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ARTE – La pintura española durante los siglos XIX y XX
Después de Goya la pintura española entra en un período de atenuado resplandor. Parece que
su genio había de llenar él solo toda una época. Durante el siglo XIX impera la pintura
académica, como en todo el mundo, y deja pocos nombres a la historia del arte. La figura más
decorosa, como retratista principalmente, fue la de JOSE DE MARRAZO (1781-1859).
Mención especial debe hacerse de un artista que fue el más famoso de su tiempo y que, si su
talento hubiese obedecido a ideales de mayor importancia, habría alcanzado la cúspide:
MARIANO FORTUNY (1838-1874). El artista llega a crear un género, el fortunysmo, que
invade buena parte, no sólo de España, sino de Italia y aun de Francia. Pequeños cuadros de
género en que la habilidad de técnica se completa con la gracia del modelo, con la picaresca
vena juguetona del artista. Así es La Vicaria, su obra maestra, en que agrupa, en una superficie
de noventa y dos por cincuenta y cinco centímetros, todo un mundo que vive y ríe y goza.
Pasados los años, la gran tradición pictórica española del siglo de oro parece resurgir en un
grupo de artistas que gozaron de gran privanza en su época y se extinguieron rápidamente. Es
que el pasado no puede volver a ser presente, a menos que se trate de un genio. Si para
algunos escritores estos artífices llenaban sus más caros anhelos, frente a los ismos exóticos de
Francia, para otros historiadores del arte no existen.
La figura más importante fue la del vascongado IGNACIO ZULOAGA. Arte literario,
profundamente regionalista, así en sus modelos: el torero, el picador, la manola, los paisanos
en un entierro, como en su técnica que alardea exagerando sus recursos, Zuloaga no carece de
personalidad pero sí de trascendencia.
IGNACIO ZULOAGA. "La Vieja Castilla" es el título de esta tela del pintor español Zuloaga.
JOAQUIN SOROLLA Y BASTIDA (1863-1923) parece la antítesis de Zuloaga: para éste todo es
tenebroso, oscuro, embrujado; para el otro sólo existen la luz y el sol. No cabe duda: Sorolla fue
el pintor del sol. Recuerda un poco a los impresionistas franceses que sin duda estudió; pero es
más realista y menos complicado.
JULIO ROMERO DE TORRES, pintor andaluz y de las andaluzas o, mejor dicho, de Córdoba y
las cordobesas, porque su arte es en extremo local, de un romanticismo gitano, que raya en la
monotonía. Para quien España sólo constituye eso: la copla, la bailarina, el contraste entre el
amor profano y el religioso, el culto de la mujer, Romero de Torres es el artista predilecto.
MIGUEL VILADRICH trata de resucitar en Cataluña, su tierra, la tradición de los primitivos
catalanes, así en la sencillez de sus figuras como en el detalle con que las pinta.
ANCLADA CAMARASA, educado especial- mente en la escuela francesa, fue, por ende,
pintor dotado de elegancia.
La figura de SANTIAGO RUSIÑOL (1861- 1931), hoy un tanto olvidada, merece unas cuantas
líneas. Dotado de facultades sobresalientes, hijo mimado de la fortuna que recibe el homenaje
de los intelectuales y artistas más notables de su época, llega al fin a descubrir su secreto y
crear su rincón personal: es el pintor de los jardines de España; se identifica con ellos, con su
espíritu y lo traduce a la tela como nadie lo había hecho. Y al fin murió en uno de sus jardines
españoles, en Aranjuez.
El movimiento moderno tardó en penetrar a España, siempre aferrada a su tradición:
VAZQUEZ DIAZ, pintor amable, de un eclecticismo inteligente, parece un precursor.
GABRIEL MAROTO, espíritu inquieto, le siguió.
Artífice inconsciente acaso de su modernidad, o de su universalidad, fue JOSE GUTIERREZ
SOLANA (1886-1945). Se creía un imitador de Zuloaga y en realidad sobrepasó a Zuloaga y a
todos los españoles de su época, por su prodigiosa imaginación creadora. Recuerdo que, allá
por 1921, todos nos burlábamos de su cuadro Pombo en Madrid, considerándolo como obra de
una torpe ingenuidad nada más. Ahora, vista en conjunto, la obra de Solana resulta formidable.
Todo aparece en él, desde el Goya trágico de los Caprichos hasta la pincelada expresiva de
Cézanne en sus bodegones. ¡Y aquellas máscaras, aquellas procesiones inigualables!
Indudablemente Solana pasará a la posteridad codeándose con los grandes maestros.
Dentro del movimiento surrealista, más intelectual que plástico, debemos mencionar a José
Moreno Villa, entre cuyas múltiples actividades no ocupa poco lugar la pintura.
Tal es a grandes rasgos descrito, el movimiento pictórico de España en los últimos tiempos.