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ARTE - La pintura italiana del Renacimiento
La formación pictórica de Italia  arranca desde la Edad Media, y
así pueden encontrarse
pinturas que datan del siglo XIII. Presenta una estilización especial inspirada en el arte
bizantino, y algunas figuras de Cristo aparecen como esquemáticas. Dos grupos pueden
estudiarse: la escuela de Siena y la Florentina. El primer pintor italiano se llama Duccio di
Buoninsegna; florece en el siglo XIV y gusta ya de construir agrupaciones con numerosas
figuras, sobre las cuales reina la Virgen con el Niño. Síguele Simón Martini, quien también se
deleita en las grandes decoraciones suntuarias, como las que decoran el palacio público de
Siena; Ambrosio Lorenzeti, Tadeo Gaddi y el Pisanello, que se especializa en pinturas de
animales.
La escuela florentina comienza con un nombre misterioso: Cimabue. Los cuadros que se le
atribuyen apenas se diferencian de las pinturas bizantinas y su personalidad no ha sido bien
definida. El más grande artista de esta época y uno de los pintores más notables de todos los
tiempos fue Giotto (1267-1337). Con este artífice la naturaleza empieza a recobrar su poderío
sobre el arte; Giotto no sólo estudia su modelo y reproduce las formas y los movimientos con
una fidelidad que no se había conocido antes que él, sino que sabe ya interpretar las pasiones
humanas, los sentimientos de ira, de ternura y todo el repertorio que constituye las grandezas
y debilidades del alma humana. Los frescos de Giotto han ejercido enorme influencia sobre
toda la pintura posterior. La técnica, la difícil técnica del fresco, llamada así porque se aplica
sobre la pared húmeda, con los colores simplemente diluidos en agua y que forman cuerpo con
dicha pared, alcanza en los muros decorados por este artista genial, la perfección suprema,
nunca superada después.
SAN FRANCISCO RECIBE LOS ESTIGMAS. (Detalle) Fresco del Giotto que se halla en Asís,
Italia.
Giotto creó una escuela de pintores que siguieron sus enseñanzas: Aretino, Nicolás di Pietro,
Gentile da Fabriano, que gusta evocar la Adoración de los Reyes en una forma de suntuosidad
que no se había empleado antes, y, sobre todo, FRA ANGELICO (1387-1451), el pintor místico
cuya alma ingenua se traduce en sus frescos y en sus pequeñas pinturas sobre tabla, con una
delicadeza y una ingenuidad verdaderamente conmovedoras. El no sabe representar la fealdad:
todas sus figuras son hermosas y, para indicar la bondad y la belleza, se vale de los colores más
puros: Cristo, la Virgen, los ángeles; están siempre vestidos de blanco, de rosa o de azul pálido,
en tanto que los réprobos, los demonios y todos los seres abyectos ostentan vestiduras verdes,
ocres, oscuras. La literatura ha perjudicado mucho la fama de este pintor, por el que sentimos
cierto prejuicio que desaparece por completo cuando nos encontramos frente a sus obras, sobre
todo en el maravilloso convento de San Marcos en Florencia. Es que el poder de su misticismo
y sus arrobamientos celestiales no perjudican ninguna de las cualidades técnicas de su pintura.