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ECONOMIA POLITICA - La Economía es una ciencia extraordinaria
LA SOLUCION DEL PROBLEMA ECONOMICO NO RESUELVE EL PROBLEMA SOCIAL
Pero donde más afecta a todo espíritu sensible la presunta limitación e impotencia de la
ciencia económica, es en su falta de acción sobre el orden y estabilidad social. Las
mercaderías —y generalmente las más esenciales a la vida del hombre— son muchas veces
destruidas en algunas partes del mundo para que no bajen sus precios, y, en otras, no
obstante el desarrollo de las comunicaciones internacionales, poblaciones enteras sufren los
rigores de la carencia de alimentos. La misma naturaleza de la crisis de 1929-35 fue
discutida por los teóricos en el sentido de establecer si fue una crisis de superproducción o
de infraconsumo. En otras palabras, ¿fue la superabundancia de mercaderías la que trajo la
crisis, o la escasez de medios adquisitivos la que impidió consumir los artículos
producidos?
El perfeccionamiento de los métodos de producción en la estructura económica mundial de
anteguerra (mediados del siglo XIX a 1914), en que imperaba un relativo librecambio y el
Estado intervenía poco en los movimientos de la riqueza, vigorizados durante la guerra
(1914-18), aparejó en la de posguerra (1918-39) gran abundancia de productos
agropecuarios y de artículos industriales, cuyo consumo fue decreciendo paulatinamente.
Severas restricciones, motivadas por una intervención del Estado en la estructura
económica, habían dislocado las corrientes del intercambio internacional y limitado cada
vez más la disponibilidad de divisas monetarias extranjeras para su adquisición. Criterios
políticos prevalecieron sobre las soluciones económicas. No pudieron acercarse personas
que necesitaban consumir y productores que requerían vender.
A pesar de una reducción aparente por obra de paliativos de discutible eficacia —subsidios
de los gobiernos, programas armamentistas, planes viales, construcción de obras públicas,
limitación de la semana y de la jornada de trabajo o realización de tareas superfluas— la
desocupación no había cesado de aumentar desde la crisis económica de 1929. Más de la
mitad de la población mundial se hallaba bajo un régimen de infraalimentación. Se reducía
la ración alimenticia de unos para que pudieran comer otros. Las estadísticas declaraban,
no obstante, que morían de hambre alrededor de 2,5 millones de personas por año y se
suicidaban más de 1,1 millones por causas directamente relacionadas con la desnutrición.
Doloroso fue, en el orden económico-social, el colapso de la guerra de 1914-18. Su trágico
balance de diez millones de muertos, seis millones de heridos e inválidos, ingente
destrucción de riquezas acumuladas durante años para bien de la humanidad y gastos
astronómicos para financiar las operaciones bélicas, dispersaron a través del mundo toda
clase de gérmenes de enfermedad y muerte, dislocaron las finanzas de los gobiernos,
redujeron la capacidad productiva, desplazaron muchas poblaciones y acabaron por
enloquecer los espíritus. Reinó la desesperación. Y ciertas prácticas y soluciones impuestas
por la situación de economías nacionales dislocadas que, como la autarquía o propio
abastecimiento, la nivelación de los precios del trigo reduciendo las áreas sembradas, o la
destrucción directa del llamado exceso de otros productos, como la uva, la leche o el café,
contrastaban abiertamente con el rostro espectral y famélico del desocupado. Se perdió
toda conexión entre el problema económico de desequilibrio entre la oferta y la demanda
—superabundancia de producción y consumo decreciente— y el problema social de
muerte por desnutrición.
Complica, además, la cuestión esbozada, la contextura misma de la Economía
internacional, suma de las diversas economías nacionales que, al realizar una función
comercial lucrativa, gravitan sobre el mercado internacional. Esta no coincide ni
remotamente con la Economía mundial, integrada además de aquéllas, por las de tipo
puramente consuntivo de la Europa oriental o de los países poco desarrollados que
escasamente desempeñan alguna función económica interdependiente. ¡Trágica paradoja
de un mundo mal organizado, desconocimiento de los mandatos de la ciencia económica
por parte de gobiernos responsables, o crisis terrible de confianza en los valores de la
humanidad!