Los átomos se mueven de
arriba abajo, verticalmente; pero hay excepciones: algunos se separan arbitrariamente de la
dirección vertical, uniéndose entre sí y dando lugar a las cosas que constituyen el mundo. (A
este poder de desviación se llamó clinamen.) Los cuerpos de los dioses (semejantes a los de los
hombres) están formados por átomos ígneos y son inmortales. Su bienaventuranza no se ve
turbada por ninguna preocupación. Los epicúreos no comparten la fe en la providencia de los
estoicos. Tampoco la muerte ha de inquietar al hombre. "No debe importarnos, dice Epicuro,
pues mientras existimos, no existe la muerte, y cuando llega la muerte, ya no existimos".
El principio fundamental de la ética de Epicuro reside en la búsqueda del placer (Aristipo). El
placer es el bien; el dolor, el mal. Pero no todos los actos placenteros son deseables. El sabio
posee el conocimiento práctico que le muestra cuándo y cómo debe buscarse el placer lo más
duradero posible, que, a decir verdad, se encuentra en relación con las necesidades humanas. Al
respecto, distingue el epicureísmo tres especies de necesidades: unas son naturales, aquellas
cuya satisfacción es imprescindible para la existencia (incluso el sabio no puede escapar a ellas);
otras son tan sólo convencionales, postizas, imaginarias (el sabio advierte su futilidad y se
aparta de ellas); entre ambas (y en esto reside la oposición de Epicuro al radicalismo unilateral
de los cínicos) se encuentra la gran masa de las necesidades que tienen cierta justificación
natural, pero que no son imprescindibles a la existencia. En caso necesario, tiene que renunciar
el sabio a esta especie de necesidades; pero, dado que su satisfacción viene acompañada de
placer, puede saciarlas tanto como sea posible. Sólo aquel que elude la tormenta de las pasiones
y goza del apacible deleite de estos bienes, alcanza la plena beatitud.
Epicuro pone los goces espirituales muy por encima de los físicos, ligados siempre a agitadas
pasiones; pero no busca el deleite anímico en el conocimiento puro, sino en la finura estética de
la vida, en el exquisito y delicado trato de los amigos, en la grata satisfacción de la vida diaria.
De este modo se construye el sabio, en el recogimiento, la felicidad de su propio placer, la
independencia del mundo externo, de sus exigencias y resultados; él sabe lo que puede
permitirse y no lo rehuye; pero no cae en la torpeza de encolerizarse con el destino o de
lamentarse de no poder tenerlo todo. Esta es su ataraxia: goza, como el hedonista, pero más fina,
más espiritual y más cumplidamente (Windelband).