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ECONOMIA POLITICA - La Economía es una ciencia extraordinaria
Extraordinaria ciencia ésta, la de la Economía —que ADAM SMITH calificó en 1776 como
la ciencia de la riqueza—, incapaz hasta ahora de ahorrarle al mundo depresiones y crisis
de cuya magnitud es típico ejemplo la que lo azotó de 1929 a 1935. Así, lógicamente,
razonaría cualquier profano en la materia ante la presunta inoperancia de la ciencia
económica para hacer frente a los males que castigan de vez en cuando a la estructura
material de las naciones y al mercado internacional que es su espejo. ¿Para qué sirve una
ciencia —se preguntaría— que formula principios, dicta reglas, elucubra sistemas, utiliza
una terminología impresionante y hasta desarrolla ecuaciones algebraicas en abono de sus
tesis, si, en vez de provocar el bienestar de la especie humana la sume muchas veces en el
pauperismo y en el desconcierto?
No cabe duda de que si la finalidad última de esta ciencia es alcanzar dicho bienestar, ella
está lejos de haberlo conseguido. Pero ¿no han interferido, acaso, otros factores en la
solución del problema? La Economía no puede remediar por sí sola lo que el hombre
destruye al margen de sus preceptos, a cada momento de su historia, sin preocuparse, ni
poco ni mucho, de lo que sobrevendrá después. Una guerra termina generalmente con el
estado floreciente de una civilización.
Y aquélla no fracasa en su intento cuando ha dado las soluciones correctas para un
determinado problema. ¿Que el hombre no las ha observado? Pues culpa es entonces del
hombre y no de la Economía. Esta carece de poder para evitar las guerras, los desvaríos de
la política extremista, la incapacidad de muchos gobernantes y las consecuencias materiales
desastrosas que, como se sabe, son su resultado inevitable.
Otra es la misión de la ciencia económica que la de impedir los efectos de les desaciertos
humanos. Demasiado fácil es endilgarle lo que provocan factores ajenos a su cometido.
Porque quien tenga visión suficiente podrá advertir que, dentro del complejo sistema
social, a pesar de su aparente amalgama, cada fenómeno tiene su campo de acción
reservado. Y el sistema social es un complejo de fenómenos económicos, políticos y éticos.
Debe tenerse muy en cuenta, además, que la Economía no es una ciencia moral ni inmoral.
El principio ético es ajeno a su finalidad. No se ocupa tanto de lo que, en el orden
económico, por aplicación de principios morales, debiera ser, como de lo que es. Su misión
es eminentemente utilitaria y realista. Por ejemplo, la organización de un banco, la
formación de una flota mercante, o la intervención oficial en una determinada actividad
económica, no son, en sí, morales ni inmorales. Son, simplemente, medidas de Economía
aplicadas, presuntamente convenientes para los intereses de la Economía cuyo Estado las
realiza. El hombre mismo, en su carácter de sujeto económico, no ejecuta cuando come, se
viste o se alberga, actos morales ni inmorales. Llena necesidades primarias. Eso es todo. De
ahí los distintos puntos de vista acerca de las relaciones de esta ciencia con la moral.
Actúan en órbitas diferentes. Domina en aquélla el principio ético; en ésta el hedonista. Tal
la opinión —bien justificada, por cierto— de las escuelas británica, austríaca y de sus
derivaciones.