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ECONOMIA POLITICA - La distribución
UTILIDAD Y SALARIO
El empresario soporta el riesgo de perder su capital. Es verdad que pueden eliminarse
algunos riesgos de los negocios y dejarlos al cuidado de las compañías de seguros; pero
ésos constituyen una proporción muy pequeña del total. Un negociante puede asegurarse
contra incendio; pero no contra un alza repentina del precio de sus materias primas, un
cambio de moda o un nuevo invento que reduzca la demanda de su mercancía; menos aun
puede asegurarse contra sus errores en cuanto al probable movimiento de los precios o si le
reportará más utilidad gastar mil pesos más en propaganda. Soportar inevitablemente el
riesgo, el peso de la responsabilidad, es un servicio por el que hay que pagar y que el
empleado a sueldo o el obrero a jornal no comparten.
Debe advertirse también que es muy engañoso comparar la magnitud de las utilidades con
las de los salarios y sueldos, sin tener en cuenta tanto los negocios prósperos como los
fracasados. Nadie trabaja por un sueldo negativo, pero hay muchos negociantes que lo
hacen por utilidades negativas: es decir, que incurren en pérdida. Algunos economistas
han llegado incluso a calcular que las remuneraciones medias en forma de utilidades son
menores que las remuneraciones medias en forma de salarios.
La existencia de esos riesgos comerciales explica por qué se paga más por el trabajo del
empresario victorioso que por el del asalariado. Es indudable que hace un servicio extra
para el que hay muy pocas personas bien dotadas, de manera que tiene un valor de escasez
elevado. Además, para ser empresario no se necesita sólo estar dispuesto a arriesgar capital
sino en primer lugar tenerlo, y son relativamente pocos los que poseen ambos requisitos.
El gran mérito de la sociedad por acciones consiste en que permite a quienes disponen de
capital, pero carecen de la habilidad suficiente para dirigirlo, y a aquellos que poseen
habilidad, mas carecen de capital suficiente, unir sus fuerzas y dividir los riesgos y las
utilidades en proporción a sus deseos de incurrir en aquéllos para conseguir éstas; este
procedimiento hizo posible la combinación del capital y el espíritu de empresa, así como
que llegaran a ser emprendedoras muchas personas que de otro modo no hubieran podido
serlo. Pero el hecho de que la ley permitiera la formación de sociedades por acciones no
puso capital en manos de quienes no tenían con qué empezar, y, por lo tanto, éstos siguen
sin tener oportunidades de competir como emprendedores con los más afortunados.
Para ser empresario hay que tener, ya sea capital heredado (lo que significa que la
desigualdad de posesión de capital se perpetúa de generación en generación aun más que
la desigualdad de salarios), ya haberlo adquirido mediante ahorro (cosa que es difícil hacer
de los salarios o sueldos pequeños, e imposible del todo si se pretende que sea en gran
escala).
Así, pues, éste es un valor de escasez adicional del espíritu de empresa.
La utilidad está representada en la siguiente fórmula:
B
= V— (m +  s + i + r)
donde:
B: es la utilidad del empresario. V: es el precio de venta.
m: materia prima y demás elementos utilizados para producir el bien vendido.
s: salarios.
i: interés del capital obtenido en préstamo.
r: alquiler de la tierra ocupada.
Si el empresario no invirtió su propio capital, el beneficio representa exclusivamente la
retribución a su labor. Si en cambio ha invertido su propio capital, la utilidad estará
formada por dos partes: una, será la retribución a su labor de dirección e iniciativa, y la otra
representa el interés del capital invertido en la empresa. Por esto, el empresario que usa su
propio capital que desee conocer los resultados verdaderos de su negocio, deberá
necesariamente restar de las utilidades totales la parte correspondiente al interés del
capital, y la diferencia será su verdadero beneficio. Es evidente que si el negocio no da
utilidades superiores al interés corriente de los capitales invertidos, por ejemplo, en títulos
del Estado, no valdría la pena arriesgarlo en la empresa.