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ECONOMIA POLITICA - El comercio internacional
EL DILEMA CENTRAL DEL COMERCIO INTERNACIONAL: ¿PROTECCIONISMO O
LIBRECAMBIO?
El librecambio establece que no deben oponerse ninguna clase de obstáculos al comercio
internacional, para que se realice así la más perfecta división del trabajo. Los países se
dedicarán a producir aquellos bienes para los cuales estuvieran más capacitados, y el
librecambio de los mismos reportaría a todos el máximo de beneficio.
Frente al librecambio se sitúa el proteccionismo, el cual, en grados de mayor o menor-
intensidad, aconseja restricciones al comercio a efectos de provocar el total empleo de las
riquezas de un país aun cuando se incurra en costos más elevados, de forma de poder
bastarse a sí mismos y evitar depender del extranjero.
El resorte más importante que se emplea al adoptar el sistema proteccionista son los
derechos aduaneros, que gravan con fuertes tasas la entrada de mercaderías.
Existen innumerables argumentos en favor y en contra de ambas teorías. Claro que
considerado el problema en términos de pura Economía, todo derecho protector supone
una destrucción de riqueza, y por lo tanto el proteccionismo debería ser rechazado. Pero las
relaciones comerciales internacionales no están regidas únicamente por principios
económicos, sino que influyen sobre ellas, poderosamente, razones políticas, y por las
cuales, previniendo la nefasta posibilidad de la guerra, que supone un aislamiento más o
menos estricto, se trata de lograr dentro de un país el desarrollo tal de su producción que le
permita bastarse a sí mismo. Y esto no sería posible sin el proteccionismo.
Si un país quisiera implantar una industria para evitar la compra de ciertos productos en el
extranjero, es evidente que la misma tendría pocas probabilidades de prosperar si se
siguiera permitiendo la libre entrada al mercado nacional de los productos de industrias
similares extranjeras, las que lógicamente, por haber alcanzado un cierto grado de
evolución, producen más barato. Para que el producto nacional pueda competir, necesita
protección, gravando con impuestos la entrada del producto extranjero.
Es éste un caso en el que el proteccionismo encuentra argumentos excelentes para
defenderse. Toda industria, para poder llegar a competir con la similar extranjera, debe ser
protegida en su período inicial. Esta es una tesis que no puede discutirse. Pero si, superado
ese período inicial, no consigue producir a costos que le permitan concurrir en el mercado
nacional en igualdad de condiciones con la industria de cualquier país, toda protección que
se siga dispensando a la misma supone una carga para los consumidores, que tienen que
pagar más caro lo que podrían comprar más barato si se permitiese la libre importación.
Por eso se dice que el derecho protector entraña una destrucción de riqueza; el beneficio
que obtiene el empresario de la industria protegida es menor que el quebranto que sufre el
consumidor.
Resumiendo: si bien el proteccionismo es conveniente en algunos casos, la adopción del
mismo persiguiendo como único fin el bastarse a sí mismo conduce al país que lo practica a
una callejón sin salida. Su política obstruccionista originará represalias por parte de los
demás países, quienes tampoco permitirán la entrada a sus mercados de los productos del
primero.