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ARTE – La pintura moderna y contemporánea en América latina
Tres pintores de México: Rivera, Orozco y Sequeiros
DIEGO RIVERA (1886) fue discípulo de Fabrés, y en España lo fue también
de Chicharro;
después pasó a Francia, donde sufrió la influencia de la gran pintura francesa, sobre todo de
Picasso. Pintó cuadros cubistas, algunos admirables; recorrió Italia, donde descubrió las
maravillas de los muralistas del Renacimiento y con ese bagaje artístico regresó a su patria en
1921. La fecha marca un jalón histórico en la pintura de México.
El mérito de Diego Rivera no sólo estriba en haber renovado el criterio artístico de México, sino
sobre todo en la organización de nuevos grupos de artistas, en la actividad desarrollada para
fomentar la pintura, para ayudar a los nuevos pintores. En realidad, Diego, en esa época, fue
un verdadero apóstol. Además, logró que las autoridades se interesaran por el arte pictórico,
con lo cual, los artistas que antes sólo realizaban cuadros de caballete, pudieron dedicarse a la
pintura mural. Muchos edificios públicos de la ciudad de México y algunos de las provincias
ostentan decoraciones murales pintadas al fresco. Rivera puede ser considerado como el autor
del restablecimiento de la pintura al fresco en México, que contaba —como ha podido verse en
páginas anteriores— con una gran tradición en la época prehispánica y un valioso
florecimiento en el primer siglo del virreinato.
Su primera obra fue la decoración del Anfiteatro Bolívar, con un gran mural, ejecutado al
encausto; más tarde empieza a pintar grandes decoraciones murales al fresco, en el patio de la
secretaría de Educación Pública, en la capilla de la antigua hacienda de Chapingo, hoy escuela
de Agricultura, en la escuela del Palacio Nacional y en muchos sitios más. Rivera procura
volver, en estas decoraciones, al primitivismo italiano, de una sencillez transparente, pero
orientando siempre su obra en un sentido social inspirado en la revolución rusa y aplicado a la
revolución mexicana.
En cualquiera de sus pinturas pueden apreciarse sus excepcionales dotes de artista, su
habilidad en la composición, su seguridad en el trazo, su sobriedad de pintura, que huye de los
preciosismos inútiles, para deleitarnos con la pureza y el vigor de la forma. Su cromatismo
único sabe transmitir al muro las tonalidades más variadas, más finas, más intencionadas.
Volviendo un poco a lo clásico, pasará a la historia como uno de los más grandes decoradores
murales que han existido.
DIEGO RIVERA. "Modesta e Inesita", óleo del notable pintor mexicano cuyo pincel ha
revolucionado el arte de América. Estudió en París, aplicando luego la técnica moderna a la
tradición nacional.
Al lado de Diego Rivera se destaca la figura de JOSE CLEMENTE OROZCO (1883).Su carrera,
más sencilla, constituye un ascenso constante. Comienza pintando tipos populares,
mujerzuelas de ínfima clase, personajes casi caricaturescos.
Más tarde, Orozco descubre su personalidad. Decora el primer patio de la Escuela Preparatoria,
con grandes cuadros pintados al fresco. Es desde entonces, puede decirse, el cronista pictórico
de la revolución. Ya desde esa época aparece allí una obra maestra: La Trinchera. Orozco posee
enormes facultades de dibujante. Más que deformar sus modelos parece resaltar su vigor,
dejando únicamente lo esencial de la forma. En esa decoración se encuentran también temas
que revelan la inquietud que Orozco había de sentir más tarde por el doloroso problema de la
humanidad. Los indios miserables, socorridos por frailes franciscanos, tan miserables como
ellos, que no sabemos a quiénes compadecer más, si a unos o a otros, y su concepción genial
del pueblo de México en el gran grupo en que aparecen Cortés y doña Marina, desnudos,
enlazando sus manos y, como producto de esa unión, un ser miserable, deforme y caduco.
Orozco es un pesimista en toda su obra, para él no existe ni la esperanza ni la alegría, la
humanidad es un trágico juguete o un muñeco que en sus manos adquiere mil formas diversas,
pero irónicas y sangrientas. Nunca hubo mayor unción, o, mejor dicho, una expresión más
sincera entre un artista y su obra que la que se revela en el trabajo de Orozco, porque el espíritu
de Orozco ha sido siempre el de un atormentado. Cuando pinta escenas de bacanales y orgías
para fustigar las lacras sociales, no logra producir en nosotros sino un solo sentimiento: asco.
En el fondo Orozco es un místico, de esos místicos trágicos de que está llena la literatura
española, de esos místicos que, a fuerza de torturarse, llegan a encontrar la esencia de lo divino
y no sería extraño que, a semejanza del Greco, que ha ejercido enorme influencia en su arte y
que fue igualmente místico torturado, Orozco nos entregue una serie de obras desprovistas
casi de materia, pero plenas de espíritu religioso. México premió debidamente los esfuerzos de
este artista al otorgarle en 1946 el "Premio Nacional de Artes y Ciencias".
JOSE CLEMENTE OROZCO, LA TRINCHERA. Este fresco trasunta un profundo mensaje
social. Decora uno de los muro de la Escuela Nacional Preparatoria de México.
DAVID ALFARO SIQUEIROS (1898), debe figurar al lado de los anteriores. Constituyen por
así decirlo, "los tres grandes" de la pintura mexicana actual. La personalidad de Siqueiros se ha
desarrollado independientemente, y a su revolucionarismo político hay que exigirle cuentas y
ver si no ha perjudicado la pureza de su obra artística. El arte de Siqueiros tiende a lo
monumental, a lo enfáticamente afirmativo, pero también sabe explotar la calidad puramente
plástica de sus modelos; es decir, entregarnos pintura pura, sin ideologías ni ademanes sino
sólo como expresión cristalina de arte. Emplea procedimientos nuevos, como el duco, la pistola
de aire y otros. El artista está en pleno apogeo y puede entregarnos vigorosos mensajes.
EL SOLLOZO. Siqueiros es notable por su fuerza y su plasticidad. Esta tela, al duco, le
representa cabalmente.